Epílogo.

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Nueve meses después. 31 de Diciembre de 2005.

Blanco.

Siempre se tomó al color blanco como un color pacífico. Sin agresividad, neutro.

Un color que da libertad, y quita cualquier presión y opresión. La pureza y tranquilidad. Todo junto en un color que contiene todos los colores dentro.

Blancas eran las paredes que rodeaban a Claire desde hacía ya ocho meses y dos semanas.

Todo. Absolutamente todo era de color blanco. Cualquier pared con la que se cruzara, las alfombras, los muebles. Las sábanas y cubre camas. Las cortinas y los manteles. Incluso las vajillas y electrodomésticos que usaba el personal del Instituto Mental.

Claire Black llevaba cada semana contada. Cada día la misma rutina. Ingiriendo unas pastillas que de lo más seguro no harían efecto, alguna tarea que asigne el personal, revisión médica, y por supuesto los baños vigilados por una enfermera, por si acaso.

Las primeras semanas se había dado cuenta que el lugar en toda su longitud y espacio estaba cubierto de color blanco, por lo que decidió buscar en la biblioteca de la institución el por qué, y se encontró con esa descripción. Lo curioso, y a la vez irónico, fue que ella sentía todo lo contrario a lo que el gran libro enciclopédico le decía. Se sentía aprisionada, excluida, y completamente agresiva.

Claire había conseguido socializar amablemente solo con dos de las treinta mujeres y adolescentes que se encontraban en su área. Área que para ella era la más absurda de toda la residencia. Las enfermeras eran un caso aparte. Había días en los que todo iba de maravilla, a lo poco y deprimente que se le podía llamar maravilla. Y en cambio había otros días en los que un solo comentario bastaba para querer arrojarles algún mueble por la cabeza.

Ocho meses y dos semanas llevaba allí. Según ella, ésto sí que era como estar realmente secuestrada. La última vez que había visto a Amy fue dos semanas después de haberla dejado allí junto con su madre, quien no veía hacía cinco meses ya que la mujer había organizado un viaje de negocios. Y allí estaba, sola. Tanto tiempo la habían estado buscando desesperadamente para que luego, una semana después, se deshicieran de ella.

Síndrome de Estocolmo, había dicho la psiquiatra que la había atendido y acompañado por una semana luego de que volviera a su casa.

- Es imposible.- se alarmó Aurora.

- Bueno, ha habido muchos casos.- intentaba explicar Martha, la psiquiatra.- Es algo inevitable.

Amy, quien estaba sentada al lado de Claire, se levantó.- Debe poder curarse, ¿hay algún medicamento, algo?

- Amar a una persona no es algo que se pueda curar con medicación.

- Pero no es una persona normal, y ella no lo ama, por Dios.- frunció el ceño Amy.

- Pregúntenle a ella si en verdad lo ama o no.- Martha señaló a la pelirroja con un ademán.

Las tres mujeres paradas frente a Claire la miraron con acusación, como obligándola a responder lo que ellas quería. La joven simplemente rodó los ojos y miró hacia el costado.

- Como profesional,- volvió a hablar Martha antes de que se desatara una discusión que estaba presintiendo.- digo que la niña necesita descansar. Estuvo por tres meses fuera de su casa y de seguro quiere poder dormir en paz en su cama. Necesita contención, y no medicamentos.- hizo algunas anotaciones en su agenda y miró a Claire.- Volveré todos los días e iremos viendo si tienes algún trauma verdadero.- lanzó una mirada acusadora hacia las otras dos mujeres.- Solo trata de volver a tu rutina, o lo que más se asemeje a ella.

Silent ScreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora