Epílogo

111 12 3
                                    

Jamaica
5 años después
Sebastián Hoffman

Podría definirla como todo lo que necesito para poder vivir. Su dedicación, su amor, su empeño, entusiasmos y cariño, me hacen darme cuenta de que no me he equivocado. Que todos estos años a su lado han sido los mejores de mi vida. De que no podría vivir sin su sonrisa, sin su forma desmedida de ser. Ella y todos sus defectos son dueños de mi vida.

Cada día me voy dando cuenta de ello. Solo basta con mirarla para saber el lugar al que pertenezco. Ella y los niños me han hecho cambiar, cambiar para mi bien.

Ayer mientras viajábamos en el Jet, Samuel me ha preguntado, por que amo tanto a su madre. Yo Simple contesté. "Porque en ella encontré un motivo para vivir". Él no pareció satisfecho y entonces pregunto. ¿Por qué amas tanto a Agatha, ella también te dio un motivo para vivir?. Con una sonrisa socarrona, le respondí. —Ella fue el complemento de mi felicidad.

Él niño se quedo mirándome. Por un momento pensé que seguiría preguntando. Que seguía la pregunta de, ¿porqué me quieres tanto a mi? Pero no llegó, así que le dije:

—Y a ti te amo tanto, porque a decir verdad no me imagino una vida sin ti a mi lado.

Sin esperarme dicha reacción, él se echó a mi cuello y me abrazo con todas sus fuerzas. Su madre aun dormía, con la pequeña Agatha envuelta en sus brazos, ajena a la demostración de amor, de parte de sus dos galanes —como ella suele llamarnos—. Cuando quise decir algo más, sentí la respiración apaciguada de Samuel, era señal de que se había quedado dormido.

Entonces me descubrí observándolos, me descubrí dándole gracias a Dios por la gran familia que me ha dado. Porque sin lugar a dudas, yo no podría ser más feliz.

Claro está que no vivo en un cuento de hadas, donde todo es perfecto, donde todo es bonito. Pero puedo decir, que con los encontronazos que he tenido, las malas rachas en los negocios, las discusiones con Camila o las crisis de la enfermedad de Samuel. Soy plenamente feliz.

—Papi, quiedo juga con la adena, pero Samuel no me deja —se quejó mi princesa haciendo un puchero. Ella con sus cinco años, aun no pronuncia bien la "r", le cuesta un poco, pero eso la hace ver un poco más tierna.

—Vamos a ver. ¿Que quieres hacer tu con la arena? —le pregunto sonriente.

Ella mira el cubito y la pala, y luego sonríe.

—Castillo de pincesasus pequeños dientes se asoman a través de su hermosa sonrisa. Es tan bella, con su cabello castaño hasta la espalda, sus ojazos verdes oscuros, como los míos y su sonrisa tontorrona, que me desalma totalmente.

—Papi te ayudará a hacer un castillo de princesa. ¿Vale? —le digo dándole un beso en el cachete.

—Siiiiiii —chilla entusiasmada y me abraza—. Te amo, papi.

Esas pequeñas palabras, son sin lugar a dudas las que me hacen despertar todos los días con una sonrisa en el rostro, y por supuesto que tenga ganas de volver a casa, después de una reunión agotadora, o de un viaje improvisado. Ellos tres son y siempre serán lo más importante para mi.

Así estamos por mas de una hora, jugando con la arena, mientras yo observo a Samuel hablar con una niña. Desde que llegamos ayer, los he visto hablar. Él no es de mucho hablar. Pocas veces lo vemos relacionarse con niñas de su edad. Pero sabemos que algo tiene que ver su pasado. Hay cosas que nunca se olvidan y aunque nosotros hemos hecho hasta lo imposible por darle una vida normal. Sabemos que él recuerda el hospital, sus inyecciones, los maltratos involuntarios y también el rechazo de parte de la mayoría de los niños.

Siempre Fuiste Tú (Pasado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora