CAPÍTULO 13

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Regresé a mi casa con cierta irritación gracias a la noticia que nos dio nuestra querida profesora de historia.
¿Qué rayos va a tener de divertido que mis 47 compañeros de clase vengan al bosque a jugar a mi lugar favorito mañana en la noche? ¡Nada! ¡Para mí no será divertido!
—¿Por qué esa carita, mi niña? —me preguntó mi abuela con diversión al ver mi cara de pocos amigos.
—Mañana es Halloween... —musité con los brazos cruzados sobre mi pecho hundiéndome más en el sillón marrón de terciopelo que teníamos en la sala.
—¡Grandioso! —exclamó dando un aplauso con emoción.
—Grandioso las chanclas abuelita, mañana en la noche vendrán al bosque a celebrarlo —le expliqué con disgusto.
—¿Y eso qué tiene de malo? —me cuestionó riendo.
—Que jugaremos en el bosque y también en el laberinto. Y lo peor, disfrazados de algún personaje característico de Halloween.
¡Ay, no!
—¿Cómo sabes que hay un laberinto aquí? —me preguntó con su ceño fruncido.
—Eso dijo la profesora, creo que todo Kentucky sabe de ese laberinto —me excusé rápidamente.
—¿Y tú quieres ir? —me preguntó sonriendo con complicidad.
Algo trama esta mujer.
—¿Me dejarías ir? —le regresé la pregunta atónita.
—Por supuesto que sí, ¿acaso quieres quedarte aquí con doña soledad?
—¿Y qué voy a usar de disfraz? No tengo nada.
—Por eso no te preocupes, corazón —me contestó sonriendo—. Tú tienes tu capa roja y yo podría ponerle un corset bonito a aquel vestido blanco con rojo que tienes para hacerlo parecer al de Caperucita Roja —finalizó con emoción.
—¡Pero abuela, ese vestido me queda cuatro dedos arriba de la rodilla! —le repliqué alterada.
Ni loca uso ese vestido en la noche con veintiséis compañeros VARONES dentro del laberinto.
—Usarás medias negras, mi niña —me respondió con tranquilidad—. Ahora, ve por el vestido para que le empiece a poner el corset.
Subí refunfuñando a mi habitación y comencé a buscar en mi closet el vestido que quería mi abuela. Ciertamente es un vestido bastante lindo, pero es corto y atrevido a mi parecer. Cuando encontré la dichosa prenda, la saqué de mi armario con todo y gancho, salí de mi habitación y bajé nuevamente las escaleras corriendo para dárselo a mi abuelita.
—Quedará más lindo el vestido de lo que ya está —comentó mi abuela en cuanto se lo entregué.
—Lo dejo en tus manos, abuelita —le dije con voz melancólica—. Subiré a mi habitación a leer —le informé comenzando a subir las escaleras.
—¡Bajas a las nueve para cenar! —me comentó dirigiéndose hacia la sala para empezar a trabajar en mi vestido.
—¡Sí! —exclamé desde la puerta de mi habitación.
Acostada en mi cama, hojeaba lentamente mi libro cuando terminaba de leer sus páginas. Noche de Epifanía, eso era lo que leía. Tal vez simplemente soy una fanática de Shakespeare.
Eran justamente las diez de la noche cuando me di cuenta de que la hora de la cena ya se había pasado. De todas formas no tengo hambre, además, mi abuela ya debe de estar durmiendo y no quiero hacer ruido, podría despertarla. Mejor decidí levantarme de mi cama e ir a darme una relajadora ducha de cuarenta minutos para calmar mis nervios de este día. Y como siempre, mi toalla se me había olvidado en mi cajón y, justo cuando me he terminado de bañar, me doy cuenta. Demonios.
Tomé mis bragas junto con mi sostén y me vestí únicamente con ellos, apagué la luz de mi cuarto desde el baño y salí a ciegas de este. Que mala idea, y más aún, estando semidesnuda.
Caminé con cuidado por mi habitación tratando de no resbalarme con el agua que escurría de mi cabello al suelo. Quiero pensar que no me daré una buena caída estando descalza.
Cuando llegué hasta la cajonera que está ubicada junto a mi cama, me agaché en cuclillas para sacar una de mis toallas, pero en ese momento, unas grandes manos se posaron en mis caderas y me levantaron hasta dejarme acostada sobre mi cama.
Ahora no, por favor. ¿Por qué me sucede algo así cuando estoy en esta situación?
—No, por favor —musité con mi voz temblorosa.
—Tranquila, Caperucita —dijo la persona posando sus manos en mi vientre.
Sus manos eran tan cálidas y suaves. Y su aroma, la fragancia de este chico siempre era la misma, tan varonil y exquisita.
—No ahora, por favor —le supliqué con miedo.
—No voy a hacerte daño —me afirmó acariciando mis labios con el dedo índice de su mano derecha—. Después lo entenderás —susurró en mi oído con su atractiva voz varonil.
—¿Qué debo entender? —lo interrogué con molestia— ¿El porqué me acosas de esta manera?
—Sólo espera y entenderás —me replicó con cierto enojo en su voz.
—¿Y por qué justamente cuando estoy en esta situación? Maldición, ¿me has estado espiando? —le pregunté asombrada.
—Hago lo que esté en mis manos —me respondió simplemente.
Agradezco eternamente a que en mi habitación no haya ni un mínimo rayo de luz, de lo contrario, el extraño que está conmigo vería mi cuerpo semidesnudo.
—Debo tener control —dijo mientras subía sobre mi cuerpo y posicionaba sus piernas a ambos lados de mi cadera. Rápidamente pude sentir que vestía un vaquero—. Pero tú, tu aroma, tus labios, tu cuerpo, Valerie me estás torturando.
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? —lo interrogué tratando de no moverme mucho.
—Se paciente —me respondió acercando su rostro al mío—. No te pongas nerviosa —dijo plantando un suave beso en mis labios.
¿Cómo sabía que estaba nerviosa?
¿Podía sentir lo que yo sentía?
—Tú estas haciéndome sentir así —le reproché.
—No solamente tú eres la víctima —me contraatacó.
—¿A qué has venido? —le pregunté sin remordimiento.
—A tomar una decisión —me contestó.
Y sin más, sus labios capturaron a los míos con desesperación y deseo.
Su lengua luchaba con la mía en un intento de llegar a algo más que un simple beso, sus manos recorrían mi cintura sin tocar otra parte de mi cuerpo. Pero mi perdición de aquél desconocido, eran sin duda sus deliciosos labios.
Su boca dejó de luchar con la mía para poder recuperar el oxigeno perdido en aquél beso, luego de unos minutos, sus labios comenzaron a devorar nuevamente los míos, el único problema es que ahora lo hacía sin control.
—Pa-para —le pedí tratando de separar el beso.
Sus labios no dejaban de besar a los míos, estaban hambrientos, él estaba hambriento y su auto-control no estaba presente en este momento. Su boca dejó en libertad a la mía para pasar a besar mi cuello, él estaba siendo una bestia.
—¡Detente! —pedí cuando sentí cómo sus dientes tomaban una parte de la piel de mi cuello y lo mordían fuertemente.
Es como si mi piel en ese instante le hubiera quemado, rápidamente se apartó de mi cuello y me abrazó en la misma posición en la que estábamos. Parecía haberse arrepentido, y aunque no he visto su rostro, siento que en el había preocupación.
—No puedo... —su voz sonaba decepcionada— No puedo tenerte, lo siento tanto. Duerme, preciosa.
Fue como si su voz provocará algo en mi interior, mis párpados comenzaron a cerrarse y poco a poco me desvanecí sin saber nada más.

El loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora