Capítulo 17. RECUERDOS

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Reino de Agder, Escandinavia

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Reino de Agder, Escandinavia.

Adara salió de entre los árboles con un renovado entusiasmo: su verdadera madre había ido a verla arriesgando mucho para avisarle del peligro que corría; la quería tanto como recordaba, esta visita inesperada era una evidencia irrefutable de ello, y esto la hizo saltar de ilusión. Sabía que no podía contárselo a nadie, pues si alguno de sus hijos se enteraba de su visita, la castigarían.

Pero estaba feliz, y esto la hizo recordar el día en que su hijo Moros la dejó a cargo de sus hoy padres adoptivos...

«Ella tenía poco más de unos días de vida, Moros había descendido al mundo mortal con ella en brazos en busca de una familia de osos muy particular; él mismo les había otorgado sus dones como agradecimiento por la ayuda que le prestaron en el pasado: Hans, el gran oso pardo macho, había sido un muchacho fuerte y sano de uno de los asentamientos más prósperos de Noruega; y Astrid, la osa blanca que contra todo pronóstico se enamoró del humano que la rescató. Ellos serían perfectos para cuidar del bebé: ambos eran osos, pero podían transformarse en humanos a su antojo, vivían lejos del pueblo y le debían un gran favor...

Los encontró en el bosque en su forma animal, apareándose.

-Vengo a cobrar el favor que me debéis.

Los animales se miraron por un instante, y un momento después se habían separado para posteriormente asentir a la vez en dirección a Moros. Éste sonrió.

-Veréis amigos, necesito que cuidéis de un bebé, un bebé muy especial... Tendríais que criarlo como humanos y darle todo lo que necesitase, también deberéis protegerlo de todo mal y defenderlo con vuestra vida si fuese necesario. Dicho esto, ¿aceptáis este cometido?

Ambos asintieron sin pensar. Deseaban tener hijos, pero ese fue uno de los precios que pagaron por su amor.

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♦{Hans Baarsson, hijo del Jarl Baard y heredero del clan, debía elegir una esposa y guiar a su pueblo, pero él no tenía tal interés. Estaba enamorado de su osezna Astrid, así la había llamado cuando la encontró intentando cruzar el río helado con apenas unas pocas semanas de vida; aquella osezna blanca como la nieve lo cautivó. Hacía poco más de dos inviernos de aquello y su Astrid ya era toda una osa adulta, Hans pasaba el día entero correteando con ella por el bosque, incluso muchas noches salía de su cabaña a escondidas para ir a refugiarse en su cueva y dormir junto a ella.

Cuando llegó el día del matrimonio concertado por su padre, Hans se negó a unirse a la heredera del clan vecino, conocidos como los cazadores de osos. Si esta mujer descubría de la existencia de Astrid tendría una aldea entera dándole caza, de manera que rechazó tal enlace, sin medir las consecuencias que dicha decisión podría conllevar. Esta actitud provocó la ira de su progenitor, cuya autoridad se había visto cuestionada por aquel que estaba llamado a ser su sucesor, y que veía cómo sus esfuerzos por consolidar la hegemonía de su tribu en todo el territorio se truncaban a causa de la desobediencia de su vástago.

Esa afrenta hacia la decisión tomada por el patriarca había provocado tal cólera en éste que desencadenó en un violento enfrentamiento entre padre e hijo, que acabó resolviéndose en una cruenta lucha de dramáticas consecuencias, en la que Baard, cegado por la rabia, había acabado insertando su espada en el estómago de Hans, arrebatándole la vida.

Moros observaba los acontecimientos desde su trono con interés. Le impactó la frialdad de aquel padre para con su hijo, y decidió intervenir. Ese mortal necesitaba un escarmiento, así que se transportó a la fría y dramática escena.

Baard desesperado, confundió a Moros con el dios Odín, al que adoraba y éste tampoco lo sacó de su error. Lloró a sus pies suplicando por la vida de su hijo, y el caprichoso Moros le devolvió la vida, pero... transformándolo en oso: un oso medio humano, el cual podía transformarse en ambos cuerpos a voluntad}♦

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»Hans sonreía aún en su forma animal, mostrando sus enormes colmillos complacido ante tal proposición para ellos el favor se lo estaba haciendo Moros en forma de milagro: tendrían un hijo al fin…

La esterilidad fue el precio que ambos tuvieron que pagar para que Astrid pudiera convertirse en humana también y así poder vivir su amor por toda la eternidad, y ésta se haría mucho más llevadera con un niño correteando por el bosque.

Astrid se convirtió en una preciosa mujer de pelo dorado y piel blanca, se cubrió con una de las pieles que había en el suelo y se acercó para cargar a la pequeña en sus brazos. Hans también cambió a su forma humana: era un hombre rudo, de pelo rubio oscuro y mandíbula pronunciada; no se cubrió como había hecho su pareja, ya que este no sentía pudor alguno por su desnudez, se acercó a su amada y observó a la pequeña.

Moros los contempló atentamente, había elegido bien. Se disponía a marcharse cuando recordó las palabras de Thánatos:

-Por cierto... -comenzó a decir- Su nombre es Adara, deberéis llamarla así, y le contaréis que su madre la amó tanto que dio su vida por ella y le hizo el regalo de su nombre.

-¿Es eso cierto? -Quiso saber Hans.

-Totalmente.

-Pues así será.

Moros asintió y se desvaneció...»

»De vuelta al presente, Adara, que ya estaba de regreso en el pueblo, vio a su padre cerca de la herrería y corrió hacia él, intentando no caer con el bajo de su vestido, su madre había confeccionado dicho vestido especialmente para ella, hecho de lana de oveja y adornos en color azul, tal como Adara le había pedido. Su padre la alzó en brazos haciéndola olvidar todos sus recuerdos anteriores y riendo a carcajadas. Astrid los alcanzó rapidamente y besó a su hija en la frente, ésta levantó los brazos susurrando un simple “mami” y pasó a los brazos de Astrid. Era la niña mimada, su única y especial hija; sabían bien que algún día su amigo el destino vendría a por ella, y aunque esto los acongojaba habían decidido que todo el tiempo que pasara junto  ellos la colmarían del más dulce amor.

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