Capítulo 15: El director.

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Entramos y le preguntamos a la secretaria dónde podríamos encontrar el despacho del director. Nos lo dijo en seguida, debido a que Julio la convenció en cuanto le vio esbozar una de esas sonrisas traviesas que solo ponía cuando quería algo. Mientras caminábamos, Julio soltó mis dedos para cogerme de la mano izquierda.

-Te has pasado un poco con la secretaria-le reñí.

-Solo trataba de ser convincente. No es culpa mía que los humanos sean impresionables.

-Teniendo en cuenta que eres atractivo y mayor que yo, impresionarías a cualquiera.

-Menos a ti.

-Faltaría más.

-Recuerda tu promesa, cariño, recuerda tu promesa.

-Tonto-le dije. No me gustó nada que me llamara cariño. Me recordó a mis padres. Me deshice de esos recuerdos en cuanto crucé el umbral de la puerta del despacho del director. Estaba sentado detrás de su escritorio de caoba tallada a mano, escribiendo unos documentos. Los papeles se amontonaban en columnas impresionantes en su escritorio. El trabajo pendiente casi le tapaba la cara, la cual levantó al escuchar el chirrido de la puerta. En el cartelito con su nombre ponía Don Felipe García.

-Buenas tardes, señorita Pérez. Siéntense, por favor.

-Gracias señor-dije cerrando la puerta y sentándome en una de las sillas de delante de su escritorio. Julio se sentó a mi lado.

-¿Qué le pasó esta mañana, señorita? Me extrañó no verla en clase.

-He pasado el fin de semana mudándome con la Doctora Ramírez. Pero vive tan lejos que hicieron falta tres días en lugar de solo dos. A partir de ahora vendré todos los días.

-Eso espero. ¿Y quién es el joven que la acompaña?

-Julio. El hijo de la señora Ramírez.

-Mucho gusto, muchacho.

-Lo mismo digo, señor-respondió Julio.

-Señor director-dije-. He venido para pedirle una plaza en el parking del instituto. Como comprenderá, al vivir tan lejos necesitaré un lugar para dejar el coche. Por supuesto, le recompensaría con una donación económica al instituto.

-Me parece bien, siempre que usted no incomode al resto de los estudiantes.

-No causaré el más mínimo revuelo, señor. Tiene mi palabra.

-Me alegro. Aunque podríamos dejar de lado el dinero. Usted es una buena estudiante y le dejaré una plaza si sigue con esas buenas notas. No quiero dinero, solo buen comportamiento y notas ejemplares, ¿de acuerdo?

-De acuerdo, señor.

-Si eso es todo, pueden irse.

-Gracias.

Julio y yo nos fuimos después de despedirnos del director. Era un buen hombre que había mirado bien mi expediente.

Cuando estábamos en el aparcamiento, Julio se paró delante de mi coche sin dejarme pasar.

-Me debes algo-me recordó.

-Está bien-dije.

Puse mis manos por detrás de su cuello, tirando de él hacia mí. Me besó como la primera vez, apasionadamente. Me separé de él antes de que pudiera enloquecer.

-Ya es bastante-le dije. Se apartó, pero cuando busqué en mi bolsillo trasero las llaves no estaban.

-Sorpresa-dijo, con una gran sonrisa, mostrando las llaves en la palma de su mano derecha. Las cogió sin que yo pudiera cogerlas y se fue hacia la puerta del copiloto. La dejó abierta para que yo entrara.

-Muy gracioso, ¿ahora quieres conducir tú?

-No quiero tener que darte instrucciones todo el rato. Además, eres muy lenta.

-Entraré, pero no vuelvas a decirme lenta si no quieres que te arranque la cabeza.

-Vale.

Entré en el asiento del copiloto y metí la dirección hacia la casa mientras Julio cerraba la puerta y arrancaba el coche. Mientras conducía miré el velocímetro. Conducía a 160 km/ h. Demasiado rápido, aunque mi coche parecía volar sobre la carretera.

-¿Te gusta correr?-le pregunté mirando hacia el frente. Nos dirigíamos hacia las afueras del pueblo. La casa de Carlota era demasiado “especial” como para estar cerca del pueblo.

-A ti también, aunque respetes las normas de tráfico. Vas a tener que aprender a correr. Después de todo, que te pongan o no una multa no importa.

-Claro-dije. Solo entonces dejé de mirar al frente para mirar mi mano izquierda. Julio me había cogido la mano suavemente para no sobresaltarme. Él era muy dulce, tan perfecto... demasiado perfecto para mi. Decidí echar un vistazo en su mente. Pronto llegaríamos y no tenía mucho tiempo. Él me miró de reojo, sonriendo, para después poner toda su atención en la carretera. O eso creía yo hasta que le oí.

“Es perfecta. No entiendo por qué no quiere leerme el pensamiento. Querrá darme un poco de privacidad. Es casi imposible de creer que ella me quiera a mi”. Entonces recordó nuestro primer beso, como si fuera un sueño hecho realidad. Me vi en su mente como una diosa, perfecta hasta en la punta de las pestañas. Él estaba enamorado de mi. Yo era su diosa, su razón de vivir, su sueño hecho realidad. Dejé de escuchar su mente en cuanto llegamos. Aparcó y me dio las llaves. Me ayudó a bajar y, cuando llegamos al salón, Carlota y los demás estaban viendo la televisión como si hubiera ocurrido una catástrofe.

-¿Qué ocurre?-le pregunté a Carlota.

-Nada, por ahora. Este fin de semana iremos a Galicia. Todos. Tú en especial, Ana. Debes venir a negociar con los lobos. Si les convencemos y hacemos un trato todo será más fácil.

-¿No te parece un poco pronto?-le preguntó Julio- Ni siquiera se ha acostumbrado a nuestro modo de vivir. No quiero que los lobos intenten matarla.

-Tiene parte de humana y los lobos protegen a los humanos. No le harán daño. Además, será mejor poder coger provisiones siempre que sea necesario y no provocar ninguna pelea, ¿no crees? Saldrá bien, Julio. Iremos en dos o tres coches con espacio de sobra. Cogeremos provisiones, por si acaso. Lucía, Carmen, id con Ana a preparar su ropa de caza.

Lucía, Carmen y yo fuimos a mi vestidor. Pasamos el resto de la tarde mirando ropa para cazar. Al caer la noche, ya estaba elegida. Me puse el pijama después de ducharme y me fui a mi cuarto. Miré en mi mochila del instituto. Estaban todos los libros. La puse en el suelo y me senté en la silla del escritorio. Abrí el portátil de color cereza. Lo cerré en seguida porque no tenía nada que mirar. Vi el bolso cereza. Lo abrí y saqué la llave de casa. Puse las llaves del coche colgadas del mismo llavero del que estaba colgada la de casa y las metí en un bolsillo de la mochila. En el mismo bolsillo metí el móvil. Dejé la mochila en el suelo, junto al escritorio, y encima de este puse mi reloj y el colgante. Me metí en la cama y me dormí.

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora