CAPÍTULO 2

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Me encontraba sentada frente al lago que estaba cerca de mi cabaña, mirando con cautela la hermosa agua cristalina, en la que se reflejaban los árboles verdes y frondosos, al igual que las preciosas flores color rosa y violeta. Verdaderamente sólo estaba ahí por una razón. Y esa razón era la ilusión de ver nuevamente a Sehun. Mi príncipe.
Observaba detenidamente una pequeña golondrina que volaba en el cielo, a unos metros de mí, pero la perdí de vista cuando unas cálidas manos se posaron en mis ojos cubriéndolos con delicadeza.
—¿Por qué siempre usas esa capa? —me susurró una voz gentil cerca de mi oído izquierdo.
—Mi abuelita me la hizo —le respondí  sin moverme.
—Di mi nombre y destaparé tus ojos —me ordenó sutilmente.
—Oh Sehun —le respondí lentamente.
Escuché como Sehun dejaba escapar una pequeña risa y, luego de un momento, destapó lentamente mis ojos.
Giré mi cuello para poder mirarlo y me encontré con los ojos color miel de Sehun. Él esbozó una sonrisa y se levantó del pasto.
—¿Quieres jugar? —me preguntó mientras forjaba una sonrisa torcida en sus labios.
—Sí —le respondí casi al instante y me levanté del verde pasto ligeramente húmedo.
—Vamos, trepemos un árbol —propuso Sehun.
Observé desde mi lugar como él corría hacia un enorme árbol con miles de ramas. Se veía muy excitado y alegre.
—No sé trepar —le confesé mirando como él comenzaba a subir al árbol.
—¿No te ha enseñado tu papá a treparlos? —me preguntó Sehun bajándose nuevamente del zalate.
—Mi padre murió hace cinco años. Y yo tenía seis años de edad en ese entonces —le conté.
—Ven —me ordenó con una sonrisa—. Yo te voy a enseñar a treparlos.
Sehun se acercó a mí y me agarró de la mano. Caminó hasta el árbol y subió a una rama que estaba flotando sobre el suelo.
—Dame la mano —me ordenó ofreciéndome su mano derecha.
Agarré la mano de Sehun y él me impulsó, logrando que pudiera subir a su lado.
—Pisa en donde yo pise —me explicó trepando más ramas.
Asentí con la cabeza y comencé a seguir los pasos de mi amigo.
Cuando llegamos lo suficientemente alto, Sehun se detuvo, se sentó en una rama sólida y agarró mi mano.
—Siéntate en esta rama y contempla la naturaleza —me aconsejó señalándome una rama fuerte a su lado.
Obedecí a Sehun y me senté a su lado para contemplar el lago.
Extrañamente, me sentía protegida y segura estando con él. Algo tenía Sehun que a mí me gustaba, que me hacia feliz. Emanaba confianza a pesar de su mirada.
—¿Vives en el bosque? —me atreví a preguntarle.
—Sí, he vivido aquí desde que nací —me respondió, contemplando mi larga cabellera.
—¿Nunca te has preguntado por qué vives aquí?
—Sí. Pero no me molesta este lugar, es todo lo contrario. Mi padre dice que nunca saldremos de este bosque, no sé sus motivos —me contó dirigiendo su mirada hacia el lago—. ¿Y tú? ¿Siempre has vivido aquí?
—No, yo vivía en la cuidad. Pero cuando tenía seis años de edad mis padres me trajeron a vivir con mi abuela por un tiempo. Según la historia, ellos venían ha visitarme cuando mi abuela les informó que yo tenía fiebre y necesitaba medicinas. Mi abuelita dice que ellos regresaron a la cuidad para conseguirlas, pero ya no volvieron a la cabaña. Su muerte fue trágica y misteriosa, al parecer un animal bestial acabó con sus vidas. Esa es mi historia —puntualicé.
—¿Tú crees en las leyendas y cuentos de hadas? —me preguntó Sehun mirándome a los ojos.
—No, sólo son mitos inexistentes. ¿Tú los crees? —le devolví la pregunta.
—No creo que le haga daño a nadie creerlos. ¿O sí?
—Por supuesto que no —le respondí rápidamente—. ¿Tu padre convive mucho contigo?
—Solamente cuando está de buen humor, porque cuando no lo está, se va de mi casa y no regresa hasta ciertos días. Es un hombre introvertido y serio, no suele contar nada —me relató Sehun mirando el baile que hacían las hojas de los árboles al ser golpeadas por el viento.
Nos bajamos del árbol y ambos nos recostamos sobre el área de pasto que estaba tapizado por pequeñas flores de colores. Ambos contemplábamos el hermoso cielo azul con cautela mientras platicábamos de nuestras vidas. El tiempo pasaba y el sol era remplazado por la luna, haciendo que la combinación del cielo se viese naranja con un toque de color morado.
—Mi abuela me regañará si no regreso temprano —le informé a Sehun.
Me levanté de la alfombra de flores y las contemplé unos segundos. Estaban intactas.
—¿Mañana será igual? —me preguntó Sehun sosteniéndome de la mano.
—Todos los días —le respondí dándole un beso en la mejilla.
Nos sonreímos unos escasos momentos y después tomamos rumbos diferentes hacia nuestras casas.
Yo corrí con cautela hasta mi cabaña, un minuto más y mi abuela me castigaría.
Al llegar a la vivienda de madera, me adentré a ella y caminé hasta el sillón pequeño de la sala para dejar mi capa sobre el.
—¿Sabes la hora que es, mi niña? —me preguntó mi abuela saliendo de su habitación.
—Discúlpame abuelita —me retracté agachando la cabeza—. No volverá a suceder.
—Eso espero. Ve a darte una ducha y vuelves para cenar.
Obedecí a mi abuela y caminé hacia el baño de la casa para bañarme. Cuando terminé, me coloqué mi pijama y regresé a la sala para cenar. Mi abuela me había preparado waffles y chocolate caliente con malvaviscos. Sin duda la adicción de un niño.
Al terminar de cenar, me levanté del comedor y dejé mis trastes en el fregadero de la cocina. Mi abuela, como todas las noches, me arropó en mi cama y me dio las buenas noches.

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