—Ya basta, SeHun —le rogaba mientras me ahogaba con mi propia risa.
—¿Y si no lo hago? —me retó SeHun continuando con su juego.
—Voy a aplicarte la ley de hielo —le advertí pataleando en el aire.
—No has podido hacer eso desde los siete años que llevamos conociéndonos —me contestó SeHun dejando de hacerme cosquillas.
Y es verdad, ya hace siete años que conozco a SeHun. Él me había salvado del peligro cuando apenas éramos unos niños.
SeHun ahora cuenta con diecinueve años de edad, mientras que yo poseo dieciocho. Nuestra amistad es tan fuerte y pura como ninguna otra. Él siempre a mi lado, y yo a su lado.
—Ponte bien tu capa, Caperucita Roja —me dijo SeHun sonriendo.
—Mi abuela me la fabricó roja, no te burles —le contesté golpeándolo en su brazo izquierdo.
—¿Qué ocurrió con la capa verde que usabas cuando te conocí? —me preguntó acariciando mi capa.
La tela era suave, por esa razón él siempre deslizaba sus finos dedos blancos por el largo de la capa.
—Dejó de quedarme hace tres años —le respondí mirando como seguía acariciando mi capa.
Los gestos que hacia SeHun me confirmaban que el color que portaba mi prenda, le encantaba. Rojo, un color realmente llamativo para el sexo masculino. Y sabía que le gustaba la textura que la tela de terciopelo le brindaba a su tacto, suavidad. Era la capa perfecta, y también sabía que a SeHun le encantaba verme con ella puesta.
—Muchachos, ¿quieren galletas de chocolate? —gritó mi abuela desde la cocina.
—Sí —le respondí.
Me levanté del suelo y caminé hasta quedar bajo el umbral de la puerta que daba acceso a la cocina. Miré con atención cómo mi abuela preparaba las galletas que tanto me encantaban. Y entonces hablé.
—¿Abuelita?
—Dime —me contestó dirigiendo su mirada hacia mí.
—¿Podemos ir SeHun y yo a patinar a el lago congelado? Sólo en el tiempo en que las galletas se hornean —le supliqué haciendo un gesto adaptador con mis manos.
—Sí. Pero tengan cuidado y vuelvan en veinte minutos —me respondió mi abuela volviendo a su trabajo con las galletas.
Me giré para mostrarle a SeHun una sonrisa de satisfacción y me acerqué hasta él para agarrar los patines que me ofrecía entre sus manos.
Él se levantó del suelo y me agarró de la mano, entrelazó sus dedos con los míos y caminamos así hacia la puerta para salir de la cabaña.
La primera vez que pisé el hielo, fue hace tres años. SeHun me había enseñado a patinar en una tarde de diciembre.
De alguna forma, él siempre lograba que yo pudiera desvanecer mis miedos. Al igual que romper unas cuantas reglas.
—¿Tienes frío? —me preguntó SeHun.
Acarició sutilmente con sus largos dedos mi mano que aún permanecía unida a la suya. Era una sensación confortante y delicada. Me gustaba.
—Estoy bien. Mi capa cubre más de lo que imaginas —le respondí estrechando suavemente su mano.
La cálida mano de SeHun me brindaba calor. Nuestras manos se veían tiernas entrelazadas, y más aún con nuestro pálido color de piel mezclándose mutuamente para parecer uno solo y no saber distinguir cuál era la mano de quién.
SeHun me sonrío y siguió caminando sin soltar mi mano. La sensación de caminar sobre la nieve era deliciosa, nuestros pies se hundían en ella y volvían a salir. Y así sucesivamente. Los árboles estaban completamente escarchados de nieve y sus ramas estaban desnudas, sin una hoja adornándolos.
Diciembre era la época del año que SeHun y yo anhelábamos y ansiábamos tanto pasar juntos. Sin duda alguna, era la estación del año que más disfrutábamos. En las fiestas navideñas, su familia y la mía se reunían para celebrar Navidad y Año Nuevo. Aún recuerdo la fiesta del año pasado, en la cuál sólo tuvimos que comer ensalada, salmón y vino. Y la razón fue porque mi abuela nos había dejado a SeHun y a mí a cargo del pavo navideño que se cocía en el horno mientras ella iba a comprar el resto de la cena al pueblo. ¿Y qué ocurrió con el pavo? Se quemó mientras ambos jugábamos a las escondidas en el ático de la casa. Fue un desastre realmente divertido e inolvidable.
Llegamos hasta el jardín ubicado frente a el lago y nos sentamos en un tronco que yacía acomodado bajo un árbol, simulando ser una banca. Nos pusimos los patines y caminamos con agilidad hacia el hielo sólido del lago.
—Primero entraré yo para ver si es seguro —me informó SeHun.
Asentí con la cabeza y esperé afuera del lago a que mi amigo me confirmara la entrada a la pista.
—¡Vamos, es seguro! —gritó patinando hacia mí.
—Ayúdame —le pedí tratando de equilibrarme sobre el hielo.
—Dame la mano —me dijo SeHun extendiéndome su mano derecha.
Agarré la mano de SeHun y él me comenzó a guiar con cuidado por todo el asombroso lago congelado. Esto era fantástico, relajador y divertido. Patinar es como volar, te sientes libre y extasiada. Sientes que nada a tu alrededor existe, y si patinas con alguien a tu lado, sientes que la vida pasa frente a tus ojos con lentitud.
—¿Te gusta? —me preguntó SeHun mirándome por sobre su hombro.
Nuestras manos estaban nuevamente entrelazadas, ambos patinábamos a la par y con tranquilidad. Sin preocupaciones.
—Sí —le respondí.
Cerré los ojos e inhalé hondo. Olía a humedad, naturaleza, pasto mojado y, lo más importante, el perfume embriagador que usaba SeHun.
Ambos seguíamos patinando con tranquilidad y cautela. Sonriendo y disfrutando de los copos de nieve que caían del cielo. Pero un error ocurrió, la punta de mi patín frenó contra el hielo en un mal movimiento, impulsándome hacia adelante para después caer sobre SeHun. Él amortiguó el golpe, por ser el primero en caer.
—¿Estás bien? —le pregunté rápidamente después de los segundos de expectación.
—Sólo si bajas de mí —susurró SeHun debajo de mí.
—Discúlpame.
Me retiré de su cuerpo con cuidado y me levanté. Ayudé a SeHun a incorporarse y lo abracé para susurrarle un lo siento al oído.
—No te preocupes, no pesas nada —me contestó riendo—. Valerie, tengo algo que decirte —pausó.
Dejándome con la intriga.
—¿Qué es? —lo incité mirándolo a los ojos.
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El lobo
FantasiÉl no era un lobo común. Tampoco era un humano. Un pasado me persigue.