Epílogo.

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Stuttgart, Alemania.

Actualidad.


La noche del juicio fue la más fría del invierno.

En Alemania siempre hacía mal tiempo, pero aquel día en especial parecía como si los dioses del clima hubiesen dictaminado congelar a todos los mortales con una tempestuosa lluvia que parecía sacada del mismísimo diluvio universal.

Quizá Dios estaba furioso. O quizá solo estaba concediéndole un desenlace épico a una historia que finalmente terminaba.

Después de todo, Justin no creía en nada de esos cuentos. No creía en las divinidades o en los ángeles, a decir verdad.

O al menos, no creía que estos lucieran tan glorificados como en los textos bíblicos. Con largas y esponjosas alas blancas, una aureola flotando en sus cabezas y libres de cualquier tipo de pecado.

Por ejemplo, ahí estaba Harry. Justin podía verlo caminar de un lado para otro en el estrado, en frente de un impasible juez, gesticulando con los brazos y hablando con una firmeza y convicción que derrotaría a un ejército de hombres sin siquiera haberlos tocado.

Llevaba un saco negro, su color favorito, y una corbata guinda; algunas canas en su cabello se traslucían por encima y sus marcadas líneas de expresión, obtenidas por el tiempo, se trazaban debajo de sus ojos.

No, definitivamente Harry no lucía como un ángel. Pero Justin estaba cada vez más convencido de que, de cierta forma, lo era.

El chico nunca había escuchado a un hombre hablar con tanto convencimiento; la tenacidad se hacía sentir en el vibrar de su voz. Las palabras del abogado retumbaban en cada esquina de ese tribunal, el cual parecía temblar ante cada argumento que utilizaba en favor de su defendido.

Harry parecía estar defendiéndolo como si ese fuera el último día de su vida.

La mirada del juez, fría e implacable, estaba puesta en él, sin ningún tipo de vacilación. Escuchando la versión de los hechos que lo llevarían a tomar una sentencia determinante para el futuro del chico.

Justin sabía, sin embargo, que no importaba lo mucho que intentara cambiar las cosas, aún tendría que pagar por el precio de los errores que había cometido. Y si esa eran las reglas del juego, le quedaba entonces un gran camino por recorrer.

El martillo de madera golpeó la mesa.

— En vista de los argumentos alegados por el abogado Belfort y la evidencia comprobada que nos constata el estado psicológico actual del acusado y las pruebas que lo delatan víctima de irremediables hechos...—recriminó el juez, acomodando sus gafas sobre el puente de su nariz.

Fotógrafos y medios de prensa de diferentes partes del mundo tomaban registro de la acusación. Murmullos y flashes se oían como eco en toda la sala. La atención de los presentes y la ansiosa incertidumbre recaían en un sujeto en particular.

HACKER 1 | terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora