Capítulo 1. TALOS.

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Corinto, Grecia

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Corinto, Grecia.

La familia Nedidis llegó al hogar de la pariunt tan rápido como le fue posible.
Leandra Nedidis había roto aguas y las muchachas se apresuraron a llevarla al lecho.

Aristo aguardó fuera; como bien dijo su esposa se mareaba al ver sangre. Se sentía inútil ahí esperando... le embargaba una inmensa sensación de impotencia. Debería estar con ella en este momento viendo nacer a su hijo pero sin embargo ahí se encontraba él, apoyado en la puerta escuchando los gritos de dolor de su mujer. Afortunadamente fue un parto rápido y sin complicaciones.

Se escuchó un tremendo alarido y al instante un llanto de bebé. Aristo se puso más nervioso aún, ¡ese llanto procedía de su hijo! Sintió la necesidad de tirar la puerta abajo y comprobar si ambos se encontraban bien. Los nervios le empujaron a dar unos pasos hacia adelante situándose justo frente a la puerta; cuando ésta chirrió y una de las jóvenes asistentes, apareció ante él llevando consigo un bulto entre sus brazos. Aristo enfocó la mirada: aquel bulto envuelto en mantas era su hijo. El corazón se le detuvo...

-Es un varón - Exclamó la joven.

Aristo sólo pudo asentir mientras intentaba ver el rostro de su hijo. La muchacha sonrió y depositó con cuidado el bebé en brazos de su padre. Él no podía ser más feliz. Observó la pequeña y dulce carita de su retoño y lo acunó con cariño, el bebé abrió los ojos y el tiempo para Aristo se detuvo: esa diminuta criatura de ojos claros y piel más clara aún, era su hijo. Se maravilló por haber creado algo tan perfecto.

Sin apartar la vista del recién nacido preguntó por su mujer, la muchacha volvió a sonreír se dio la vuelta y abriendo la puerta de par en par lo hizo pasar:

Era una habitación humilde, de madera antigua, con unas cortinas caídas, que decoraban la pequeña ventana por la que apenas penetraba la luz, para Aristo era el lugar más bello del mundo; ahí había nacido su hijo, todo lo demás no importaba.

Su mujer lo miraba expectante desde la cama, se la veía agotada: se mantenía erguida gracias a varios cojines que habían colocado en su espalda.
Sus miradas de felicidad se encontraron y Aristo se abalanzó sobre ella con el niño todavía en uno de sus brazos, mientras la estrechaba con el brazo libre, la obsequió con miles de pequeños besos por todo su rostro, no podía expresar con palabras el agradecimiento que sentía por su esposa en ese momento. Nunca había sentido tanto amor por nadie y ahora ella y su vástago eran los dueños de su corazón.

En cambio, Leandra estaba agotada: nunca había sentido tanto dolor y aunque el parto fué rápido también fué muy doloroso. Ahora sólo quería dormir junto a su dulce bebé, pero por la manera en la que su esposo se había abalanzado sobre ella y cómo la besaba, sabía que eso no sería posible.
Abrazó a ambos, era una mujer muy dichosa; tenía a un hombre bueno a su lado y ahora le había concedido el varón que tanto ansiaba.
En ese instante su vida era perfecta, se sintió tan afortunada, que algunas lágrimas resbalaron por su rostro. Agradeció en silencio a los dioses la felicidad que estaba experimentando y miró a su verum, este a su vez la contemplaba con una mirada expectante.

Leandra comprendió al instante qué era lo que su marido esperaba con tanta ansia, ya habían hablado de ello:
si fuese mujer, escogería ella el nombre y si por el contrario fuese un varón, lo escogería él. Era varon y sabia que su marido estaba deseando pronunciar el nombre elegido.
Con un leve asentimiento le dio permiso a Aristo, este sonriendo orgulloso anunció:

-Bienvenido al mundo, Talos Nedidis.

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Aedis Iustitiam. Cella XII, Olympus.

Némesis observaba desde su aposento el parto que convirtió a una parte de su madre en mortal. Ella misma había sido el brazo ejecutor y aunque era lo correcto, los remordimientos no dejaban de atormentarla; comenzó a dar vueltas por toda la habitación de pura frustración, en su fuero interno desearía apoderarse del alma de su madre, esconderla de todos en una cajita y fingir que había cumplido con su obligación; pero no, ella no era así, debía ser siempre justa y honesta. A veces detestaba tanto ser la Dea Iustitiae...

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y supo que no estaba sola. La oscuridad más absoluta invadió toda la estancia.

-Hola padre, ¿en qué puedo ayudarte?

-Némesis. -dijo éste con una leve inclinación de cabeza, a modo de saludo.

-¿Qué ocurre, padre?

-Necesito que hagas algo por mí.

La Dea Iustitiae sintió pánico: su padre era peligroso no en sí mismo pero sí todo lo que albergaba. Y ella era parte de los Summa, nunca haría nada que no fuese correcto; él debía saberlo y esperaba que no fuera tan estúpido, como para pedirle algo por lo que tuviera que castigarlo a él también.

-Habla. -respondió preocupada.

-Entrégame la otra mitad de tu madre.

Su corazón dio un vuelco y sus peores sospechas se confirmaron.

-Eso es imposible lo sabes perfectamente, padre.

-Sí, eso me temía. Tendré que hacerlo todo solo... -dicho esto, comenzó a desvanecerse.

-¡Padre!, ¡Mide bien tus actos, o mi justicia te alcanzará, así como alcanzó a madre!

-¡Ay! Pequeña vengadora... la oscuridad no le teme a nada, doy cabida a todos los que tú castigas y te aseguro que nadie jamás quiere volver con tu tío Éter.

-¡Padre!, Tiene que haber un equilibrio, ni siquiera tú puedes intervenir.

-¿Y eso quién lo dice?, ¿el caprichoso de tu hermano?. Yo os creé a todos.

-No padre, también madre y los tíos nos crearon.

-¿Entonces, no me vas a ayudar?

-Sabes bien que no. No sé qué esperabas al venir hasta aquí.

-Justo esto. -Y desapareció.

La habitación se iluminó al instante. Némesis se quedó sola e inquieta, sabía que algo malo tramaba su padre, algo que trastocaría el equilibrio de la vida y ella se vería obligada a impartir justicia de nuevo. Pero ahora había algo que le apremiaba más: aún tenía en su poder la otra mitad del alma de su madre; tenía que mandarla al mundo mortal lo antes posible.
Miró por la ventana, tomó aire un segundo y con todas sus fuerzas lanzó el alma de su madre al vacío, sin pensar, sin mirar... estaba tan aturdida por la reciente visita de su padre, que decidió dejar esa parte de su madre a su hermano Moros; seguro que él, le buscaba un hogar mejor.

Lo invocó telepáticamente para que se hiciera cargo del alma que acababa de lanzar y se tendió en uno de los triclinios.
Había hecho lo correcto, lo sabía... Pero entonces, ¿por qué sentía esa desazón en su interior?

DEA NOCTIS {El Origen} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora