Capítulo 8 parte 2. IN FATALE DIE.

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Dedicado a SabriGonzalez8, porque me alegra con cada uno de sus comentarios.

Aristo cerró la trampilla y volvió a ocultar el acceso al pasadizo tan pronto como su mujer echó a correr; sabía muy bien que él nunca tomaría aquel túnel, puesto que alguien tendría que mantener ocupada a la bestia para concederles el tiempo suficiente y lograran escapar.

El gran portón crujió, haciendo estremecer a Aristo; faltaba muy poco para que esa bestia traspasara el umbral, apenas les separaban unos pocos centímetros. Aristo se apresuró a empuñar una de las herramientas que utilizaba en el taller: un hacha curva, muy bien afilada, la cual cortaba grandes troncos como si de mantequilla se trataran. Esto le daría al menos una posibilidad de defenderse: le daría una buena tunda a ese ser. Si debía morir ese día... lo haría luchando, pensó.

Otra fuerte embestida logró romper el lado derecho del portón, creando así una pequeña brecha lo suficientemente grande como para que Aristo pudiera observar unos grandes y afilados cuernos color marfil salpicados por rastros de sangre seca que se entremezclaban; junto a ellos unos temibles ojos negros inyectados en sangre lo miraban fijamente.

Pronto del macizo e impenetrable portón sólo quedó un maltrecho pedazo de madera unido a una de las robustas bisagras. Aquel ser monstruoso había embestido el portón hasta acabar con él.

Aristo miró al gran animal que se erguía ante él y palideció: media cerca de dos metros de altura, de complexión grande y musculosa, una mezcla entre humano y bovino, una bestia realmente horrenda: su hocico y pezuñas eran tal y como las de un toro, pero al mismo tiempo sus ojos, brazos y piernas eran increíblemente humanos; si no fuera por el espeso pelaje negro que cubría todo su cuerpo podría haber sido una criatura hermosa.

La gran bestia emitió un mugido de victoria al conseguir penetrar en aquel taller. Miró a Aristo y olfateó en busca del niño; sabía que su presa se encontraba cerca...

Mientras tanto, Leandra corría por aquel pasadizo húmedo y oscuro. Pronto sintió el cansancio del que su marido le había advertido: el pequeño Talos pesaba más de lo que pensaba. Paró un momento y bajó al niño para poder respirar, pero éste salió corriendo llamando a su padre en dirección contraria.

-¡Talos, no! -gritó aterrada Leandra.

El pequeño llegó a la escalera que lo separaba del taller de su padre, subió corriendo y vio la trampilla cerrada; empujó con todas sus fuerzas, pero ésta no se movió. Arriba se escuchaban golpes y gruñidos de animal; su madre lo alcanzó antes que Talos llámase de nuevo a su padre, le tapó la boca con la mano y le susurró que se quedase muy quieto.

-¿Dónde está Talos Nedidis? -gruñó la bestia.

Aristo enmudeció, aquel horrible ser buscaba a su hijo...

-No sé de quién me hablas...-mintió Aristo.

-Puedo oler la mentira desde aquí... Dime dónde está y te dejaré vivir.

-¡Eso nunca! -contestó Aristo. Y con un fuerte grito se abalanzó contra aquel espeluznante ser.

Talos miró a su madre, y ésta asintió: Leandra sabía que su marido estaba luchando contra aquella bestia por salvarlos. Abrazó más fuerte a su pequeñín intentando reconfortarlo; Talos temblaba con cada uno de los golpes que se escuchaban. El mueble que ocultaba la trampilla donde ellos se encontraban salió volando hasta estrellarse en una pared cercana, los leves quejidos de Aristo hicieron que Leandra se temiera lo peor: su virum estaba herido.

Un nuevo rugido salió de las cuerdas vocales de aquel monstruo y volvió a arremeter contra Aristo, embistiéndole contra el suelo en el que yacía, justo sobre las cabezas de Leandra y Talos.

El minotauro, apunto de perder la paciencia, volvió a preguntar:

-¿Dónde está?

-A...a... aquí no e... e...está -logró articular Aristo, enfureciéndolo aún más.

La bestia rugió furiosa. Levantó a Aristo del suelo con un solo brazo mientras posaba una de sus fuertes pezuñas en la cadera de éste; tiró de él en direcciones opuestas, los desarrollados músculos de su brazo se tensaron enormemente mientras Aristo gritaba de dolor al sentir cómo sus músculos se desgarraban y sus huesos se iban separando unos de otros. Sin poder soportar más tiempo aquel calvario, Aristo perdió el conocimiento justo antes de que la enorme bestia separara su cuerpo en dos, esparciendo los intestinos del joven carpintero por el suelo de la trastienda; soltó las piernas, y estas cayeron pesadamente retumbando en el suelo, el mismo suelo tras el cual Leandra y Talos se ocultaban.

La bestia se detuvo a observar por última vez el rostro de aquel cadáver: «Qué imbéciles eran los humanos...», pensó dejando caer también el tronco de su víctima al frío y encharcado suelo, formando así un pequeño río de sangre a sus pies. Volvió a inhalar el aire profundamente en busca del rastro de su presa; tenía que encontrar a ese infante cuanto antes, había desperdiciado demasiado tiempo con ese humano enclenque, pero el aroma de Talos ya había desaparecido de aquel lugar.

Leandra y Talos pudieron escuchar cómo Aristo gritaba y el sonido de la carne al romperse. Estaban situados justo debajo del enfrentamiento; a través de las grietas del suelo se filtraba la luz, eso les hacía saber dónde se situaba cada uno. La sangre comenzó a filtrarse por dichas grietas, cayendo sobre sus cabezas.

Leandra lloraba en silencio mientras con su temblorosa mano limpiaba el rostro de Talos, que se impregnaba cada vez más de la sangre de su padre. Se mantuvieron quietos y en silencio hasta que escucharon a la bestia marcharse; por suerte para ellos, la esencia de la sangre de Aristo había enmascarado el olor de Talos al caer directamente sobre él, haciendo que el minotauro perdiera su rastro.

Leandra miró a su hijo a los ojos: el pequeño estaba aterrado, no comprendía lo sucedido pero tampoco osaba preguntar.

-Talos, mírame cariño, ya se ha ido. Ya ha pasado todo -lo tranquilizó su madre.

Talos se abalanzó llorando sobre ella, y ésta lo acogió con un nudo en su garganta: ¿Cómo iba a decirle que ya no volvería a ver a su padre nunca más?

Permanecieron allí unas cuantas horas más; ninguno de los dos se atrevía a moverse, y mucho menos a abrir aquella trampilla. Leandra imaginaba que su marido yacía muerto en algún rincón, y no tenía valor para comprobar que así era.

De repente la luz proveniente de la superficie los cegó, y unos gritos de auxilio salieron apresurados de la garganta de la joven que los había encontrado; esto devolvió a Leandra a la realidad. Tomó al niño en sus brazos, alzándolo sobre su cabeza para que la muchacha pudiera sacarlo de allí. Una vez Talos estuvo arriba, Leandra se apresuró en salir.

Automáticamente sus ojos buscaron por todo el taller el cuerpo sin vida de su virum; lo halló cubierto con una sábana. Había sangre por todas partes, prácticamente estaba todo el taller destrozado.

Se acercó a la sábana que ocultaba el cuerpo de su marido y la retiró con manos temblorosas; no podía controlar el miedo que sentía ante la escena que se intuía bajo el lienzo teñido de rojo: el cuerpo mutilado de Aristo apareció ante ella, produciéndole arcadas; su peor pesadilla se había hecho realidad: ahí, descuartizado frente a ella se encontraba el único hombre al que había amado.

Se derrumbó y lloró sobre el cadáver de su esposo con gran pesar; un alarido de dolor salió de su garganta, haciendo estremecer a todos los presentes, incluyendo a su hijo de cuatro años que miraba la escena impotente.

Talos sabía que aquello era muy malo, que su papá ya nunca jugaría más con él, y que su mamá estaría tan triste como él se sentía en ese momento. Aquel monstruo había pronunciado su nombre, debía haber sido él, Talos Nedidis, quien estuviera en el suelo cubierto con una sábana y no su papá; en cambio era Aristo el que se encontraba bajo dicha sábana. Talos no pudo apartar la mirada de aquella grotesca estampa...

DEA NOCTIS {El Origen} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora