PRÓLOGO.

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—Por favor, Darrel no lo hagas. —Los gritos ahogados de mi madre retumbaban en la habitación.

Estaba sola en mi cuarto, según ponía en el reloj, un reloj viejo, eran las tres de la mañana, pero los golpes fuera no me dejaban dormir.

Mi hermano Ethan dormía a pocos metros de donde yo me encontraba.

Miré por la ventana y la noche estaba oscura, nublada. Los cristales estaban empañados debido al frío de la ciudad negra. Las ramas de un árbol chocaban contra el edificio haciendo un ruido que me asustaba y hacía que el poco vello que tenía en mis brazos de niña pequeña se erizase. Era una noche de diciembre, solamente se veía la luna creciente en el cielo cubierto de nubes grises.

Y se escuchó otro golpe más. Mi padre había vuelto a pegarle.

Se escuchaban los fuertes sollozos de mi madre al compás de cada golpe que recibía. No era la primera vez.

Me senté junto a la puerta de rodillas, abrazando mis piernas y escondiendo mi cabeza. Si papá me volvía a descubrir escuchando, me la volvería a cargar.

Una lágrima salió por mi ojo izquierdo, mamá había recibido otro más, esta vez más fuerte.

Ethan parecía no darse cuenta del escándalo que estaba montando mi padre, que había vuelto a llegar borracho a casa.
Siempre que bebía, volvía a casa hecho un monstruo golpeando todo lo que se ponía en su camino, incluida mi madre y sus dos hijos pequeños.

El miedo empezó a apoderarse de mí al escuchar a mi mamá gruñir de dolor, y esa impotencia de no poder salir a cogerla de la mano y llevarla a mi habitación conmigo y con Ethan a abrazarla y dormir junto a ella, se estaba apoderando de mí.

Me asomé por un hueco que había en la puerta, él mismo lo había hecho al lanzar algo y dar en ella.

La escena me hizo temblar y sollozar en silencio. Mi madre estaba de rodillas en el suelo, con los ojos rojos y un hilo de sangre saliendo por su nariz.
Él la estaba cogiendo del pelo que tenía recogido en una coleta, un pelo ya sin brillo y sin vida. Como ella.

Un puñetazo fue a parar en su ojo derecho, haciéndole caer al suelo sin fuerzas ya para gritar.

—Venga Jennifer, deja de gritar, no quiero hacerte daño —Mentía. Sí quería hacerle daño, llevaba haciéndolo durante tres años.

En la casa solo se escuchaban los golpes de mi padre y los ruegos de mi madre. Esto era demasiado para una niña de tan solo nueve años.
Otro golpe. Esta vez fue la ceja lo que se le llenó de sangre, haciendo que mi pequeño estómago diera un vuelco.

¿Qué hacer para defenderla?

¿Cómo parar a una bestia?

Era pequeña, y mi cabeza no tenía suficiente lugar para dar vueltas. Me acerqué lentamente a la cama de mi hermano, que estaba tapado con una vieja sudadera de mamá, de cuando ella trabajaba. Si, mamá trabajaba, pero los golpes en la espalda le causaban un dolor que no le permitía volver a hacerlo.

Desde aquel entonces, no teníamos dinero para ropa decente, ni para cinco comidas al día. La gente se reía de nosotros al vernos caminar por la calle, nuestras zapatillas rotas descubrían que teníamos carencias, y que nos faltaba de todo.

Con un movimiento suave, llamé a Ethan. Mi hermano era un niño no muy ingenuo, de trece años. Se removió haciendo crujir el viejo colchón oxidado, haciéndome tener más miedo aún.

—Et... Papi está enfadado otra vez...—Mi voz sonaba temblorosa, débil.

Ethan me escuchó y se levantó de la cama como si no durmiera en ningún momento. Sus labios estaban morados y llevaba un pijama roto que dejaba ver sus rodillas huesudas y moradas. Puso los pies en el suelo y se dirigió a mí para abrazarme.

Siempre me sentía protegida en brazos de mi hermano, aunque su cuerpo no desprende suficiente calor como para arroparme. Su abrazo me hizo dejar de temblar por el miedo acumulado en mi pequeño cuerpo.

—Ese hijo de puta... —Estas palabras salieron de Ethan llenas de rabia y de dolor, tenía los ojos colorados y entonces me di cuenta del moretón que cubría por completo su ojo derecho.

Apretó los puños e intentó no romperse a llorar mientras miraba por el hueco de la puerta.

Y salió de la habitación.

Mi instinto me decía que me fuese a dormir, que no mirara por ese hueco porque lo que iba a ver me iba a dejar algún que otro trauma.

Pero no le hice caso y me asomé.
Ethan intentó golpear a papá para defender a mamá, pero se dió cuenta y lo lanzó lejos, haciendo que se golpeara con una pared.

—Ustedes... —Susurró. —Van a sacar lo peor de mi.

Entonces ví como ese hombre sacó una pistola de su bolsillo trasero para apuntar a mi madre, entonces sí solté ese sollozo que nadie escuchó. Ethan corrió a tapar mamá, golpeó el brazo de papá haciendo que la pistola volara lejos, pero cerca de mi madre, que permanecía en el suelo casi inconsciente.
Se giró sobre sí mismo y su puño fue a parar directamente sobre el costado de mi hermano, haciéndole gritar de dolor. Un dolor que llegó a mi estómago directamente, como si el golpe hubiera sido dirigido a mí.

Pero cuando creía que iba a ser imposible, el brazo de mi madre se movió débilmente, buscando el arma con que ese hombre había pretendido asesinarla, aunque ya no le iba a ser posible.

Levantó su cuerpo que parecía pesado y observó al hombre que estaba golpeando a su hijo. Secó su ceja sangrando con la manga de su bata sucia y levantó su brazo derecho que sostenía la pistola que podría acabar con la vida de alguien en ese momento, y lo hizo.

Un grito fuerte salió de mi garganta al ver el cuerpo ya sin vida de mi padre cayendo al suelo sucio, inundandolo con un charco inmenso de sangre y a Ethan acercándose rápido a mí para tapar mis ojos.

Mi madre había apretado el gatillo.

EN PELIGRO (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora