Danzando con los lobos

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Salpicadas manchas de sangre rondan la noche.
Altiva la brisa me susurró al oído, quería mi olor, quizá mi dolor. Ciertamente todo se llevó.
No sólo la soledad me abarcó, también coló la desesperación.

Y el calor me refugió cuando el viento gélido tocaba a mi puerta.
Mi inconformidad fue mayor, no quería el frío, tampoco calor, deseaba los dos, pero mi necedad no me permitía tener ambos, y por ende, ninguno fue mío, pero yo si fue de ellos.

Me incendiaba mientras el frío carcomía mi ser.

Enterrados aquí están mis secretos, dolorosos secretos.
Mientras más niebla tenga la noche, mayor es el placer que me produce admirarla, «¿y quién soy yo?» -me digo a diario- no más sino una mancha que no puede ser borrada, un estorbo en las tinieblas, un susurro de la luna, de la noche, y como lo fue hoy... De la brisa gélida, ¿a quién le abrí mi puerta sangrienta de reflejo escarlata? No hay mucho en esta puerta.

Detrás Del Ébano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora