CAPÍTULO 11

77 3 0
                                    

Nota:✨Usar audífonos para el audio y reproducirlo cuando vean una nota entre paréntesis ✨

Mi boca se abrió en forma de sorpresa al ver la fotografía que yacía acomodada sobre el buró.
Me levanté de golpe de la cama y la rodeé para poder agarrar el retrato entre mis manos.
—Esto es mío —murmuré mirando detalladamente la fotografía.
La fotografía que tenía entre mis manos... era la misma que había perdido en la mañana. Pero, ¿qué hace aquí?
Volteé la fotografía para observarla mejor, pero en esta estaba escrita una frase con una caligrafía ajena a la mía, igualmente, tampoco coincidía lo que decía esta a la que me pertenecía. Lo cual me confirmaba ahora, que esto no era mío.
Dejé la foto en su lugar y caminé hacia la salida de la recámara.
—Te amo, SeHun —susurré antes de salir de la habitación.
Bajé las escaleras hasta llegar al primer piso y busqué a la señora Oh cuidadosamente. La encontré a ella sentada en la mesa del comedor iluminando con pintura de óleo el dibujo de un bosque.
—Es hermoso —hablé en voz baja cuando llegué hasta su lado. Sonreí.
—Gracias, Valerie —me respondió devolviéndome el gesto.
—¿Le gustan los lobos? —le pregunté admirando aquella criatura de pelaje gris con negro que estaba plasmada en el dibujo.
—Para ser franca, no son mis animales favoritos —pausó—, pero todo lo que veo, lo plasmo en un dibujo.
—¿Vio a esa magnífica criatura? —le pregunté atónita.
—Así es —sonrió de manera orgullosa—. Lo vi desde la ventana de la sala a unos cuantos metros de la casa, él estaba mirando hacia la profundidad del bosque. El animal era enorme y su pelaje era precioso.
—Vaya —pronuncié anonadada—. Siendo sincera... a mí me gustaría ver de frente a esa increíble criatura.
—Querida, tus ilusiones me parecen algo atrevidas y descabelladas —me contestó riendo.
Yo la acompañé en esa risa.
—Es solo que... sería grandioso —sonreí mostrado mis dientes.
—Tal vez lo sea —me respondió de la misma manera.
—Seo Min, me gustó pasar la tarde contigo —hablé—, pero debo regresar a mi casa.
—No hay problema —me sonrió con gratitud—. Gracias por el pastel.
—De nada. Me alegra que le haya gustado —le respondí caminando hacia la salida de la casa. Ella amablemente me acompañó hasta la misma.
—No dejes de venir a visitarme —me pidió con una cálida sonrisa.
—No lo haré, señora Oh —le respondí con seguridad mientras salía de la casa—. Nos vemos luego, hasta mañana.
(Reproducir el video)
Me despedí de ella agitando mi mano derecha de un lado a otro y comencé a caminar por el bosque de manera tranquila y sin prisa, mirando todo a mi alrededor y deleitándome con la naturaleza y las mariposas que comenzaban a volar libremente.
Mi deleite eran especialmente aquellos árboles verdes que tanto amaba, y extrañamente también había venados pastando. Lo insólito, es que aquellas criaturas habían tardado en salir por casi dos meses. Algo fuera de lo normal.
Me mantenía mirando detalladamente los ciervos, admirándolos. Pero algo sucedió, una idea se cruzó por mi mente.
Ir al laberinto.
"Solo será una pequeña recorrida" —pensaba.
Y como siempre, mi curiosidad dominaba a mi cuerpo y a mis acciones; así que corrí con libertad por el camino que llevaba hasta ese laberinto. Casi recorriendo medio bosque.
El recorrido siempre era el mismo, siempre hacia el sur; e incluso, puedo pensar que ya se había convertido en mi rutina. Pero nada me había llenado tanto de emoción, mas que percatarme de que ya me encontraba frente al majestuoso laberinto.
Caminé con sigilo hacia la entrada del primer corredor, en dónde me encontré con una hoja blanca colgada en el pedúnculo de una rama que estaba en el muro derecho. Arranqué la hoja como si aquél mensaje fuera para mí y la desdoblé:

Tus ojos se cerrarán como puertas y tu respiración se agitará...
Valerie.

¿Qué es esto? No puedo entenderlo, es muy extraño.
Guardé la nota en el bolsillo de mi vestido y me adentré en aquel laberinto como si de mi hogar se tratara. Recordaba y sabía por inercia cuál era el camino que me llevaría hacia el centro del laberinto, era como si él mismo me llamara para ir directamente hacia allí.
Los minutos pasaban y mi caminata por el laberinto se hacia más divertida y serena, había completo silencio y tranquilidad; y eso me gustaba. Ahora puedo decir que este sitio se ha convertido en uno de mis favoritos; especialmente en donde me encuentro ahora. En el centro del laberinto.
Miré mi reloj de mano y este marcaba ya: las siete horas con diez minutos, de la noche. Siempre era así, el día pasaba rápidamente cuando venía a este lugar. Mi abuela sin duda me asesinará.
Comencé a levantarme del césped en donde yacía sentada, pero en ese instante una sombra captó mi atención. Algo o alguien había pasado rápidamente frente a la estrecha entrada de la sección.
—¿Hay alguien ahí? —pregunté con temor mientras balbuceaba—. ¿Hola?
No hubo respuesta.
Genial.
Ahora me estoy volviendo loca.
Caminé hacia la salida del lugar tratando de relajarme, lo cual no me resultaba posible. Cerré un momento los ojos y suspiré en cuanto estuve afuera de el centro del laberinto. Una mala idea. En ese instante sentí el tacto de unas manos rodear mi cintura con fuerza, apegándome después a un cuerpo masculino y bien formado.
—No temas —susurró una voz ronca en mi oído derecho.
Me estremecí.
—Suéltame —ordené sin más.
—No lo haré —me respondió sin rodeos.
Logré percibir el aroma de mi acompañante por la cercanía en la que se encontraba de mí. Su aroma era exquisito, tentador.
—¿Quién eres? Y, ¿qué quieres? —le pregunté mientras forcejeaba con sus brazos.
—Eso lo sabrás después, cielo —pausó unos segundos—. Te quiero a ti —me contestó al fin dándome un beso en mi mejilla derecha.
—Suéltame ya —exclamé con la piel erizada a causa de aquel beso.
—Tu inocencia enciende mi tentación —admitió acariciando deliberadamente mi cintura por sobre mi vestido e ignorando totalmente mi orden.
—Para ya —le pedí tratando de quitar sus manos de mi cintura.
—Sé que te gusta —me susurró en el oído—. Mi voz te excita, lo sé.
¿Quién se creía este hombre? Es un completo seductor. Juro que lo golpearé.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté con curiosidad mientras dejaba de forcejear con él.
—Más grande que tú y más chico que un hombre —susurró.
—¿Qué? —le volví a preguntar. Totalmente confundida.
—Después lo entenderás —me contestó abrazándome por la espalda.
—Suéltame ahora mismo, te lo exijo —ordené removiéndome bruscamente de su abrazo.
—No luches, no te servirá —se burló. Y luego de unos segundos, sus labios besaron mi cuello y mi cuerpo tembló—. Cuando te des cuenta, no pararás.

El loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora