La cena fue fantástica. En cuanto me acabé los espaguetis, hicimos un brindis con las copas de sangre y yo la bebí lentamente, degustándola. Me limpié la boca con la servilleta y luego llegó Lucía con el postre. Era un trozo de tarta de manzana.
-¿Tarta de manzana?-le pregunté a Lucía.
-¿No te gusta?-dijo ella preocupada y extrañada.
-No es eso, es que no recuerdo haberte dicho que me gustaba la tarta de manzana.
-Conmigo no hace falta decir nada. Yo no veo el futuro, pero soy muy observadora. Por cierto-dijo dirigiéndose a Julio-, después del postre, solo después del postre, podrás decírselo.
-Tienes mi palabra-le dijo él.
-Me voy con los demás. Hasta luego, Ana, Julio-dijo despidiéndose con la mano antes de salir corriendo. Pude oír el suave ronroneo de su coche arrancando y marchándose a toda velocidad por la carretera. Cogí un poco de tarta y me lo metí en la boca. Estaba delicioso. Cuando me acabé el trozo de tarta, me limpié la boca con la servilleta y bebí un último trago de sangre de mi copa. Julio se levantó entonces, cogió las copas, el plato y los cubiertos y los llevó a la cocina. Cuando volvió, en vez de sentarse se arrodilló delante de mí.
-¿Qué haces?
-¿No querías saber qué era lo otro por lo que había hecho esto? Pues ahora lo vas a averiguar-dijo mientras buscaba en uno de sus bolsillos. Sacó una pequeña caja cuadrada forrada de terciopelo y la abrió delante de mí. Era un anillo de compromiso, con un pequeño diamante brillando a la luz de las velas. Yo me había quedado sin habla.
-Sé que no podemos comprometernos legalmente, pero me gustaría que estuvieramos comprometidos de algún modo antes de poder prometernos oficialmente.
-¿Prometidos?
-Supongo que sí. Ana Pérez prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida. ¿Me concederías el maravilloso honor de convertirte en mi esposa dentro de unos cuantos años?
-Sí-sonreí-, claro que sí.
Él sonrió y me puso el anillo en el dedo corazón de mi mano izquierda. Luego nos levantamos y le besé, tirando de él hacia mí tan fuerte que casi le hice daño. La cajita rodó por el suelo mientras él ponía sus manos sobre mis caderas y me acariciaba suavemente. Yo enredé mis dedos en su pelo y le besé casi con necesidad. Era feliz, aunque las circunstancias fueran raras. Él no se contuvo, no tenía necesidad de contenerse conmigo. A mi no me resultaba frío, pero una especie de corriente muy fría me recorrió la columna cuando él me besó en el cuello. Recorrió con sus labios mi clavícula y luego volvió a besarme como si ese fuera nuestro último beso. Estaba tan concentrada en ese beso, que no me di cuenta de lo tarde que era hasta que paramos y nos miramos a los ojos. Yo apoyé mi cara contra su pecho y le rodeé la cintura con mis brazos. Él enterró la cara en mi pelo mientras sus manos me acariciaban los hombros y las mejillas, que ahora se habían vuelto de un color rojizo. Entonces le pregunté:
-¿Qué es eso que crees que me gustará?
-Te voy a llevar a un sitio al que me gusta ir al ocaso.
-¿Está cerca?
-Sí, bastante cerca-susurró contra mi pelo-. Aunque prefiero que te cambies antes. No quiero que te rompas ese vestido tan sexy. Te queda muy bien.
Se rió antes de acariciarme suavemente la mejilla con su mano derecha. Notaba su mano fría contra mi piel, aunque era porque mi mejilla estaba ardiendo.
-Me gusta cuando te sonrojas. Tu piel toma un color rosa muy bonito.
Suspiré.
-Voy a cambiarme-dije mientras le cogía la mano derecha y se la acariciaba-. Quédate aquí.
-Aquí te espero-dijo antes de darme un beso en mi ardiente mejilla-. No tardes mucho, falta poco para el comienzo del ocaso.
Le di un beso en la mejilla antes de subir las escaleras hasta mi cuarto y cambiarme de ropa. Sabía que él también se iba a cambiar por el ruido suave de pasos que subían las escaleras. Me puse unos pantalones vaqueros y una camisa roja. Cogí una chaqueta de cuero negro por si acaso y, después de coger el móvil, las llaves y ponerme el colgante y el reloj (sin quitarme mi anillo), bajé las escaleras.
Apenas había puesto un pie en el suelo del salón, sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Julio me había cogido por detrás y yo ahora estaba encaramada a su espalda, agarrada a él como si me fuera la vida en ello.
-Agárrate bien-me advirtió-. Será un viaje movidito.
-Puedo andar por mi misma-le dije, aunque demasiado tarde, pues él ya había empezado a correr.
-Me niego a que mi prometida corra hacia un lugar que no sabe dónde está.
Me estremecí un poco al oír la palabra prometida. Mala suerte: Julio se dio cuenta.
-¿Tienes frío?
-Estoy bien.
Paramos después de un rato. Se podía oler la hierba y el agua desde donde estábamos. Seguramente estaríamos cerca del río Genil. Abrí los ojos cuando oí a Julio reírse en voz baja.
-Ya te puedes soltar.
Me bajé enseguida, pero, en cuanto mis pies tocaron el suelo, me cogió de la muñeca derecha y tiró de mí hasta que llegamos enfrente de un árbol.
-Las damas primero-ofreció con un gesto de la mano.
-¿Tenemos que subir al árbol?
-Las vistas son maravillosas y no tenemos mucho tiempo.
-Está bien-acepté mientras empezaba a subir-. Pero me debes una y bien gorda.
Llegué a una rama alta desde la que se veía perfectamente el río Genil. La vista era preciosa, así que me senté y admiré el espectáculo de luces rojizas y anaranjadas reflejadas en el agua grisácea que formaba el río Genil. Era precioso. Julio se sentó a mi lado y me puso el brazo derecho encima de los hombros. Me acurruqué en su pecho, aunque seguía mirando hacia el río. Entonces me fijé en mi mano izquierda. Julio me la había cogido, pero no podía distinguir el diamante. La piel de Julio relucía de un color plata brillante con la luz del sol, aunque ahora también tenía un color rojizo debido a las luces rojizas. Parecía una estatua perfectamente tallada alrededor de mi cuerpo. Le abracé y le susurré al oído:
-Gracias-por mi mejilla rodó una lágrima.
-No sé por qué me das las gracias-dijo mientras se apartaba un poco de mí y me quitaba la lágrima.
-Te doy las gracias por ser tan bueno conmigo. A veces siento que eres demasiado para mí.
-Yo no soy nada en comparación contigo. Soy yo el que tiene más de lo que se merece-ahora me acariciaba la mejilla suavemente-. Haré cualquier cosa, lo que sea que yo pueda hacer, con tal de tenerte a salvo.
-No lo necesitarás-le reproché-. Soy muy fuerte.
-Lo sé, mi amor. Lo sé.
Nos abrazamos y nos quedamos así hasta el anochecer, aunque yo me quedé dormida y él tuvo que llevarme a casa.
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Ocaso (Editando)
RomanceFui creada para matar, para vengar una muerte injusta y sobrevivir a la lucha. Estaba pensando eso mientras conducía a 160 km/h e intentaba no chocar. Tenía que encontrarle antes que mi enemigo. Si se enteraba de mi existencia antes de tiempo, perde...