003. La fiesta

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Me miro directamente en el espejo, esta vez sin rodeos, y tengo una sensación instantánea en el estómago que me alerta diciendo que algo va a salir mal esta noche. Tal vez sea porque mi aspecto es jodidamente ridículo o porque mi maquillaje parece sacado de una película de terror ochentera. 

Me veo mal. Vaya que me veo mal. Tengo puesta una falda de cuero que Ashley me obsequió cuando aún estábamos en la secundaria y una blusa de tirantes roja que hace que mis hombros se vean todavía más anchos de lo que ya son, así que intento cubrirlos con una chaqueta jean que pensé que había vendido en ebay hace tiempo atrás. 

Doy un respiro largo, profundo; el reflejo en frente de mí me dice dos cosas que necesito recalcarme por el resto de la noche: debo comportarme como una perra, y debo ser egoísta. 

Desde que tengo memoria, no he tenido demasiadas oportunidades para portarme como la típica oveja loca y descarriada que sé que soy. Se debe, obviamente, a que en el fondo todo el tiempo he pensado en otras personas por encima de mí. Siempre, para cualquier decisión, le he consultado a mi consciencia respecto a Dylan. Siempre, para cualquier cosa que tenga en mente, está él primero, su opinión y su permiso. 

Si antes me he prohibido a mí misma hacer cosas porque él no llegaba a casa, hoy es diferente. Hoy no me interesa. Hoy voy a salir, voy a distraerme, voy a beber hasta perder la maldita consiencia y mañana por la mañana voy a tener la resaca más grande de la historia. No voy a pensar en Dylan, no voy a pensar en dónde demonios va a pasar la noche hoy, o en qué lío estará metiéndose esta vez. No voy a pensar, así de simple, no voy a pensar. 

Me toma algunos segundos darme cuenta de que una camioneta está estacionada fuera de mi casa. El claxon del vehículo suena un par de veces, lo que me hace correr y fijarme por la ventana. Es una Toyota color rojo bastante bien conservada con el volumen de los parlantes a todo dar, puedo observar que hay un par de chicos adentro y más adelante, en el asiento copiloto, está sentada Ashley. 

Cuando me ve, sale por la ventanilla, gritando fuerte:—¡Sube, bombón! 

Un cosquilleo se pasea por mi estómago. Es el momento de la verdad. Entre salir o no salir, entre ser egoísta o no serlo. Entre esperar a por Dylan, o simplemente dejar que haga su vida a su maldita manera, y yo hacer lo mismo con la mía. Después de todo, aún tengo tiempo de negarme y decirle a Ashley que tengo un percance y que me siento indispuesta. 

Y sí, maldita sea, me lo pienso por un segundo muy seriamente... Tal vez lo mejor sea quedarme en casa. Tal vez este pequeño momento de reflexión es una señal de que debo esperar a Dylan, de que debo ser una buena hermana. Pero entonces viene a mí mente una ráfaga de recuerdos del incidente de esta mañana. Dylan. La humillación. Justin... Es como si el simple recuerdo me hiciera volver a sentir las mejillas ardiéndome por la vergüenza o las manos temblándome por el ataque de ansiedad. 

—A la mierda.—susurro para mí misma. Cojo las llaves de la casa, las guardo en el bolsillo trasero de la falda de cuero y me voy. Sin mirar a atrás.   

—¡Mírate!—Ashley grita, haciendo un escándalo en medio de la calle muy propio de ella.—Pareces toda una conejita de PlayBoy.—dice haciendo un ruido gracioso, parecido a un silbido.—Sube allá atrás nena, hay un espacio especial para ti.—esta vez me hace un guiño, en un acto de complicidad que no logro entender solo hasta que veo a un chico muy... muy guapo sentado en los asientos traseros de la camioneta. 

No puede ser de otra forma. No estás saliendo con Ashley Williams sino hay un hombre buenísimo que va a presentarte. Abro la camioneta y subo a ella cubriéndome las piernas, pero no demasiado. 

HACKER 1 | terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora