Capítulo 24: Primera vez.

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Eran muchas maletas, aunque Lucía me había asegurado que este era el último viaje que haríamos para mudarnos. Metí la dirección que me había dado Lucía en el GPS y, cuando ya no cabían más maletas mías en el maletero del coche ni en el asiento trasero (puesto que los dos estaban llenos a más no poder), puse lo que faltaba en el asiento delantero. Arranqué el coche y salí justo detrás del Volvo de Carlota. Todos los coches estaban llenos a rebosar de maletas. Íbamos cada uno en un coche, excepto Julio, que iba en su moto. Él llevaba mis libros en el pequeño compartimento de su moto. Aunque salimos al ocaso, por seguridad, Julio resplandecía un poco. Podía verle en el espejo retrovisor. Me seguía porque no quería separarse de mí. La luz rojiza del ocaso hacía que su piel brillara como si tuviera una cubierta de metal plateado brillante, pero cubierta por una capa rojiza. Era lo más hermoso del mundo. Me sonrió y aceleró. A la velocidad a la que íbamos, llegaríamos a Cuntis en poco más de unas horas. Se puso a mi lado, con el viento alborotándole el pelo y esa sonrisa ensanchándose. Le devolví la sonrisa y aceleré mientras encendía las luces del coche. Él aceleró y mi teléfono sonó. Lo cogí de mi bolsillo y descolgué sin mirar el número de quien llamaba.

-¿Diga?

-¿Por qué aceleras? ¿Qué pasa, no quieres seguir siendo mi novia o qué?-Julio estaba de guasa, como siempre.

-Quería echarte una carrera, a ver si tu moto puede llegar a ser más rápida que mi coche.

-Eso ni lo dudes, mi amor. Ahora verás.

Colgó y me adelantó, pero le dejé que fuera delante. Carlota le riñó por ponerse a su lado demasiado deprisa. Dijo que fuéramos más despacio porque ya estábamos llegando. No me había dado cuenta de que solo habíamos estado conduciendo menos de dos horas, pero ya estábamos viendo los bosques gallegos que rodeaban Cuntis. Eran preciosos incluso por la noche. Carlota empezó a ir más despacio y todos los demás también fuimos más despacio. Se metió por un camino que se adentraba en el bosque y siguió conduciendo hasta llegar a la casa. No paró en cuanto la vio, sino que condujo hasta el garaje y nos metimos todos allí. Julio se puso al fondo, aparcando la moto. La casa era exactamente igual que la de Écija, solo que estaba en un amplio claro de un bosque gallego, a unos kilómetros de Cuntis y desde allí se podía oír suavemente el relajante sonido del agua del río. Lucía lo puso todo en su sitio con una rapidez asombrosa en cuanto se bajó del Porsche fucsia. En cuanto aparqué el coche, lo saqué todo y lo puse en el suelo para que Lucía lo cogiera luego. Julio se acercó a mí con la bolsa de los libros y fuimos juntos a ver la casa por dentro. Como todo era exactamente igual que en Écija, fuimos a mi cuarto.

Lucía ya había estado allí. Era como si no nos hubiésemos movido. Ahora estaba terminando con la habitación de Carmen y M, que era la última que le quedaba. Puse los libros en el escritorio y miré por la ventana. Estaba nublado y parecía que iba a llover. Yo no tenía ningún paraguas, pero no me haría falta hasta que fuera al instituto. Eso me recordó algo. Me volví hacia Julio.

-Julio, acabo de recordar algo.

-¿El qué?-preguntó mientras se acercaba a mí y me acariciaba la mejilla con la mano derecha. Le cogí la izquierda y jugueteé con sus dedos.

-¿Cómo iremos al instituto?

-En coche, obviamente-dijo, riéndose.

-¿Y quién nos llevará?

-En eso no había pensado-admitió-. Ya se nos ocurrirá algo, supongo.

Entonces me besó. Le devolví el beso mientras él me acariciaba las caderas, la espalda, la clavícula. Luego empezó a besarme el cuello mientras mi corazón latía desbocado.

-Julio-jadeé.

Él volvió a besarme en los labios, esta vez con deseo e intensidad.

-Te amo-susurró contra mis labios. Luego, un poco más apartado de mí, pero lo suficiente para que sus ojos de oro líquido me atraparan, dijo-: No tienes ni idea de cuánto te amo, te deseo y quiero hacerte feliz. Pero no tienes que hacer nada que no quieras.

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora