Capítulo 6: La verdad.

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Lucía aparcó el Ford en su plaza, cogió las llaves y salió del coche rápidamente. Cerró la puerta al salir y llegó en un segundo al lado de un armarito en el que se guardaban las llaves. Guardó las del Ford y cogió las del todoterreno de M. Mientras ella cerraba el armarito, yo salí del coche y cerré la puerta.

-Ponte algo cómodo- me aconsejó Lucía.

-Tu ropa no parece cómoda- le reproché yo. Ella aún llevaba la misma ropa que llevaba antes de que yo me durmiera y me escapara.

-Yo no tengo que preocuparme por si tengo que abrazar a alguien.

-¿Y a quién voy a abrazar yo?

-A Carlota. Estará deseando abrazarte y comprobar que estés a salvo.

-Pues vale, doña perfecta.

Ella se rió de la broma y yo me fui directamente a la casa, pero no pude abrir la puerta. Fui al garaje y le pedí a Lucía que me dejara su llave. Me dio una llave que abría la puerta. Según dijo era la mía. Se disculpó por no recordar darme antes la llave. Colgaba de un llavero con forma de corazón de color cereza. La cogí y abrí la puerta. La cerré cuando entré y fui corriendo a mi habitación. Dejé la llave, el móvil, el reloj y la bolsa encima del escritorio. Me fui directamente hacia el vestidor. Cuando abrí la puerta vi un tocador en el fondo, con una silla delante de él. Tenía un espejo bastante grande. A la derecha había un espejo de pie, de esos en los que te miras y te ves toda entera. El resto de la habitación estaba ocupada por estanterías repletas de zapatos, bolsos, accesorios, y muchas perchas con ropa. Había una estantería que solo tenía zapatos, otra que solo tenía bolsos, otra que solo tenía accesorios. Y también pasaba lo mismo con la ropa. Había un armario solo para pantalones, otro solo para faldas, otro solo para camisetas y blusas, otro solo para vestidos y uno lleno de abrigos.

Lucía se había pasado. Busqué unos vaqueros y una blusa negra. Pero al final me decidí por unos vaqueros, una blusa blanca y unas zapatillas de color cereza. Ese color se iba a convertir seguramente en mi color favorito si me quedaba allí un poco más de tiempo. Cuando me vestí me miré al espejo. Las zapatillas quedarían genial con mi reloj, y la blusa quedaba muy bien con los vaqueros. Me senté en la silla que había enfrente del tocador y me cepillé el pelo. Me quedó muy suave y liso. Solté el cepillo y miré mi cara en el espejo. Había cambiado. Ahora era tan hermosa como Lucía, más rápida. Pero era una asesina. Quería morirme. Tal vez Carmen me hiciera el favor de matarme. Aunque ni Carlota ni Lucía lo permitirían.

Me levanté y salí del vestidor, pero antes cogí un bolso pequeño, del tamaño justo para guardar el móvil y la llave. También era de color cereza.

Cogí la bolsa de plástico del escritorio, metí la llave y el móvil en el bolso y me puse el reloj. Antes de irme al garaje, fui a la habitación de Julio. Miré sus discos. Era un fan de los clásicos, tenía a Mozart, Debussy, y Bach. A él también le gustaba Bach. Me sonrojé al pensar en nosotros dos bailando, o simplemente paseando cogidos de la mano. ¿Y si yo no le gustaba? ¿Y si le gustaba pero no me atrevía a decirle que sí? Yo no quería estropear nuestra futura amistad. Había muchas posibilidades, por ahora me quedaría en su cuarto leyendo sus libros. Su sillón parecía muy cómodo. Me acerqué y me senté en su sillón. Olía tan bien, era un olor dulce y relajante. Sentía que allí me podría quedar profundamente dormida. Pero me levanté rápidamente y fui al garaje. Antes de entrar me olí la ropa. Lucía se daría cuenta de que había estado en la habitación de Julio por mi olor, pero no me importaba.

-Eres un poco débil. No has aguantado ni 5 minutos antes de ir a la habitación de Julio.

-Eres demasiado chismosa. No quiero que su olor se quede en el garaje ni en el coche.

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora