En cuanto llegamos al salón, vi a Lucía con mi móvil en la mano. Se acercó a mí y me lo dio.
-Gracias-le dije.
M y Carmen estaban como antes de que me fuera.
-Lucía, ¿puedes hacer tú de comer? Quiero probar tu soufflé.
-De acuerdo. Hoy cocino yo.
-Antes de que empieces quiero que todos veáis algo. Julio, avisa a Carlota y a Roberto. Es hora de que M llore un poco.
-¿Crees que podrías hacerme llorar?-se burló M.
-¿Quieres apostar a un pulso?
-Vale. Yo gano, me das un coche nuevo. Tú ganas, y seré tu esclavo para siempre.
-Me gusta esa oferta.
Ahora ya estábamos todos en el salón. M puso su codo apoyado en la mesita de café y yo hice lo mismo. Me cogió fuertemente la mano e intentó tumbarla inútilmente. Cuando se estaba animando un poco y empezaba a movérmela, le tumbé la mano de golpe, pero con cuidado para que la mesita de café no resultara dañada. Me aparté y me puse al lado de Julio, que me dio el móvil.
-Ya sabes M, esclavitud eterna.
Mientras yo decía eso, todos se reían, menos M. Él estaba agarrándose la mano, intentando aceptar su humillante derrota.
-Y a ti te toca dejarme elegir tu coche-le recordé a Julio, susurrándoselo al oído.
Luego, cada uno se fue a donde estaba antes. Yo estuve con Carmen y M viendo la tele, mientras Julio y Lucía se ponían a cocinar y ordenar. Miraba la tele, pero no me interesaba lo que ponían. ¿Por qué los vampiros siempre estaban viendo las noticias? Me cansé de mirar la tele y miré el móvil. Eran las 3 de la tarde. La falda empezaba a resultarme un poco incómoda, así que fui a mi vestidor.
Me puse unos vaqueros y un polo de mangas cortas de color cereza. Me cepillé un poco el pelo y también me cambié los zapatos por unas zapatillas blancas con rayas rojas. En ningún momento me quité el colgante que Julio me había regalado. Cuando me miré al espejo, vi detrás de mí al hombre que antes había estado sentado junto a Carlota en el coche. Me volví para mirarle.
-Carlota no exageró cuando dijo que todo te sentaba bien- me dijo sonriéndome.
-Me extraña que hablara tanto de mí en tan poco tiempo.
-No habló de otra cosa-explicó-. Eres especial para ella, le has caído francamente bien.
-Ella también me cae muy bien. Por cierto, ¿habéis ido ya a mi instituto?
-No, Carlota quiere que tú decidas irte o no. No quiere que por nuestra culpa te olvides de tus estudios.
-Genial, ¿cuándo podré ir de nuevo?
-Cuando quieras. Aunque será mejor que antes aprendas a conducir. Nosotros no podremos llevarte siempre.
-Es una pena. Aunque sí que podréis llevarme los meses de invierno. Aquí en invierno llueve bastante y no hace mucho sol.
-En eso debo darte la razón. Los primeros días podrás presumir de coches. Te enseñaré a conducir los fines de semana-prometió.
-Gracias, es muy amable por tu parte-entonces recordé el sábado-. ¿Qué día es hoy?
-Lunes. Pero ya no puedes ir.
-Mañana iré.
-Abajo te esperan. La comida casi está terminada.
-De acuerdo-cogí el móvil y lo metí en el bolsillo delantero derecho de los vaqueros. Luego me puse bien el reloj y bajé.
Al llegar, estaban Julio y Lucía poniendo la mesa. Habían quitado la mesita de café y habían puesto una más alta. Quedaba mejor así. Julio me miró, sonriente. Me senté en el sofá, enfrente de la mesa. Era más alta que la de café, pero lo suficiente como para comer sentado en el sofá sin ningún problema. Pusieron un plato de espaguetis con salsa de tomate y queso rallado, una servilleta, los cubiertos y un vaso de agua.
-¿Puedes traerme otra cosa para beber?-le dije a Lucía.
-¿Por qué, qué le pasa al agua?-me preguntó ella.
-Cuando me diste un vaso de agua antes, tenía sed. Sigo teniendo sed, pero con el agua no se me calma esa sed. Es como si algo me arañara el estómago y me escociera mucho. Lo malo es que ese escozor me sube hasta la garganta.
Todos parecían muy sorprendidos. Me miraban como si hubiera dicho algo raro. Incluso Julio me miraba así.
-¿Qué he dicho?-pregunté un poco preocupada.
-¿Tienes sed ahora?-preguntó Carmen.
-Sí, ¿por qué?
-Se lo diré a Carlota-dijo Julio-. De todas formas, será mejor que comas y bebas algo. Lucía, dale un refresco o cualquier cosa.
Lucía trajo en seguida una Coca Cola. La puso abierta sobre la mesa. Yo empecé a comer, masticando despacio y saboreando los espaguetis. Julio estaba arriba, discutiendo algo con Carlota en su despacho. Cuando terminé de comer y me había terminado la Coca Cola, me limpié la boca con la servilleta. Después de terminarme el soufflé, le dije a Lucía:
-¿Has traído pasta de dientes y un cepillo?
-Sí, las bolsas están en la cocina-me respondió Lucía.
Fui a la cocina. Cogí el cepillo de dientes y el tubo de pasta y fui al baño. Me froté bien los dientes, intentando eliminar todos los restos posibles de espaguetis que se hubieran quedado en mi boca. Me enjuagué y escupí el agua en el lavabo. Cuando me sequé la boca y guardé el cepillo y la pasta en un neceser, Julio y Carlota bajaban las escaleras. Habían terminado de discutir. Me estaban buscando. Mientras Lucía fregaba los platos, salí del baño y me fui corriendo al salón.
Cuando llegué vi a Julio, Carlota, Carmen y M discutiendo sobre algo, pero no pude enterarme de qué era porque pararon en cuanto llegué.
-¿Estás segura de que es eso?-le dijo Julio a Carlota.
-No la subestimes-le respondió ella-. Lucía, trae un poco. Vamos a comprobarlo.
Al momento siguiente, Lucía llegó al salón con un vaso en las manos. Era de un color oscuro y olía muy bien. Dulce, me recordó a la sangre de la paloma.
-Ana- dijo Carlota-. ¿Sigues teniendo ese escozor?
-Sí. Es muy raro y un poco molesto.
-Tenemos que comprobarlo. Lucía ha traído un poco de sangre. ¿Puedes bebértela?
-¿Sangre? ¿Quieres que beba sangre? ¿De qué es?
-Es de ciervo. Puede que te calme el escozor. Además, ya has bebido sangre antes.
-Sí, pero estaba inconsciente. No creo que pueda.
-Nos dejarías a todos más tranquilos.
-Está bien, lo intentaré.
Entonces cogí el vaso de sangre. Me lo acerqué a los labios lentamente. Bebí un sorbo y aparté el vaso. Saboreé la sangre. Me calmaba el escozor y sabía muy bien. Pasé la lengua por encima de los labios.
-¿Qué tal?-me preguntó Carlota.
-Calma el escozor.
-Eso es porque ese escozor te lo causa la sed. Pero tendremos que racionarte la sangre. Nosotros también la necesitamos. Bebe lo que te queda y luego te lo explico.
Obedecí y me terminé el vaso entero. Lucía se lo llevó y lo lavó. Luego me senté en el sofá junto a Carmen y M. Julio se sentó a mi lado, poniéndome el brazo por encima de los hombros. Me eché un poco en su pecho. Carlota seguía de pie.
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Ocaso (Editando)
RomanceFui creada para matar, para vengar una muerte injusta y sobrevivir a la lucha. Estaba pensando eso mientras conducía a 160 km/h e intentaba no chocar. Tenía que encontrarle antes que mi enemigo. Si se enteraba de mi existencia antes de tiempo, perde...