Hay quien se queja de que siempre hace lo mismo, de que su vida es una rutina que nunca se acaba y ese tipo de personas suelen hacer locuras, como salir con gente que no le conviene, emborracharse cuando son demasiado jóvenes sin tener ni idea del daño que eso les causa y despertarse en casa de otra persona que ni siquiera conocen, con una resaca enorme y preguntándose que habrían hecho, dónde estarían y por qué estarían allí. Pero yo envidio a esa gente, porque mi vida anterior, aunque no fuera perfecta, era humana y medianamente normal. Odiaba la rutina de mi vida, pero no hacía locuras como otras personas que conocía. No tenía muchos amigos porque no me gustaba salir, pero estudiaba, sacaba buenas notas y era feliz, a mi modo de ver la vida. Hasta que conocí a Carlota.
Todo empezó un día como otro cualquiera, me desperté a las 7 en punto, me duché y me lavé y sequé mi largo pelo color carbón. Me vestí con una blusa a cuadros rojos y negros, mi preferida, unos vaqueros y unas zapatillas negras. Todo era normal, el desayuno, la cocina, las escaleras… Todo. Excepto yo. Había cambiado mucho durante el verano y ahora, antes de ir al instituto, mientras me miraba al espejo del recibidor, me daba cuenta del cambio que había sufrido durante este largo verano. Antes era normal, no muy guapa, pero tampoco fea del todo. Y ahora todo era distinto. Mi cuerpo había cambiado mucho, me habían salido más curvas, mi pelo era más bonito y largo, y todas esas cosas que les pasan a las chicas me habían pasado a mí, excepto una: el menstruo. Mi madre decía que me tranquilizara, porque hay chicas que tardan más que otras, pero ella también estaba preocupada. Porque yo tenía ya casi 15 años y aún no había tenido la regla. Me obligué a olvidarme de eso y a pensar que quizá cuando fuera al médico al día siguiente todo se aclararía. Así que cogí mi mochila con los libros, los cuadernos y los lápices y me fui andando al instituto. No estaba muy lejos de donde yo vivía, así que fui a pie. Quizá en este instituto consiguiera algunos amigos si se portaban bien conmigo. Era la chica nueva, iba a su instituto y seguramente habría alguien a quien no le caería muy bien, pero no me rendiría fácilmente. Las clases fueron bien, aunque no conocí a nadie que me cayera realmente bien. Ese día era viernes, y por eso no fue casi nadie. Solo fuimos los que vivíamos muy cerca.
Al día siguiente, cuando fui al hospital con mi madre para la revisión, una enfermera se nos acercó y nos dijo:
- Perdonen, pero la doctora Rodríguez no puede atenderlas. Ha tenido que ir urgentemente a su casa por problemas familiares y no va a venir hasta mañana.
- Pero no podemos esperar a mañana, hoy es el único día que podemos venir- le dijo mi madre a la enfermera.
- Podría preguntarle a otra doctora que aún no haya acabado su turno- le dije.
- De acuerdo, le preguntaré a la doctora Ramírez si puede atenderlas- nos dijo la enfermera antes de irse. Volvió 5 minutos después.
- La doctora Ramírez se ha interesado en su caso y las espera en su consultorio. Síganme, por favor.
Nos guió por unos pasillos largos y anchos de paredes blancas como la nieve. No había ninguna ventana en esos pasillos, pero no le di la menor importancia. Al final del pasillo había una puerta de madera pintada de beige.
-Este es el consultorio de la doctora Ramírez. Tienen mucha suerte de que ella se haya interesado en su caso, es la mejor doctora de todo el hospital.
-Gracias por todo, ha sido muy amable al acompañarnos.
-Ha sido un placer. Adiós.
-Adiós.
Cuando abrí la puerta vi un consultorio muy blanco. Mis ojos tardaron un minuto en acostumbrarse. Cuando ya empecé a distinguir las cosas que había en la habitación, pude ver una camilla a la derecha, a la izquierda unos armarios y algunos papeles y enfrente un escritorio con un ordenador encima y, sentada en una silla detrás del escritorio, estaba la doctora. Era guapa, parecía una modelo y aparentaba unos 30 o poco más.
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Ocaso (Editando)
RomanceFui creada para matar, para vengar una muerte injusta y sobrevivir a la lucha. Estaba pensando eso mientras conducía a 160 km/h e intentaba no chocar. Tenía que encontrarle antes que mi enemigo. Si se enteraba de mi existencia antes de tiempo, perde...