Extra- Sentimiento Humano (editado)

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Extra- Sentimiento Humano
Narrador

Centro Médico UCLA, Los Ángeles, California
Octubre, 2010

El fuerte viento movía las hojas color naranja de muchos árboles que rodeaban el campo por el que estaban atravesando un padre junto a su hijo de 12 años. Se encaminaban a grandes pasos hacia la entrada del hospital mientras el padre empujaba con violencia al chico, éste se resistía a su agarre con todas las fuerzas que un adolescente de su edad podría tener.
- Suéltame, viejo. Yo no quiero tu compasión. Yo quiero que pases por el resto de tu miserable vida en la cárcel. ¡Es tu culpa que todo esto haya pasado! ¡Te odio! ¡Voy a matarte! ─gritaba aquel chico con un resentimiento profundo.
- Estás loco, Alexander. Necesitas recuperarte. Tienes que ir al hospital. No soy el mismo de antes. He cambiado. Tu madre lo sabía. Ella me dijo que me perdonaba antes de morir ─susurró con dolor aquel hombre.
- ¡Mentiroso! Eso es bullshit, idiota. Ella jamás te perdonaría lo que hiciste con ella y conmigo. ¡Yo jamás te voy a perdonar!
- No necesito tu perdón, Alexander. Sé que no lo harás. Pero necesitas entrar al hospital y recibir tratamiento. Has enloquecido. Hasta has intentado tirarte de la azotea y no puedo permitir eso. No ahora que ya soy libre y puedo comenzar de nuevo. Quiero reparar todo el daño que te he hecho ─decía con total seriedad. Varias doctores y enfermeras llegaron corriendo desde el hospital para poder ayudar a agarrar al niño e inyectarle un tranquilizante.
- ¡Eso es por tu culpa! ¡Me quitaste a mamá! ¡Alejaste a Kriss de mi lado! Mi hermano está en sus prácticas médicas y tampoco puede venir. Estoy solo en este mundo, viviendo con el mismo diablo en el infierno. ¡Prefiero morir que estar a tu lado! ¡Suéltenme! ¡No quiero entrar! ¡Déjenme morir, estúpidos doctores! ─el chico trató sus últimos intentos de zafarse de aquel lugar, pero todo fue en vano. Una enfermera había logrado meter la aguja en el antebrazo del chico y aquel calmante hizo su efecto con total rapidez. El adolescente empezó a perder fuerzas hasta que perdió el habla y cerró sus ojos con pesadez para no abrirlos hasta el día siguiente.
Varios días pasaron hasta que el chico finalmente decidiera estar sin sedantes en su cuerpo para empezar su tratamiento psicológico de superación. Para el inicio de la segunda semana de su tratamiento, se llevó la grata sorpresa de ver a su hermana en la habitación.
- ¡Kriss! ─exclamó el chico sorprendido de verla allí.
- ¡Hermanito! ¿Me extrañaste? ─preguntó con felicidad y a punto de derramar lágrimas.
- Pero, ¿qué haces aquí? ─demandó confundido.
- He venido a quedarme, chiquito. Pero veo que has crecido mucho y te has convertido en un hombrecito ya. Estoy tan orgullosa de ti, Alex ─expresó con tono maternal.
- Suenas como mamá ─susurró con un nudo en su garganta.

- Yo... Alex no quería ─la joven de 18 años enmudeció y no supo qué más decir. Se hizo un incómodo silencio en la habitación hasta que la doctora entró al lugar y saludó con amabilidad.
-

Alex, veo que ya te enteraste de la noticia. Ella te va a ayudar con la terapia a partir de hoy, así que empecemos.
- Sí, doctora. Sabe que he accedido con la única condición de que mi padre no esté aquí. No quiero ver su rostro ni─el chico no terminó de decir su oración porque fue interrumpida por la médico.
- Lo sé. Lo sé, coqueto. Ahora, vamos a conocer a todos tus vecinos. Creo que te decepcionarás al saber que casi sólo niñas tenemos en este lugar.
- Estoy acostumbrado a eso, doctora. Hace tres años cuando mi hermana vivía con nosotros, conviví con muchas chicas casi todos los días, e incluso algunas me robaban besos, o al revés, yo las besaba ─rió con diversión.
- Eres un don Juan con las chicas, ¿eh? ─comentó divertida la doctora, pero tratando de sonar seria.
- El mejor de mi clase, doc ─admitió con orgullo.
- Ja, ja, ja por favor, hermanito. Compórtate. Estás hablando con un mayor ─pidió con sarcasmo su hermana.
- Espero que no les rompas el corazón a las niñas, Alex. Algunas padecen del corazón y no queremos que mueran por tí, ¿verdad?
- No tengo la culpa de ser tan guapo ─fanfarroneó el chico. Todos en la habitación rieron con alivio y diversión al ver una pequeña mejoría en él.
Pasaron los días y el Alex precoz de casi 13 años se había hecho famoso en todo el hospital. El tratamiento iba haciendo efecto en el adolescente de forma lenta, hasta el día en que una chica de cabellos marrones con ojos azules llegó al hospital. Su llegada marcó la vida de todo el hospital, sobre todo la de Alex. Su enfermedad era un misterio para Alex y cada vez que él trataba de averiguar algo, las enfermeras y los doctores evitaban el tema a toda costa. Eso se debía a que Alex había sentado cabeza con ella. En otras palabras, él se había enamorado por primera vez en su vida. Ya no coqueteaba con nadie y su mundo era ella. El problema se desató cuando ella no le hizo caso e ignoró a todos los niños del lugar, incluyendo Alex. Se mantenía dentro de su habitación y no salía casi nunca al menos que fuera para tratamiento o algún otro examen. Después se iba a encerrar de nuevo y no se dejaba ver. Para Alex, aquello era insoportable. No podía entender el por qué ella era así y el por qué el rechazo de sus visitas. Lo único que le importaba era estar con ella y hablar un rato sobre cosas sin sentido. No entendía por qué se sentía de esa manera, pero de alguna manera, él iba a entrar allí y e iba hablar con ella.
Pero tal interés, hizo que media población femenina se sintiera celosa de aquella chica y muy pronto fue la "rechazada y excluida" de todas.
- Sólo lo hace para que Alexito la busque ─decía una.
- Se hace la rogada y la santita, pero ha de ser una regalada ─decía otra.
- Y además es pobre, su maestra le está dando el dinero para que sea tratada porque sus padres no la quieren. No sé qué le mira nuestro Alexito a esa pobretona descarada ─dijo la tercera, la líder de todas las chicas.
- Ustedes son las regaladas, niñas tontas ─llegó diciendo Alex con furia en su mirada.
- ¡Alex! ─exclamaron todas con asombro.
- Desaparezcan de mi vista, cabezas huecas ─profirió con dureza y las empujó para poder ir hacia la habitación que le interesaba.
- ¡Pero tú me abrazaste frente a ella ayer! ─gritó la líder agitando su cabello castaño como señal de frustración al ver cómo Alex la ignoraba y seguía su camino.
- A mí me besó la mejilla cuando la loca esa venía de su tratamiento. ¡Estaba tan feliz! Pero luego se fue y ni siquiera me volvió a hablar después de eso ─protestó una con cabello rubio.
- ¡No es justo! Tenemos que hacer algo ─dijo una pequeña de 12 años.
- Nadie va a hacer nada. Vamos, todas a sus habitaciones ─llegó diciendo la jefa del departamento de pediatría. Todas empezaron a protestar pero no tuvieron otra opción más que regresar a sus lugares.
Por otro lado, en esos mismos instantes, Alex había llegado a la puerta número 360 y al ver que estaba abierta, entró sin pensarlo dos veces.
La habitación estaba pintada con el mismo color celeste que las demás. Tenía las mismas cortinas blancas, la misma mesita de noche al lado de la cama con una lámpara pequeña en forma de flor que se encendía con sólo tocarla y la misma cama pequeña cubierta con sábanas blancas. Lo único que era diferente de todas las demás era el dibujo animado pintado al fondo de la habitación al lado derecho de la puerta. Alex tenía un Mario Bros saltando en la suya, pero en la de ella, había un Winnie the Pooh con un tarro de miel en sus manos. Por el rabillo del ojo, había notado movimientos torpes de un pequeño y delgado cuerpo arreglándose el cabello y sentándose recto para formar su postura defensiva frente a un chico malicioso y mimado. Alex no pudo evitar sonreír por un lado, pero hizo hasta lo imposible por no verla a ella, sino que al muñeco afeminado amante de la miel.
- ¿Quién te dió permiso de entrar, cabeza dura? ─fue lo primero que ella dijo al verlo dentro de su habitación.
- No necesito el permiso de nadie para entrar, bonita ─fue la respuesta del chico, todavía con su mirada puesta en el dibujo.
- Pues la mía, sí. Vete a coquetear a otro lado ─siseó molesta, dándose la vuelta para verlo mejor con aquella mirada desafiante.
- No, no me iré porque ninguna de las mocosas de allá fuera me gusta. Me gustas tú ─dijo de manera directa. Fue en ese punto que dirigió su mirada hacia ella y se encontró con aquella mirada azul claro que podría matarlo de un sólo golpe.
- ¿Eso le dices a todas? A mí no me vengas con cuentos, niñito. Además, soy mayor que tú. Respétame ─demandó la chica con tono serio.
- ¡Ja! Tú tienes 13 y yo también. ¡A mí no me engañas, Sarah! Además, seas o no mayor que yo, eso no va a impedir que tú me sigas gustando ─volvió a confesar con seguridad y confianza en sí mismo. Para satisfacción propia, vió cómo la chica se sonrojaba con aquel comentario.
- Mentiroso. No te creo, Alex. He visto cómo abrazas a las chicas y cómo las...
- ¿¡Es que eres boba, ciega o qué!? ¡Lo hacía para darte celos, tonta! ¡No sabía cómo hacer para llamar tu atención, así que hice eso! Ellas no me importan. Tú sí ─profirió con certeza, pero frustrado de que ella no le creyera. Cerró los ojos y tomó un respiro profundo para volver a hablar cuando escuchó una risa alegre de parte de ella. Confundido y sin saber qué responder, observó maravillado cómo ella se reía libremente. Si lo pensaba con detenimiento, esta era la primera vez que escuchaba su risa. Era fuerte y cantarina, pero era fascinante. Perfecta.
- Ya era hora de que te dieras cuenta de ello, tonto ─empezó a decir muy animada─. Yo ya sabía eso porque las enfermeras me dijeron que todo eso lo hacías para llamar mi atención. Y lo lograste, tontito. Has logrado no sólo llamar mi atención sino que también me robaste mi corazón ─cuando finalizó aquella oración, el corazón de Alex se detuvo por unos segundos y después reaccionó. Corrió los pocos metros que lo separaban de ella y la abrazó.
- Gracias. Oh, no sabes lo feliz que soy al saber que yo también te gusto ─exclamó emocionado y en shock, procesando toda esa información en su cabeza.
- Viniste muy tarde, Alex ─le reprendió ella─. Tenías que haber atravesado esa puerta hace mucho.
- Lo sé, Sarah. Fui un estúpido al no darme cuenta antes. Sé que todavía somos muy pequeños para ser novios, pero por el momento quiero pasar el resto de mi vida contigo.
- Espero que cumplas esa promesa, tonto. Voy a matarte si no me cumples. No sé cuánto tiempo voy a vivir, así que quiero pasar todos los días que me quedan contigo.
- Sí, bonita. Lo prometo, pero ¿por qué dices que no sabes cuánto tiempo vas a vivir? ¿Estás muy enferma? ─preguntó preocupado.
- No, no me refería a eso, tonto ─dijo sonriendo forzosamente.
- ¿Y entonces?
- La vida es así, Alex. Uno nunca sabe cuándo va a morir. Por eso, quiero que todos los días tengamos una cita. ¿Qué te parece si hacemos un juego? El juego de las primeras 100 citas ─propuso ella.
- Perfecto. Me parece bien. ¿Qué quieres hacer hoy?
- Salir a la terraza y gritar "estoy saliendo con el chico más guapo del mundo".
- Eso suena genial. Yo quiero gritar que tú también estás saliendo con un chico guapo y genial. Espera que le pida permiso a las enfermeras y vamos.
- De acuerdo ─concordó ella muy feliz, sabiendo que al menos en sus últimos días no iba a estar sola.
Pasaron 40 días y todo iba de maravilla, pero justo al siguiente día, la salud de Sarah empeoró. Las citas se empezaron a hacer sólo en las habitación de la chica, jugando Uno™, Jenga, ajedrez, dominó, entre otros juegos que no requerían actividad física, junto a otros tres niños llamados Lucas, de 11 años de edad, Roland de 14, y Lottie de 8. De vez en cuando, alguno que otro niño que sólo pasaba dos o tres noches en el lugar se les unían, pero los demás niños no querían estar con ellos y hacían como si ellos no existiera. En el día número 60, Lottie cumplía sus 9 años. El personal le celebró a la pequeña con un show de Peter Pan en el país del Nunca Jamás, protagonizado por el personal de pediatría como los piratas y los niños perdidos, Alex con el papel de Peter Pan, Lottie como Campanita y Sarah como Wendy. Esta última había hecho un berrinche para poder participar porque insistía en que su amiga necesitaba de su ayuda.
- No me puedo quedar fuera de esto. Puede no haber otra oportunidad después y Lottie es mi amiga ─protestaba. Los doctores le cedieron el permiso, pero le advirtieron que debía de ser cuidadosa. El día del evento llegó y todo fue un éxito, pero al caer la noche, cuando estaban repartiendo dulces y golosinas, Sarah tuvo un ataque y convulsionó. Alex vió aterrado cómo ella caía al suelo de forma lenta y dolorosa hasta que empezó a moverse como loca al punto de espantar a todos los niños e inclusive a los doctores. Sin embargo, todo el personal se movió con agilidad y se la llevaron a la sala de operaciones. Alex no pudo dormir ese día hasta que vió al doctor y le preguntó por ella.
- Alex, necesitas ir a dormir ─le contestó el joven doctor.
- ¡Lo que necesito son respuestas! ¡Quiero verla!
- Está en la UCI, no puedes ir a verla, Alex. Ve a dormir.
- ¡No quiero! ─gritó.
- ¡Enfermeras! ¿Qué hacen allí paradas? ¡Lleven al chico a su habitación! ─y con eso se fue del lugar. Pasaron seis días hasta que Alex pudo ir a ver a su chica. Era el día número 67.
- Tonta, te dije que no hicieras tanto esfuerzo. ¡Me dijiste que estabas bien! Pero no sabía que estabas grave.
- Estoy bien, tonto ─susurró a puras penas.
- No estás bien. Estás ocultándome algo. Lo sé.
- Alex, estoy bien. Ya verás que todo va a estar perfecto. No me regañes. Estoy cansada. Ven y cántame una canción de cuna ─le pidió con voz infantil.
- Está bien. Tienes razón. Lo siento, mi niña. ¿Cuál quieres que te cante? ─preguntó con dulzura.
- Estrellita donde estás ─exclamó contenta.
- Muy bien. Aquí voy.

Ángel de las almas -Trilogía Almas L1 -2da edición (en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora