Capítulo 10: Julio.

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Carmen y Lucía estaban peleándose sobre qué elegir. Carmen, bendita sea, prefería algo cómodo pero elegante. Lucía, en cambio, prefería algo clásico, escotado y de seda roja. Lucía se estaba ganando a pulso una reprimenda. Quería mucho a Lucía, pero tendía a exagerar. Me puse del lado de Carmen, ya que mi voto contaba más que cualquier otro.

-¿Otra vez os peleáis por algo que yo también debería decidir?- les pregunté.

Carmen se puso rígida y me miró, con una gran sonrisa de confianza en la cara.

-Otra vez tienes que decidir tú.

-Ojalá esto no se vuelva rutinario. Odio que Lucía se cabree conmigo.

-¿Eso significa que estás con Carmen?-me preguntó Lucía.

-No quiero tardar media hora en vestirme y otra media en cambiarme después de que lleguen.

-Admito que no es muy práctico, pero estarías preciosa.

-Si elijo yo la ropa también estaré preciosa. Vosotras os calláis y me dais vuestra opinión, ¿de acuerdo?

-Por mí vale- dijo Carmen.

-Supongo que vale- aceptó Lucía, a regañadientes.

-Genial- dije.

Yo ya tenía una idea previa. Me fui al armario de las faldas. Escogí una negra con dibujos de mariposas y flores pintados en blanco. Luego cogí una blusa ajustada de color blanco. Me fui al probador y me miré en el espejo. Eso me quedaba genial. Cogí unos zapatos con poco tacón de color negro. Luego me paré delante de ellas y me dieron su aprobación. Les gustaba mi estilo. Eso era bueno. Mientras me miraba de nuevo al espejo, oí el motor del Volvo de Carlota. M y ella se habían ido a por Julio y Roberto. Teníamos media hora para que ellas se vistieran y peinaran y se pusieran a peinarme a mí antes de que llegaran todos. Yo me senté delante del tocador, me cepillé el pelo mientras ellas se iban a cambiarse. Cuando volvieron, estaban vestidas y peinadas. Carmen llevaba el pelo suelto, liso. Le quedaba genial con los vaqueros y la blusa marrón claro. Lucía, en cambio, se había puesto una camiseta de tirantes blanca debajo de una chaqueta de cuero negro con el cuello y las mangas de piel sintética de leopardo. Se había puesto unos vaqueros ajustados, que realzaban su figura junto con la chaqueta. Iba a salir, eso estaba claro. Quizás se fuera de compras. Llevaba su pelo café tostado suelto, ocultando en parte su cara. Sujetaba unas gafas de sol en la mano derecha.

-¿Puedo cepillarte yo?- preguntó Carmen.

-Claro- le dije. Ella cogió en seguida el cepillo y se puso a cepillarme el pelo. Le gustaba mucho cepillarme el pelo. Era largo, sedoso y negro. Me miré al espejo mientras ella me cepillaba. Estaba sonriendo, concentrada en su tarea. Lucía esperaba detrás de mí.

-¿Vas a salir, Lucía?- le pregunté después de que Carmen terminara con mi pelo.

-Sí. Como ahora tú vives aquí, voy a tener que ir a comprar comida humana. Quiero causar una buena primera impresión a la gente del pueblo.

-Se quedarán con la boca abierta- le dije, sonriéndole, mientras me volvía para mirarla. Ella también me sonreía.

Como ya estaba todo listo, salimos de allí. Cogí mi móvil y me puse el reloj. No sabía que hacer. Aún faltaba un cuarto de hora.

-¿Qué vamos a hacer mientras llegan?-le pregunté a Lucía.

-Lo que tú quieras. Podemos ir al porche y esperar o ver la tele.

-Prefiero ir al porche.

Entonces Lucía y Carmen me llevaron al porche. Me trajeron una silla y un vaso de agua. Me lo bebí en tres tragos. Tenía una sed horrible. Era como si algo me arañara el estómago y me escociera la garganta, pero ese vaso de agua hizo que el escozor de la garganta aumentara. No bebí más agua. Me puse a mirar cosas sin importancia en internet mientras esperaba oír el motor del coche. Estaba entretenida leyendo chistes en el twitter cuando oí el suave rugido del motor del Volvo de Carlota por la carretera. Me salí de internet y miré al frente. Por la parte de carretera que pude ver desde el porche. Carlota conducía. Había un hombre guapo, de pelo marrón chocolate oscuro y de unos 30, sentado en el asiento del copiloto. Supuse que sería Roberto. Él y Carlota se sonreían, como si fueran adolescentes enamorados que se escapan de casa juntos. Era muy bonito. En el asiento de atrás estaban M y otro chico. A ese otro chico no le conocía. Era guapo, el más guapo. Su cabello negro oscuro, del mismo tono que el mío, estaba rizado. Le caían dos o tres bucles encima de la frente. Su rostro parecía más perfecto que el de un ángel. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa y mi corazón, sin darme tiempo de apartar la mirada de aquel ser tan perfecto, se desbocó. Tenía el pulso y la respiración muy acelerada. Aparté la vista. Ese era Julio.

¿Cómo podían decir todos que hacíamos buena pareja? Él era un dios. Un ángel perfecto caído del cielo. Yo no era nada comparada con él. Yo era guapa, pero no tanto como él. Su belleza me cegaba, me desorbitaba. Miré a Lucía, que se estaba riendo y cuchicheando con Carmen.

-¿Se puede saber de qué os reís?

-Es que tenías que haberte visto la cara al ver a Julio, y eso que todavía no le conoces bien-me explicó Carmen, ya que Lucía se estaba riendo mucho.

Volví a mirar hacia el coche. Carlota lo había aparcado para que M y Julio se bajaran. Cuando salieron del coche, miraron hacia donde estábamos nosotras. Carmen me cogió de la mano y fuimos a recibir a M. Ellos se abrazaron.

-Hola, cielo-le susurró M. Cuando Carmen dejó de abrazarle, M le pasó el brazo por la cintura y me dijo-. ¿Qué tal, pequeña? Estás más guapa.

Oí un gruñido procedente de Julio.

-Estoy bien, gracias M.

-Julio, hermano, ¿por qué no te acercas a conocer a Ana?

-Claro-dijo. Un segundo después estaba al lado de M, en frente de mí-. Es un auténtico placer conocerte al fin- dijo mientras me besaba la mano, sonriendo.

-Lo mismo digo.

Claro que decía lo mismo, él era todo un caballero. Era perfecto, simple pero absolutamente perfecto. No me soltó la mano en ningún momento. Su piel era fría, pero a mí no me resultaba muy fría. Normal, ya que yo tenía pocos grados más que él. Nos dirigimos todos juntos hacia el porche, donde Lucía estaba esperando.

-Hola, pequeñaja-la saludó Julio, cuando llegamos al porche. Aún me cogía de la mano, pero me gustaba su contacto.

-Hola, Julio. Es una alegría que estés aquí otra vez. Voy de compras, ¿te vienes?

-No gracias. Prefiero enseñarle una cosa a Ana.

-Vale, ya veo. Que os lo paséis bien.

Julio me miró, con una sonrisa de alegría sincera en la cara. Cuando entramos en la casa, nos dirigimos directamente hacia su cuarto. Mantuvo la puerta abierta para que yo entrara. Cuando entré, me siguió en seguida y volvió a cogerme de la mano. Se puso justo delante de mí, muy cerca. Tan cerca que si miraba al frente solo veía su pecho, perfecto, duro y frío. Levanté un poco la cabeza. Él era muy alto, al menos para mí. Entonces pude verle perfectamente el rostro. Sus ojos eran dorados, como la miel. Estaba sonriendo, su aliento me quemaba la piel suavemente. Olía tan bien... Entonces, con su melodiosa voz, me habló.

-Quiero darte algo.

-¿Es un poco pronto, no?-le dije yo, sonriendo, pero con la cara oculta en su pecho.

-No creo, es algo que me gustaría que tuvieras siempre contigo.

-De acuerdo-acepté-. Tu ganas. ¿Qué es lo que quieres darme?- le pregunté, curiosa, levantando la cabeza y viéndole sonreír. Yo también sonreí. Era feliz sabiendo que él también lo era.

Se separó de mí un poco, pero no me soltó más de la mano. Luego miró en un cajón del escritorio, buscando algo con la mano derecha dentro de ese cajón. Cuando lo encontró al fin, sonrió y se giró hacia mí, cerrando luego el cajón. Me mostró una cajita cuadrada, forrada de terciopelo negro. La abrió delante de mí. Era el colgante que había visto en su ordenador.

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora