CAPÍTULO 8

96 4 0
                                    

No sabía que había un laberinto en el bosque, y jamás se me cruzó esa idea por la mente.
Una inmensa curiosidad dominaba mi cuerpo y mi mente me impulsaba a querer adentrarme en el. Una parte de mí se negaba, pero la otra insistía.
—Vamos Valerie, sólo será un pequeño recorrido —me decía a mí misma.
Me armé de valor y decidí adentrarme en aquel laberinto. Comencé caminando por el primer corredor, este estaba formado en línea recta y repartía otros dos corredores de lado derecho e izquierdo. Decidí irme por el lado izquierdo, pero cuando llegué al final de este, estaba cerrado. Regresé al inicio y tomé el derecho, este llevaba a más secciones.
El cielo estaba tenuemente nublado y apenas traspasaban unos cuantos rayos de sol a las nubes, haciendo que las paredes verdes del laberinto se tornaran más oscuras aún y con una iluminación escasa.
El laberinto estaba silencioso, demasiado para mi gusto. No se escuchaba nada, a excepción de los pájaros que pasaban volando con rapidez dejando salir un graznido estremecedor. Pero era relajante, casi como una terapia para poder dormir bien.
Minutos, hora, qué sabía yo, pero deduje que ya era tarde por el color del que se había teñido el cielo. Y es que la hora que marcaba mi celular al revisar su pantalla, afirmaba que eran ya las 7:24 p.m. Pero no me importó, porque al momento de doblar en un corredor con paredes perfectas, me di la satisfacción de ver que había logrado llegar al corazón del laberinto, y además, me di la libertad de quedarme ahí. El centro era un círculo perfecto formado por arbustos, no había nada más que eso, pero de alguna forma, lucía hermoso el lugar.
Estaba inspeccionado con la linterna de mi celular el sitio en donde me encontraba para intentar salir de ahí, pero algo me alarmó. El crujido de una rama al ser pisada se hizo presente en el mismo momento en que se escuchaban unos pasos. Alguien se acercaba. El miedo inundó mi cuerpo puesto que la oscuridad de la noche ya se hacía presente a esta hora, sólo la luz de mi celular y de la luna me ayudaban a distinguir el lugar.
Los ruidos que emitían las hojas y el pasto se escuchaban con mejor claridad cuando eran pisados más cerca del sitio en donde me encontraba.
Uno, conté, escuchando con más claridad los pasos de la persona.
Dos, proseguí, pegándome a la pared de arbustos.
Tres, continué, viendo como una silueta entraba por el orificio que te hacía llegar al corazón del laberinto.
Cuatro, la silueta caminaba hacia mi dirección.
Cinco, cerré los ojos.
Seis, seguí contando mientras sentía como la persona se posaba frente a mí, muy cerca de mi cuerpo.
Siete, contuve mi respiración cuando sentí sus manos en mi cintura.
La persona se mantenía quieta, sin realizar otro movimiento. Y mis músculos se tensaron.
Solté el aire que llevaba dentro y comencé a respirar rápido.
—Respira lento... no temas —susurró una voz masculina en mi oído derecho—. Tranquila —musitó seductivamente dándome un beso en el cuello.
—Su-suéltame —pedí apretando mis ojos.
—No te haré daño, nena —pronunció soltando mi cintura—. Sólo jugaremos —continuó, acorralándome contra el muro de arbustos sosteniendo mis hombros.
—Déjame ir, por favor —supliqué con temor.
—No lo creo —contestó—. Probaré algo contigo.
Sus manos soltaron mis hombros para después descender hasta mis muslos, jaló de ellos hacia arriba y mis piernas las acomodó a ambos lados de su cintura sosteniéndolas ahí con sus manos. Tenía miedo, lo admito, pero también me resultaba tentador lo que el chico me estaba haciendo.
—Déjate llevar —me aconsejó besando la comisura de mis labios.
Un ligero jadeo se escapó de mis labios cuando sentí el roce de los suyos. Mi rostro se enrojeció de la vergüenza.
—No tengas miedo —dijo plantándome un rápido y sonoro beso en los labios—. Quédate quieta.
Después de decir eso, sus labios capturaron los míos con desesperación; su lengua delineaba mis labios con cautela, incitándome a abrirlos. Pero esto era mucho para mí, no podía ver con claridad al joven que estaba haciéndome experimentar cosas nuevas; su silueta dejaba ver unos anchos y fornidos hombros, su cabello estaba desordenado y eso hacía que su figura se viera jodidamente sexy.
—Suéltame —le ordené cuando sus labios dejaron de devorar a los míos.
—¿Sientes cansancio? —me preguntó enrollando mi cintura con sus brazos.
—Sólo bájame y déjame ir —le respondí soltando un bostezo.
Hizo caso a mi orden y me bajó de su cintura. Pero esto no terminaba aquí, tomó mis mejillas con sus manos y me volvió a besar, sólo que esta vez lo hacía de una manera lenta y delicada.
—Duerme, Caperucita —susurró en mi oído derecho cuando dejó de besarme—. Duerme... —musitó acostándome lentamente en el piso de pasto de aquel laberinto.
Mis párpados se sentían cada vez más pesados cuando escuchaba su sexy y relajadora voz ordenarme cosas al oído. Esto parecía ser una fantasía, pero se sentía y se veía cien por ciento real.
—Quiero devorarte —susurró en mi oído izquierdo antes de que yo perdiera el conocimiento de la situación.

❦❦❦❦❦❦

Los rayos del sol golpeaban mi rostro con insistencia por la mañana, no quería despertarme, pero lo hice cuando sentí una textura rara bajo mi cuerpo. Me sorprendí cuando abrí los ojos y divisé el lugar en donde yacía acostada. ¿Qué había pasado?
Me incorporé con cuidado y me levanté para estirar mi cuerpo. Mis ojos inspeccionaron con atención todo el lugar y se detuvieron en la entrada de este. Toqué mis labios con mis dedos e inmediatamente me invadió la tentación de relamerlos. Lo hice. Estos tenían un leve sabor a menta.
Caminé a la salida de el corazón del laberinto y me moví por uno de los corredores, mi mente recordó la secuencia del lugar y en unos minutos ya estaba en la entrada del laberinto.
Nada de lo ocurrido anoche había sido un sueño, eso estaba más que claro. Mis labios tenían el sabor de aquel desconocido y mi cuerpo recordaba todas las caricias que él me había brindado. Pero dejé de pensar en eso, porque mientras caminaba por el bosque en dirección a mi hogar, mi mente iba ocupada ideando qué excusa darle a mi abuela. Porque sin duda me regañaría.

El loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora