Capítulo 7. TRAVIESO.

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Corinto, Grecia

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Corinto, Grecia.

-¡Talos, estate quieto!

Gritó una muy estresada Leandra. Su hijo de cuatro años era un terremoto, no paraba quieto ni un segundo: travieso, descarado y con un encanto innato, se metía en el bolsillo a todas las vecinas, que lo consentían y adulaban. Corrió tras él por el mercado hasta que lo alcanzó, cogiéndolo fuertemente del brazo y deteniéndolo:

-¡Devuelve ahora mismo lo que has cogido al señor de las frutas, sinvergüenza!

El hombre lo miró con semblante serio, y Talos se escondió detrás de la falda de su madre; una manita blanca asomó, sosteniendo una manzana roja. El frutero la cogió, sonrió a Leandra, y exclamó serio:

-Por esta vez lo dejaré pasar jovencito... Pero si esto vuelve a repetirse te cortaré la mano con el cuchillo del carnicero, ¿está claro? -dijo señalando dicho cuchillo, que en ese momento estaba siendo utilizado para partir un muslo de pollo.

El pequeño Talos observó la escena, imaginando que aquel muslo de ave era su mano, y asintió intimidado.

Leandra se disculpó por el comportamiento de su hijo y continuó su camino con el pequeño cogido del brazo: no pensaba soltarlo de nuevo, cada vez que lo hacía su hijo perpetraba alguna trastada, y a consecuencia de ello acababa siempre avergonzada. Llegó a casa varias horas más tarde forcejeando con su hijo, que quería soltarse y echar a correr, pero ella no se lo permitió. Una vez en la cocina lo dejó libre, y éste salió corriendo detrás del perro; gritos y ladridos rompieron el silencio que hasta el momento había imperado en el hogar, mientras ella acomodaba los alimentos. No sabía qué iba a hacer con ese niño... era tremendamente hermoso: su cabello azabache contrastaba con su pálida tez y sus ojos grises; con sólo cuatro años enamoraba a todas las niñas, no quería imaginar cómo sería con unos cuantos años más; su padre Aristo nunca fue así. Aunque para ella su esposo era hermoso, su belleza no radicaba en el físico: su bondad era lo que le hacía realmente hermoso, bondad que parecía que su hijo no había heredado.

De repente la casa quedó en absoluto silencio, hecho que la inquietó, pues sólo podía significar una cosa: problemas.

Leandra salió rápidamente de la cocina buscando a su hijo con la mirada, pero lo que vio la dejó perpleja: ante ella, se encontraba la Magna Dea Iustitia Némesis, de la cual era una ferviente adoradora; tan pronto estuvo frente a ella, se arrodilló inmediatamente a sus pies. Némesis sonrió:

-Bella Leandra, he venido para hablar contigo y con tu hijo. Esto que voy a decirte no debes contarlo a nadie, ni siquiera a tu esposo, ¿me lo prometes?

Leandra asintió aún arrodillada. Némesis sonrió, y con un gesto le ordenó que se levantara.

-Escúchame bien pequeño Talos: tu destino es grandioso, y eres un ser especial, por lo tanto deberás mantenerte a salvo. Querrán acabar contigo por ser quien eres, y tendrás que luchar con todas tus fuerzas para evitar que esto ocurra.

DEA NOCTIS {El Origen} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora