Donghae tenía seis años el día que murió su padre.
Éste vivía en Londres por trabajo y solo estaba en casa en vacaciones y navidades. Cada año, por su cumpleaños, así cómo por el de Sungmin, les enviaba el mejor regalo que había sido capaz de encontrar. Hablaban todas las semanas por teléfono. Sungmin lo hacía todos los días. Donghae quería a su padre, pero casi no lo conocía, ya que se había mudado a Inglaterra antes de que él pudiese tener conciencia de ello.
Se habían mudado a Londres porque su padre había insistido mucho, muchísimo.
Un año después, había muerto por culpa de un cáncer.
No recordaba haber llorado demasiado; su madre y Sungmin se habían deshecho en lágrimas el día del entierro. Él solo había abrazado la lápida y había dejado una flor blanca junto a la de las demás personas. Había sabido que era algo malo, que no volvería a ver a su padre. Pero, en el fondo, era un niño que no comprendía el significado de la muerte. Y después de tantos años ya solo podía reírse de lo idiota que había sido al no llorar la muerte de su padre.
Ahora era diferente.
Donghae tenía veintitrés años mientras entraba en el cementerio. Donghae llevaba dos años caminando entre las tumbas todos los domingos, haciendo el largo recorrido desde la puerta hasta la otra punta del siniestro lugar que mandaba escalofríos en invierno y parecía un maldito infierno en verano, que olía a flores en primavera y se llenaba de hojas secas en otoño. Llevaba dos años y quizá algunos meses más, sentándose frente a su lápida, sonriéndole a su nombre, contándole lo que había hecho durante su semana porque lo necesitaba.
—Hoy ha sido la boda de Henry y Amber —movió entre sus dedos el ramo de flores blancas que llevaba en la mano—. Me hubiera gustado que estuvieras allí, ¿sabes? Había un montón de humanos sin desarrollar —y rió, una risa tan amarga que le quemó la garganta— se han comido la tarta de fresa sin dejar ni un trozo para que pudiera traértelo. ¡Pero he cogido el ramo! Se suponía que era para una de las solteras... supongo que yo también lo soy desde... desde...
Ahí estaban otra vez: las malditas lágrimas.
Se repetía constantemente que ya habían pasado dos años, que debía pasar página, que el cuerpo enterrado a pocos metros bajo él era el de Hyukjae. Le había costado tanto creérselo. Le había pegado al cuerpo yacente, había llorado con las manos manchadas de sangre después de que Siwon dejara pasar la silla de ruedas hasta ellos. Nadie sabía que él había sabido lo de Eunhyuk; por alguna razón, tenía el presentimiento de que nadie debía saberlo. Aunque, ¿qué importaba eso ya? Le había gritado a Siwon que era un asesino.
Había esperado durante meses que Hyukjae se levantara de la tumba burlándose de todos. Que dijera que solo se había hecho el muerto porque era divertido. Que lo hubiera planeado todo con los médicos y los forenses para que fingieran que tenía una bala en el cráneo.
Pero hacía ya dos años desde la escena del museo. Era verano, agosto, hacía mucho calor, el sol iluminaba la lápida y absolutamente nada había pasado en ella desde el día del entierro.
Hyukjae estaba muerto y lo había aceptado; pero eso no significaba que él hubiera dejado de amarlo.
Con los ojos cubiertos de lágrimas, se inclinó y dejó el ramo sobre el triángulo de tierra seca. Se pasó los dedos por los ojos, intentando secárselos para seguir hablando.
—¿Re-recuerdas el caso del que te estuve hablando la semana pasada? He conseguido que lo metan seis años en chirona. —se mordió el labio. Debía controlar lo sollozos. Hyukjae le hubiera llamado estúpido por llorar tanto. Y era el hecho de no tener a nadie que se lo llamara lo que hacía precisamente que se sintiera libre y a la vez presionado para llorar. Por eso se llevó las rodillas al pecho y enterró entre ellas la cara.
ESTÁS LEYENDO
Crown [EunHae +18]
Fanfiction«En un mundo de habitaciones cerradas, el hombre con la llave es el rey y, cariño, deberías verme con una corona» Eunhyuk está aburrido de ser el mejor y más buscado ladrón de todo el mundo, de que nadie sea lo suficientemente bueno como para captur...