CAPÍTULO 1

166 8 0
                                    

Mi abuela siempre me preguntaba si era feliz con ella. Y yo siempre respondía con un sí.
¿Y cómo no serlo? Si soy idéntica a ella. Saqué su nariz respingona, los labios delgados y rosas, el cabello rizado y de color negro azulado, la piel extremadamente blanca y los ojos grises.

Algunas veces ella me hablaba de mis padres, a los cuales perdí cuando tenía seis años de edad. Ellos murieron misteriosamente una noche de luna llena. Y según los relatos de mi abuela, mis padres venían de regreso a la cabaña después de haber ido a la ciudad a comprar unas medicinas para mí, pues había enfermado. También se rumoreaba en el pueblo, que habían sido encontrados sin vida cerca de un arroyo a las orillas del bosque. Pero eso era sólo un pregón.

❦❦❦❦❦❦

Me encontraba jugando en la sala de mi humilde cabaña con una pequeña muñeca de porcelana que mi madre me heredó cuando tenía cuatro años de edad. Algunas niñas, dejan de jugar a los ocho años con sus muñecas; pero yo, aún con once años, lo sigo haciendo.

—Querida, ven aquí un momento —me habló mi abuela.

—Dime abuelita —le respondí levantándome del suelo para caminar hacia ella.

—Quiero que vayas al lago que está cerca y llenes esta cubeta de agua —me explicó—. ¿Puedes?

—Claro que puedo, abuelita —le respondí agarrando entre mis manos la cubeta.

—No hables con extraños. Sólo ve y llena la cubeta, cuando la hayas llenado, ven directo a casa.

Asentí.

—Sí, abuelita —le contesté esbozando una tierna sonrisa en mis labios.

Agarré mi capa verde de algodón que mi abuela me había hecho, me la coloqué y salí de la cabaña caminando felizmente hacia el lago. Al llegar a éste, sumergí la cubeta en el agua y la recogí, halé fuerte y la saqué del lago. Coloqué la cubeta a mi lado y asomé mi cabeza al lago. Mi distracción y curiosidad había sido un pequeño pez trucha arcoiris. Estiré mi mano y la sumergí en el agua tratando de tocar al pez, estiré un poco más y mi cuerpo se balanceó hacia la orilla. Estuve a escasos centímetros de caer al agua, pero unas manos detuvieron mis pies y me jalaron fuera del peligro. Me di vuelta asustada, encontrándome así, con un niño más grande que yo en estatura y al parecer en edad. Mi salvador.

El niño tenía la piel blanca, sus pequeños y carnosos labios poseían un color rosa natural; sus cabellos ondulados eran castaños claros, su mandíbula estaba perfectamente proporcionada y en forma de V, y lo que más me cautivó fueron sus rasgados ojos color miel. La mirada que él poseía era fría y dominante.

Sin duda un niño con belleza extraordinaria y alma misteriosa.

—Mi nombre es SeHun, Oh SeHun. ¿Cuál es el tuyo? —me preguntó mirándome a los ojos.

No contesté. Estaba llevando a cabo la orden de mi abuela.

—¿Qué pasa? ¿Eres muda? —me volvió a preguntar.

—Mi abuela dice que no debo hablar con extraños —le hablé tímidamente casi en un susurro.

El niño asintió lentamente con la cabeza y caminó hacia donde se encontraba un rosal de rosas azules. Agarró una con cuidado, la cortó y regresó hasta donde yo me había quedado posada. El niño se agachó lentamente a mi altura y me entregó la rosa mostrando una leve sonrisa en sus labios.

—No voy a hacerte daño, tranquila —pronunció SeHun con sutileza.

Sonreí levemente mientras contemplaba la hermosa rosa azul que SeHun me había obsequiado. Levanté la cabeza y miré fijamente a los ojos al pequeño hombre. Una pequeña risa se escapó de los labios de ambos.

—Me llamo Valerie Dark —pronuncié sin dudar—. Gracias por salvarme, SeHun —le agradecí enrollando mis brazos en su cuello.

SeHun se sorprendió y lo sentí cuando su cuerpo se tensó, pero igualmente me envolvió la espalda con sus brazos. Después de unos segundos, ambos nos separamos. SeHun se levantó y me tendió su mano derecha para ayudarme a ponerme de pie.

—¿Nos volveremos a ver alguna vez? —le pregunté con inocencia.

—Todos los días. En las tardes, nos veremos en este lugar —acordó conmigo.

—Todos los días —le confirmé mirándolo a los ojos.

Ambos nos sonreímos una vez más y partimos por caminos opuestos para ir a nuestros hogares.
Por mi parte, agarré mi cubeta llena de agua y regresé a mi cabaña en donde me esperaba mi abuela. Pero al llegar, ella me estaba esperando dentro de la vivienda caminando de un lado a otro con sus manos en la cintura.

—¿En dónde estabas, Valerie Dark? —me cuestionó al verme.

—Me detuve un momento a mirar el rosal azul que está cerca del lago, abuelita —mentí mostrándole la rosa azul que SeHun me había dado.

Mentir es malo. Eso siempre decía mi abuela.

—Esta bien. Lávate las manos y siéntate a comer —me ordenó mi abuela con alivio.

Según Aurora, yo soy su más preciado tesoro.

Obedecí la orden de mi abuela y corrí al sanitario construido de madera a lavarme las manos. El cuarto era pequeño y se iluminaba tenuemente con un foco amarillo empotrado arriba del espejo del lavamanos.
Cerré el grifo del agua y me sequé las manos con una toalla rosa que traía bordado un cordero en el centro. Salí del baño y corrí hacia el pequeño comedor para tomar asiento en una de sus sillas.

Mi abuelita me sirvió una ración de sopa y colocó el plato frente a mí mostrándome una cálida sonrisa. Le sonreí de vuelta y comencé a comer el alimento.

La vida que pasaba en las tardes con mi abuela era ver como ella tejía diversas prendas de vestir con ganchos. Las cuales después me las regalaba a mí. También me entretenía ver como fabricaba velas con olor para aromatizar la cabaña. A mí me encantaba ver como mi abuela derretía la cera a fuego medio mientras le agregaba poco a poco la esencia de fresa que tanto me agradaba. Y cuando el líquido estaba listo, yo la ayudaba a vaciar la cera en los moldes para velas con forma de flores.

—Solecito, ya es tarde. Es hora de que cenes y te vayas a la cama —me informó mi abuela dejando a un lado su tejido.

La miré levantarse lentamente del sillón mientras me sonreía. Su gélida sonrisa me hacia sentir segura y feliz.

—Sí abuelita —le respondí, mientras me levantaba del sillón de terciopelo que siempre utilizaba para sentarme.

Caminé hacia el comedor y me senté en una silla. Mis piernas quedaban colgando en el aire cuando lograba acomodarme correctamente en el asiento y amaba la sensación al momento de columpiarlas. Minutos después, mi abuela llegó con un vaso de leche y galletas de chocolate, las colocó frente a mí y acarició tiernamente mi larga cabellera. Sonreí al ver la cena y, sin esperar más, comencé a disfrutar de ella con ansias. Las galletas de chocolate de mi abuela siempre serán mi adicción. Al morderlas, el chocolate salía de su interior y te deleitaba de una manera asombrosa. Como un Ferrero Rocher al ser mordido.

Cuando terminé de cenar, me levanté de la silla y recogí mis platos para después llevarlos al fregadero de la cocina. Luego de un lapso de tiempo, mi abuela me acostó en la cama después de haber amarrado mi cabello en dos trenzas y ponerme la pijama. Me arropó con las suaves mantas de algodón y besó mi frente mientras me susurraba un tierno: buenas noches, mi niña.

El loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora