001. El chico de las computadoras

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Hay un par de cosas que resultan ser verdaderamente falsas cuando terminas la escuela. La número uno: "tus compañeros permanecerán contigo para siempre" y la número dos: "la universidad será un regalo divino".

Falso. Al menos, para la gente como yo, resulta ser falso.

Para la gente como yo, aquella mítica historia de un campus universitario gigantesco repleto de chicos guapos y porristas sexys, no es más que algo lejano y poco probable. Incluso aunque estoy poniendo de mi parte por no ser tan pesimista como realmente soy la mayoría de las veces. Realista, mejor dicho. 

Bueno, digamos que no todo es tan malo. Siempre hay un rayo de luz hasta en la tempestad más oscura. Y ese rayo de luz, en este caso, lo tengo que buscar yo misma, a como de lugar. Porque aunque las posibilidades de estudiar en algún campus como Stanford son de una en un millón, Claire Romanoff tiene que estar en medio de ese pequeño porcentaje. Cueste lo que me cueste. 

¿Cuál es el costo de ese privilegio entonces?: La cafetería central de la señora Jhons. Llevo al rededor de cinco meses trabajando en la misma cafetería, día y noche, ahorrando moneda por moneda y empeñando segundo tras segundo, para de ese modo poder recaudar algo y poder ir a la universidad el año siguiente. No es un mal plan después de todo. Soy la única (y explotada) mesera del lugar, por lo que los pocos ingresos del personal van casi completamente para mí. Finn se encarga de la parte administrativa y yo de atender a todos los clientes posibles en mis largas horas de trabajo.

Es así como funciona. No hay cuento de hadas, no hay universidad con chicos atractivos y partidos de fútbol importantes, tampoco un hada madrina a quién implorarle un deseo. Simplemente hay realidad. Fría, dura y detestable realidad.

Sin embargo, en mi realidad, sí que existe un súperheroe. O heroína, como quizás a él le gustaría que le llamasen. Su nombre es Finn Watson, y creo haberlo mencionado ya hace un momento. 

Mi guapo, castaño y fornido mejor amigo ronda los 18 años, al igual que yo, y fuimos juntos a West High (mi honorable escuela) desde que teníamos ocho. Nos conocemos desde entonces y desde entonces, compartimos casi los mismos ideales: ir a la universidad y entender a los hombres. Tanto Finn, como yo, tenemos casi la misma situación económica que nos obliga a pasar horas y horas contando monedas en la cafetería de la señora Jhons para asegurarnos algo de nuestro incierto futuro. Finn, por su parte, es hijo único. Su madre reside en Brasil y su padre le abandonó cuando se enteró de que era gay. Textualmente dijo algo como: "Haré un viaje indefinido. Necesito olvidar que mi hijo es un marica". Pues sí, digamos que la "sorpresa" atrapó a todos muy desprevenidos. A sus amigos del equipo de fútbol americano y a su guapa novia "Cindy la porrista" (de verdad le gustaba que le llamáramos así). A todos, menos a mí, obviamente, pues yo había sospechado de eso desde que Finn tenía nueve años y sabía lucir mucho mejor que yo un vestido de cenicienta que mamá solía ponerme en Halloween. Desde entonces, Finn no es más el chico popular que todo el tiempo había odiado ser, sino es simplemente Finn. Finn el gay, el feliz, el independiente.

No hay nada que me guste más que pasar tiempo con ese idiota. Somos un gran equipo, a pesar de las duras peleas que tenemos todo el tiempo o de las diferencias que nos marcan. Al final del día solo somos dos personas que nos tenemos el uno al otro, y eso es todo lo que importa. 

En esta tarde, en particular, hace frío. No sé si es porque el uniforme de la cafetería es cada vez más pequeño y mis piernas se enfrían con facilidad, o si es porque estoy sintiendo algún tipo de sensación desconocida. Finn me mira de reojo mientras hace las cuentas en la caja personal del local. 

HACKER 1 | terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora