En cuanto llegamos a casa, le pregunté:
-¿Ya es “luego”?
Me sonrió y me guiñó un ojo.
-Vamos a nuestro cuarto-dijo.
Mi cuarto se había convertido en “nuestro” cuarto, ya que en mi cuarto había cama y en el suyo no. En todo ese tiempo, no habíamos vuelto a hacer el amor, por seguridad y porque él se pasaba la mayor parte de la tarde con Andy.
Corrimos a nuestro cuarto y, en cuanto solté las cosas, me senté en la cama. Di unas palmaditas a mi lado y él se sentó a mi lado. Rodeé su cintura con mi brazo izquierdo y me apoyé en su hombro. Él puso su brazo sobre mis hombros en un gesto protector.
-Dímelo-exigí. Julio sonrió antes de explicármelo.
-El juramento Alfa es algo maravilloso para guardar secretos. Si haces que un lobo Alfa haga ese juramento, no podrá decir nada a nadie sobre eso. El juramento se lo impide tanto a él como a la manada entera. Son fieles a la palabra dada. Según Rafa, no pueden oír a Andy cuando piensa en eso, por lo que creo que tu tampoco podrás leerle la mente cuando piense en nuestro “asunto privado”. Tampoco creo que pueda Elisabeth.
Suspiré.
-Odio los secretos, Julio.
Él se rió.
-No es un secreto, es una sorpresa. Te gustará-me prometió-. Por cierto, ¿qué me vas a regalar por Navidad?
-En realidad aún no lo he decidido-admití, sonrojándome-. Dudo entre dos tipos de coches.
-Pues elige uno para mí y otro para Andrés. Odia el coche de sus padres y quiere tener uno propio. Pero intenta que el mío sea el mejor, ¿vale?
-Tú siempre tienes lo mejor-dije mirando sus ojos dorados.
-Eso es cierto, porque te tengo a ti-susurró dulcemente antes de besarme. No llevábamos besándonos ni 5 minutos cuando alguien llamó a la puerta. Paramos y miramos a la puerta.
-¿Se puede?-preguntó Elisabeth desde el otro lado.
-Adelante-respondí.
Elisabeth entró en el cuarto, pero se quedó al lado de la puerta. Antes no me había fijado bien en su ropa, porque llevaban capas rojo oscuro cuando nos encontramos. Pero ahora que no llevaba esa capa, veía perfectamente que llevaba unos vaqueros, una blusa blanca ligera y unas zapatillas blancas de tenis.
-Anne-dijo-, es hora de entrenar. Empezaremos por Julio, ¿os parece bien?
-Claro-respondí-. Ahora bajamos, Elisabeth.
Ella asintió y se fue.
-Una pregunta-le dije a mi novio-¿Dónde vamos a practicar?
-En el patio trasero. Es muy grande y no romperemos nada-entonces se levantó-. Venga, estoy deseando enseñarte.
Fuimos corriendo hacia la cocina. Allí, además de la puerta que daba a la sala de estar, había una puerta de cristal que daba a un claro del bosque detrás de la gran casa. Era muy amplio y parecía un enorme jardín del tamaño de un prado. Al fondo se veía el bosque, con árboles altísimos y ciervos en abundancia, aunque los animales estaban alejados de nosotros. Su instinto nos reconocía como peligrosos depredadores. En asuntos de supervivencia, los animales son mucho más inteligentes que los humanos.
Toda mi familia estaba allí. Carlota y Roberto estaban hablando con Alistair y Elisabeth sobre estrategias, discutiendo el mejor modo de enseñarme a luchar. Carmen y M hablaban con Lucía sobre quién saldría voluntario, aunque nadie quería probar suerte con Alistair. En cuanto entramos en el enorme claro, Lucía se acercó bailando a nosotros. Se paró delante de mí y me cogió de la mano. Me arrastró hacia mis padres. Julio se fue a hablar con M y Carmen.
-¿Por qué habéis tardado tanto? Estaba a punto de subir-me riñó mi hermana favorita.
-Lo siento- susurré. Ella puso los ojos en blanco y sonrió. Carlota se volvió hacia nosotras, que ya habíamos llegado a su lado y me acarició la mejilla levemente.
-¿Estás lista, cielo?
-Sí.
Ella suspiró.
-Sigo sin creer que sea una buena idea, Alistair. No quiero que sufra.
-Confía en mí, Carlota. Es para darle una idea aproximada. Apenas lo notará, te lo prometo.
“Alistair quiere enseñarte lo que hace”, pensó Lucía, “para darte una idea aproximada de lo que tienes aprender a hacer. Lo llama predicar con el ejemplo”.
-Tranquila mamá-dije. Era la primera vez que la llamaba mamá-. Podré soportarlo. No será tan malo. Además, lo de Alistair va lo último.
Mi joven madre se tranquilizó y miró a Julio.
-Date prisa, hijo. No quiero que trasnoche.
Julio asintió y sonrió.
-Ana, ven-me llamó. Me ofreció la mano. La cogí en un segundo y le devolví la sonrisa. Se volvió hacia los demás-. Empecemos.
Los otros asintieron y nos miraron. Carmen, M y Lucía estaban más cerca de nosotros. Mis padres y los visitantes estaban unos metros más alejados. Julio me cogía la mano derecha. Estaba lista.
-Necesito un voluntario, por supuesto-les dijo a los demás. Yo sonreí.
-Manuel estará encantado de ayudar-dije. M suspiró y avanzó hasta ponerse unos metros por delante de nosotros, refunfuñando.
-Maldita sea la hora y el día que creí poder ganar a la pequeñaja en un pulso-se quejó.
-Fue decisión tuya-le recordé, riéndome entre dientes.
-No haber apostado-añadió Julio. Luego se puso serio-. Mantén alguna parte de tu cuerpo en movimiento, M.
Manuel cogió una piedra del suelo y la pasó rápidamente de una mano a la otra. Un humano solo vería un borrón, pero yo veía perfectamente la piedra.
-Atiende-me dijo Julio-. Tienes que concentrarte en la “presa” a la que quieres parar. Concéntrate en inmovilizarle, como si tus ojos paralizaran con una única mirada. Inténtalo-me animó. Asentí y me concentré en M. En cuanto le miré, se paró. La piedra cayó al suelo y M se quedó quieto como una estatua. Miré a Julio, quien me sonreía.
-Bien hecho-dijo antes de darme un leve beso en la mejilla. Sonreí y liberé a M. Elisabeth se acercó a mí y Julio y ella intercambiaron sus posiciones, de forma que Julio se quedó al lado de Alistair, Carlota y Roberto.
-Ahora-dijo Elisabeth- cierra los ojos y deja la mente en blanco. Concéntrate en encontrar una fina capa protectora mental. Visualízala. Ponle un color y cubre tu mente con ella. Imagina su grosor, su textura y adáptala a tu cuerpo como una segunda piel.
Hice todo lo que me decía y en poco tiempo estuve “cubierta” por una capa protectora que me protegería de algunos dones ofensivos. Abrí los ojos y sonreí.
-Lo conseguí-proclamé. Ella asintió y volvió a intercambiar su posición con Alistair. Él extendió la mano.
-Será lo mínimo-prometió. Puse mi mano encima de la suya y noté un fuego que me quemaba la piel, pero era soportable. Retiré la mano.
-M, ven. Estoy lista-le llamé. Mi hermano dudó-. Lo prometiste-le recordé. Él avanzó a regañadientes y se paró delante de mí. Me concentré en causar una quemazón parecida a la que yo había sentido, pero me salió más doloroso de lo esperado, ya que M se retorció de dolor cuando no habían pasado ni dos segundos. Aparté la mano y se calmó un poco. Luego volví a poner la mano encima de la suya, pero concentrada en proporcionarle alivio, como si quisiera curar el daño causado. Funcionó.
-Gracias-dijo M.
-Siento haberte hecho más daño del necesario.
-Anne-dijo Alistair-. ¿Qué le has hecho al tocarle por segunda vez?
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Ocaso (Editando)
RomanceFui creada para matar, para vengar una muerte injusta y sobrevivir a la lucha. Estaba pensando eso mientras conducía a 160 km/h e intentaba no chocar. Tenía que encontrarle antes que mi enemigo. Si se enteraba de mi existencia antes de tiempo, perde...