EPILOGO

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—¡Talos! —gritó su madre.

—¡Madre! ¡Corre hacia el puerto, nos encontraremos allí!

—Pero…

—Ve, madre. Prometo que estos atenienses no acabarán conmigo tan fácilmente.

Leandra echó a correr en medio de la cruenta batalla que se estaba desarrollando en la ciudad de Esparta. Los atenienses habían logrado franquear las murallas de la ciudad, y aunque los espartanos eran fieros guerreros, las tropas invasoras les superaban en número, llegando incluso a duplicar a sus efectivos.

Leandra siguió las órdenes de su hijo con premura. Su pequeño y travieso Talos se había convertido en todo un hombre, un hombre de bien, un gran guerrero; había entrado a formar parte del ejército real de Esparta y había sido aceptado con honores entre los soldados. Y ahora estaban siendo asediados por los atenienses en una guerra sin cuartel, una guerra que no presagiaba buenos resultados para los espartanos, y su hijo no podía huir de aquello. No al menos hasta que la batalla concluyera... pues era su deber proteger la ciudad de los ataques enemigos.

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Por su parte, Érebo observaba sonriente desde su trono la guerra provocada en Esparta. Su hija Eris y su talento para sembrar la discordia eran un gran aliado para su fin: había logrado dar origen a aquel conflicto en apenas dos días…

Tras todo lo acontecido en el reino de Agder y a huida de Adara, Érebo había montado en cólera con Eris, pues le había exigido una guerra y un matrimonio, pero esto último no se produjo.

Érebo dejó de contemplar lo que estaba ocurriendo en Esparta y se levantó dirigiéndose hacia las mazmorras… Atravesó el angosto pasaje repleto de celdas vacías hasta llegar a la única que no lo estaba. Miró en su interior y sonrió ante lo que contemplaron sus ojos: Allí, frente a él, amarrada al techo por unas largas cadenas se encontraba de pie y de espaldas a él su hija Némesis, tal y como la había dejado días atrás cuando acababa de ser raptada por Eris…

—Hija… Lamento mucho todo esto. Lo sabes, ¿verdad? —mintió Érebo.

—Padre… Si de verdad lo lamentas, libérame —le demandó ésta haciendo sonar las cadenas que la mantenían cautiva.

—No puedo hacer eso, Némesis. Al menos no hasta que te des cuenta de lo equivocada que estás y te unas a mí.

—Eso jamás pasará, y lo sabes padre… —le respondió ella con determinación— ¿Vas a mantenerme confinada aquí por toda la eternidad?

—Te unirás a mí mucho antes de lo que piensas, pues te estoy dando la oportunidad de hacer lo que debes. Te estoy brindando mi protección…

—¿Tu protección? ¡Pero si de quien he de protegerme es de ti! —dijo ella con sarcasmo.

—No hija, de quien debes protegerte es de tu hermana Eris.

—¿Eris? ¿Dónde está ella ahora?

—Estará al llegar… Y puesto que ha enmendado su fracaso con Adara, en cuanto termine la  terrible guerra que está asolando Esparta vendrá para vengarse de ti.

—¡¿Eparta?! —exclamó Némesis con preocupación.

—Sí, querida. ¿Creías que no era conocedor del verdadero paradero de Talos? Eres más ilusa de lo que imaginaba...

—Si eso es así, ¿por qué no atacaste antes?

—¡Eso a ti no te incumbe! —contestó Érebo irritado— Pero debes saber que ni tú ni tus hermanos sois rivales para mí; sois mis hijos, ¡pero no dudaré en aplastar uno por uno a todos los que osen interferir en mis planes! Pienso alcanzar el poder legítimo del que se me ha estado privando durante siglos, y nadie podrá impedírmelo. Te ofrezco la oportunidad de estar en el bando ganador cuando eso ocurra…

—¡Nunca! —gritó Némesis furiosa.

—Entonces sufrirás las consecuencias de tu decisión…

DEA NOCTIS {El Origen} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora