Capítulo 30: Los guardias.

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Faltaba poco para las vacaciones de Navidad. En el instituto nos iba bien y a la hora de almorzar nos sentábamos con los lobos. Rafa, el rubio, seguía enamorado de Lucía, pero nunca se lo dijo. Un día, mientras yo estaba de caza con Andy y los demás no andaban muy lejos, escuché una voz mental que nunca había escuchado. Eran los guardias de Michaelo. Un hombre y una mujer, aunque a la mujer la oía peor que al hombre. Me paré en seco y Andy se paró a mi lado.

“¿Qué ocurre?”pensó el lobo.

-Ve y llama a Julio. Date prisa-le susurré al oído.

Él asintió y salió corriendo.

“¿Qué es ese olor?” se preguntaba el hombre.

“Parece como si una vampira estuviera con un humano. Un humano que huele muy bien”pensó la mujer.

Se acercaban cada vez más deprisa, cada vez más entusiasmados de conocer el origen de ese extraño olor. Julio llegó entonces, cogiendo mi mano. Vimos avanzar a los vampiros un poco más, hasta que solo nos separaron unos metros.

El hombre era alto, con el pelo rubio como los rayos del sol y los ojos rojos como rubíes. La mujer era rubia, un poco más baja que el hombre y con los ojos del mismo tono de rojo. Esa era la principal diferencia entre los vampiros “vegetarianos” y los de dieta tradicional. Los ojos de los vegetarianos eran dorados cuando no tenían sed y los ojos de los de dieta tradicional eran rojos como rubíes. Me miraron, sorprendidos. Sabían quién y qué era yo y también sabían de lo que yo podía ser capaz. Contaban con la ventaja de que la mujer leía la mente y tenía un escudo mental que la protegía de algunos dones. El hombre, por su parte, causaba un gran dolor a quien tocaba. Ellos estaban casados, podía ver sus anillos. El hombre iba a atacarme, pero Julio le paró con su don. Ni siquiera se había movido un centímetro. Sólo le miró fijamente y el hombre se quedó parado. La mujer chilló, pero no nos atacó.

-¡Soltadle!¡No le hagas daño!-dijo.

Me acerqué lentamente a ella.

-Tranquila. No os haremos ningún daño. Te lo prometo. Solo le ha parado. Tú sabes tan bien como yo que no está sufriendo. No eres la única que lee mentes.

Me miró desconcertada.

-Solo cumplimos órdenes- se justificó.

-Lo sé. Dime tu nombre y el de tu esposo.

-Yo soy Elisabeth McDoc y él se llama Alistair. Nos ordenó llevar al neonato ante él si tenía algún don.

-Elisabeth, no temas. Yo os ofrezco algo que él no quiere daros. Os ofrezco la libertad total.

-¿Libertad? ¿En serio?

-Sí. Él no es nadie para esclavizaros y yo os ofrezco que vayáis donde queráis. Podéis ir a contarle lo que habéis visto y matar así a muchos inocentes o podéis vivir en paz, libres. Yo os ofrezco esa posibilidad: poder elegir libremente.

Ella se inclinó a mis pies.

-Gracias majestad. Le seremos siempre fieles. Nos quedaremos con vosotros hasta que debamos volver.

-¿Cuándo se os acaba el tiempo?-le pregunté mientras la ayudaba a levantarse. Le cogí las manos y ella se levantó, acariciándolas.

-El plazo se acaba en tres años, majestad. Cuando volvamos sin el neonato, debemos decir que no tiene don alguno. De no ser así, vendrá con todo su ejército a mataros.

-Como os he dicho, Elisabeth, podéis quedaros. Pero no quiero que muera gente inocente. ¿Tendréis problemas con Michaelo si os quedáis tres años aquí?

-No majestad. Él confía plenamente en nosotros.

Asentí.

-Julio, suelta a Alistair.

Obedeció en seguida y Alistair se acercó a nosotras. Me ofreció la mano. La estreché en señal de confianza.

-Gracias por todo, majestad-dijo.

-Llamadme Ana, por favor.

-The queen Anne. Me gusta como suena-dijo Elisabeth, con su adorable y suave acento británico.

-No soy una reina, Elisabeth. Podéis llamarme Anne, si os gusta más así.

-Julius-llamó Alistair-, ven con nosotros. Tienes suerte de tener a Anne.

-Lo sé, Alistair-dijo Julio mientras pasaba su brazo derecho alrededor de mi cadera-. Ana, volvamos a casa.

-Sí, estoy segura de que Carlota querrá conoceros.

Volvimos a casa corriendo. Carlota estaba preocupada porque Andrés le había dicho lo de los guardias. Cuando llegamos al jardín delantero, oímos gruñir a los lobos. Andy les mandó callar en seguida, pero él también desconfiaba. Toda mi familia se sorprendió al vernos a los cuatro llegar amigablemente, pero Carlota y Roberto ya conocían a Alistair y Elisabeth.

-¡Alistair!-dijo Roberto-¡Cuanto tiempo, hermano mío!

Se dieron un abrazo en cuanto se vieron.

-¡Robert ,brother! ¡Hace siglos que no nos vemos!

-Solo uno, amigo mío-dijo Roberto mientras se separaba de él y ponía sus manos en los hombros de Alistair-. Me alegra verte de nuevo.

-A mí también. ¿Recuerdas a Elisabeth, verdad?

-Por supuesto-dijo Roberto mientras le extendía la mano a Elisabeth y esta se la estrechaba-. Estoy muy contento de veros otra vez a los dos.

-Os echábamos de menos a ti y a Carlota.

Todos los demás estábamos asombrados.

-Roberto-dije-. ¿De qué os conocéis Alistair y tú?

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora