Capítulo 26: Nuevo instituto.

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Fuimos directamente a mi habitación, cerré la puerta y le miré a los ojos.

-¿Qué te ocurre?-le pregunté-. Desde que nos encontramos con los lobos estás muy raro.

-Os habéis unido-dijo acariciando mi mejilla.

-Sí, ¿y qué?-eso le sorprendió.

-¿Cómo que “y qué”? Sé que las personas y los lobos unidos acaban casándose la mayoría de las veces.

Me reí.

-Yo solo te amo a ti, Julio. Andrés es como un hermano para mí. Es como si tú dijeras que acabaré casándome con M. Solo tengo ojos para ti.

-¿De verdad?-ahora parecía el mismo de siempre.

-Sí, de verdad. Nunca podré amar a otro que no seas tú.

Entonces me besó, con tanta pasión que me resultó imposible no dejarme llevar. Le devolví el beso ardientemente, pero no dejé que fuera más que eso: solo un beso.

-A propósito, yo te amo más-me besó-muchísimo más-susurró antes de que le abrazara con tanta fuerza que casi le hice daño. Aspiré su delicado aroma antes de que me dijera-. No puedo respirar, Ana.

Me reí y le solté, pero le cogí las manos y le besé suavemente antes de cambiarme de ropa rápidamente y sentarme en la cama. Le miré, todavía estaba de pie, muy aturdido. Me reí y me tumbé en la cama de espaldas. Al segundo siguiente, él estaba tumbado junto a mí. Me giré para estar delante de él y le acaricié la mejilla. Me besó en la frente y me susurró:

-Duérmete ya, amor mío, duérmete ya.

Cerré los ojos y dormí.

El día siguiente fue muy... interesante. Carlota y Roberto nos llevaron al instituto por la mañana antes de ir a trabajar. Todos los humanos estaban interesados en los hijos adoptivos de la doctora Carlota Ramírez. A la hora del almuerzo, encontramos una mesa vacía y nos sentamos allí. Los humanos no nos hablaron, más bien nos evitaron. Me divertí mirando en sus mentes mientras almorzaba. Mi familia había comprado un poco de comida que ni si quiera probaron. Carmen y M se sentaron en frente de Julio y de mí, mientras que Lucía estaba en el medio. Yo fui la única que comió un poco. Julio intentaba no pensar en la sed, pero él y mi nueva familia no sentían un escozor en la garganta y el estómago, como yo. Su sed era como si tuvieras un fuego imposible de apagar en la garganta. Intenté ayudarle diciéndole que hiciera una lista de prioridades, poniendo en el último puesto la sed. Aunque debíamos acabarnos hoy las reservas de sangre que quedaban. Quizá así aguantara más. En cualquier caso, lo de la lista funcionó y se olvidó por completo de la sed. Escuché atentamente a los humanos, tanto sus cotilleos sobre nosotros como sus pensamientos. Prefería sus cotilleos, aunque me gustaba su imaginación.

-Por lo visto-susurró una chica de nuestra clase a su amiga- están juntos. Pero juntos juntos. La chica guapa del pelo negro y el que se sienta a su lado son novios. La de las mechas rubias y el rubio fortachón también son novios y la única soltera es la del pelo café tostado que va vestida como una modelo.

-Ojalá el que estuviera soltero fuera el moreno-susurró la otra chica-. Es guapísimo.

Estrujé la manzana que había cogido en la bandeja. Julio y mis hermanos me miraron.

-¿Qué ha pasado?-preguntó Julio.

-Los humanos ya han empezado a cotillear sobre nosotros-les informé.

-¿Y qué dicen?

-Que eres guapísimo.

-¿Es que eso te molesta?

-¿Estás celosa, hermanita?-me pinchó M.

-Me molesta porque no eres guapísimo-le respondí a Julio mirándole a los ojos. Le divertía verme celosa-. Eres mucho más que eso. Y esas estúpidas se creen que lo saben todo solo con mirarnos. Me dan asco.

-Estás tan adorable cuando te pones celosa-suspiró mientras me acariciaba la mejilla.

-¿Dicen algo de mí?-preguntó Lucía, repentinamente interesada.

-Que te vistes como una modelo. Desde luego has destacado de entre los demás-le respondí.

-Que bien-dijo alegremente. Puse los ojos en blanco mientras me limpiaba la mano en una servilleta.

-¿Y qué dicen de nosotros dos?-preguntó Carmen. Agucé el oído un momento y le respondí.

-Dicen que tú eres maravillosamente guapa y que M es sexy y musculoso.

-¿Dicen que soy sexy?-dijo M sonriendo.

-Que mal gusto tienen algunas-dijo Lucía.

-Amén a eso, hermana-dije mientras chocábamos las manos.

-M tampoco está tan mal-le defendió Carmen-, pero está cogido. Es mío.

-Estás celosa, hermanita querida-dijo Julio. Me alegré de que se hubiera olvidado de la sed. M, Lucía, Julio y yo nos echamos a reír antes de que escuchara pensar al profesor de gimnasia que venía a decirnos algo.

-Eh, chicos. Callaos y pareced humanos. Viene el profe de gimnasia a echarnos un vistazo.

Se callaron y poco después llegó el profesor. Era alto, 1'80 aproximadamente. Era fuerte y musculoso, pero mucho menos musculoso que M. Era moreno, con el pelo corto pero sin raparse del todo. Sus ojos azul turquesa recorrieron la mesa con la mirada.

-Buenos días, chicos-nos saludó.

-Buenos días, profesor-le saludé yo. Era la que mejor sabía comportarse como humana-. ¿Ocurre algo?

-No, no ocurre nada. Simplemente me preguntaba por qué os habéis sentado aquí y no con algunos compañeros.

-No había ningún sitio libre y decidimos ponernos aquí.

-¿Habéis hecho algunos amigos?

-Sí. Pero, como le he dicho, no había ningún sitio libre. Además, no veo ningún problema en que una familia se siente junta.

-Cierto, solo quería saber si todo iba bien. Hasta luego.

-Adiós.

Se alejó unos cuantos metros y se puso a hablar con la profesora de Lengua, una mujer estirada y con cara de amargada que estaba soltera porque nadie la soportaba más de dos horas diarias. Una humana a la que no me importaría que algún vampiro la matara. Aunque, para su suerte, no olía muy bien. Suspiré y apoyé la cabeza en el hombro de Julio. Él jugueteó con un mechón de mi pelo.

-Menos mal que se ha ido-susurré.

-Hoy toca gimnasia-me recordó Lucía, apenada.

-Ya lo sé, gracias por recordármelo.

-Podemos fingir estar enfermos-me sugirió Julio.

-¿Los cinco? Se darían cuenta, Julio. Vamos a ir a clase. Al fin y al cabo, podemos intentar parecer humanos, ¿no?

Entonces sonó la sirena y nos levantamos a tirar las cosas. Yo tiré los restos de mi almuerzo y Lucía, que se había puesto a mi lado, me comentó:

-Me gustaría ir de compras. Ya sabes, tomarme un descanso y pasármelo bien una tarde. ¿Te gustaría venir conmigo?

-Claro que sí-le aseguré-. Una tarde de chicas-sonreí y miré a Carmen-. Carmen,¿te gustaría venir con nosotras de compras?

-Por supuesto. Supongo que los chicos querrán ir de caza. Nosotras también tendremos que ir dentro de poco, pero podemos esperar.

Entonces escuché que alguien me llamaba alegremente y no era nadie de mi familia.

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora