Capítulo 2 parte 1. ADARA.

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Moscú, Rusia

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Moscú, Rusia.

Estaba a punto de morir; era apenas una niña de quince años que deambulaba por las gélidas calles de Moscú.
Era pleno invierno y sabía que no sobreviviría más que un par de horas, pero tenía que resistir; habían matado a sus padres por su culpa, nunca debió haberse enamorado de Víctor Dubrovsky, el mayor mercenario de toda Rusia.

Cuando Katiena Makarova anunció a sus padres que estaba embarazada; casi la matan a golpes.
La muchacha acudió en busca de apoyo a su amado Dubrovsky, pero éste la rechazó al enterarse de la noticia.

Ese mismo día, Katiena destrozada, salía de visitar a su amado Dubrovsky, cuando escuchó que los hombres de Víctor se dirigían a casa de sus padres para obligarles a colaborar con ellos.

Katiena sabía que su padre no aceptaría y las cosas se pondrían muy feas. Así que salió corriendo inmediatamente: tenía que evitarlo. Cogió varios atajos para llegar antes que los sicarios de Dubrovsky, corrió lo más rápido que pudo para avisar a sus padres; dio la vuelta a la calle y bajó las escaleras de dos en dos, pero al llegar una gran humareda la recibió. Corrió entre el gentío que había comenzado a formar un corrillo para ver lo ocurrido; empujó a varias de sus vecinas que la miraron con pesar.

-¡No! -exclamó ella.

A Katiena se le hizo un nudo en el estómago.
Cuando por fin logró atravesar la barrera humana, vio el estremecedor espectáculo:
Era el taller de su padre el que ardía, al igual que su casa. Las llamas iluminaban todo el barrio. Buscó con la mirada entre el gentío a su madre o a su padre y al no encontrarlos una vecina la abrazó y le dio la fatal noticia: no habían podido escapar del incendio a tiempo.

Destrozada, Katiena cayó de rodillas y lloró amargamente: ya no quedaba nada de su hogar, ni de su familia... y todo por su culpa.

La gente la contemplaba con pesar, habia sido una muchacha escandalosa y sus excentricidades habian llevado a la muerte a sus padres. La gente empezó a dispersarse y a regresar a sus domicilios, mientras que el fuego consumía los últimos escombros del hogar de Katiena, miró por última vez lo que antaño había sido su vida y cuando se disponía a abandonar el lugar, un sonido a sus espaldas la alertó. Miró a su alrededor y lo que vio la dejó estupefacta: ante ella se encontraba el infeliz que le había arrebatado todo:

Víctor Dubrovsky... estaba allí, impasible, mirándola tranquilamente con una gran sonrisa en su rostro. Esto sólo podía significar una cosa: había llegado su hora.
Dubrovsky venía para acabar con ella, tenía la certeza de que la mataría allí mismo, delante de los transeúntes y sin ningún tipo de remordimiento por su propio hijo, que portaba en su interior. Así que se armó de valor y lo desafió, (si iba a morir, lo haría con la cabeza bien alta):

-¡Mátame si te atreves, viejo demonio!

Dubrovsky la miró un segundo y estalló en carcajadas:

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