Capítulo 17: Amigas.

193 14 0
                                    

Caminamos hacia las tres chicas que nos miraban. Supuse que Julio querría presumir delante de alguien humano de ser mi novio. Estuve a la escucha para saber qué pensaban los humanos de nosotros. Reconocí a las tres chicas. Habían sido simpáticas conmigo cuando llegué el primer día. La primera era Laura, alta, de pelo rubio y ojos azules. Parecía perfecta, para ser humana. La segunda era María, de pelo oscuro liso y ojos marrones. Le tercera era Miriam, pelirroja con los ojos del color de la miel. Estaban muy sorprendidas al verme acercarme, pero no era por mí. Yo les había caído bien desde el principio. Se mostraban curiosas e indecisas por Julio, que me rodeaba la cintura con un brazo y me miraba con una sonrisa. Nos detuvimos delante de ellas.

-Hola, chicas-las saludé-. Quería presentaros a Julio.

-En-encantadas de conocerte, Julio-le dijo Laura, tartamudeando.

-Démonos prisa o llegaremos tarde-dijo Miriam.

-Vale-le dije-. Hasta luego, Julio-le dije a él mientras me volvía para mirarle.

-Volveré a las tres en punto-prometió antes de darme un beso de despedida en los labios, se volvió sonriendo y se fue hacia un parque que había cerca.

-Luego os lo cuento todo-les prometí a las chicas. Fuimos corriendo hacia la primera clase. En el cambio de clases les conté una historia inventada.

-¿Cómo os conocisteis?-me preguntó Laura. Yo estaba sentada al lado de Miriam y María y Laura estaban sentadas delante, las tres estaban mirándome esperando la respuesta.

-Yo fui al hospital para hacerme una revisión y mientras esperaba que llegara mi turno vi a Julio. Estaba esperando que su madre terminara el turno para irse. Nos pusimos a hablar e intercambiamos los teléfonos.

-¿Y por qué te trae él a clase?-preguntó Miriam muy interesada.

-Me mudé con su familia para aprender de su madre. Vivimos muy lejos y él se ofreció a traerme.

-¿Cuántos años tiene?-preguntó María, siempre tan observadora. Entonces oí a Julio, más bien los pensamientos de Julio, que me decía:

“Dile que tengo 18”.

No me sobresalté, ya que sabía que estaba escondido de los humanos y escuchando.

-Tiene 18- respondí.

-¿Y se ha fijado en ti?-preguntó Laura-. Podría salir con otra más mayor, ya sabes.

No sabía por qué, pero Laura se estaba ganando un bofetón bien grande.

-La edad no nos importa a ninguno.

-Que bonito-dijo Miriam.

El almuerzo fue interesante. No oí más la “voz” de Julio, por lo que me concentré en la conversación mientras comía mi sándwich de pollo.

-¿Tú vas a venir a la fiesta, Ana?-me preguntó Miriam.

-¿Qué fiesta?-le pregunté desconcertada.

-La fiesta de pijamas que doy este sábado por la noche-dijo Laura-. Será divertidísimo.

-¿Tiene que ser este sábado?

-Sí. Mis padres se van de viaje y me dejan sola en casa solamente este fin de semana.

-Este fin de semana no puedo, lo siento. Ya tengo planes.

-Esos planes incluyen a tu novio, ¿verdad?

-No te lo niego-dije sonrojándome.

Ellas se echaron a reír. Seguimos hablando durante el camino a clase. Noté que el olor de Julio estaba por el camino que llevaba a mi sitio. Cuando me senté, cogí la mochila y miré en mi bolsillo. En el lugar de mi llavero había un papel doblado. Lo desdoblé y lo leí. Estaba escrito por la elegante y precisa caligrafía de Julio.

Ana:

Te recogeré con mi moto. Ten cuidado hasta que yo llegue. Cuida de mi vida, la he dejado contigo.

Te amo más que a nada en el mundo:

Julio

Lo doblé y lo guardé. Si venía a recogerme, el resto del día estaría nublado.

Me sonrojé al recordar la frase de despedida. Él era demasiado atento y amable.

Al menos intenté prestar atención a las clases. Suerte que tenía un don para leer mentes y otro para ver el futuro. Era un poco tramposa en un examen, pero yo no elegí esto.

A las 3:00 exactamente, el cielo estaba completamente encapotado. Salí con las chicas del instituto y fuimos al garaje. Julio estaba apoyado contra su moto plateada, jugueteando con las llaves en sus manos. Levantó la cabeza y, cuando nos vio, sonrió como si me hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo. Se acercó a mi lentamente, guardando las llaves en el bolsillo de sus pantalones.

-Hola, cielo-me saludó antes de besarme. Le aparté en seguida. Me volví hacia las chicas para despedirme.

-Hasta mañana.

-Adiós-dijo María.

Nos volvimos y Julio me dio un casco de color cereza.

-La seguridad ante todo-dijo mientras me lo ajustaba.

-Supongo que tú también te pondrás uno.

Me enseñó un casco plateado antes de ponérselo.

-Faltaría más.

Se subió y arrancó la moto. El rugido del motor era extrañamente reconfortante. Me subí detrás de él, agarrándome fuerte a su cintura. Fuimos rápidamente a casa. En la carretera, el viento levantaba mi pelo y acariciaba suavemente mi cara, aunque la tuviera pegada a la espalda de Julio. Él seguía pensando en mi como su diosa y sus sentimientos eran puros, imposible acabar con ellos. Paró en el garaje. Cogió mi mochila con una mano y con la otra guardó las llaves antes de coger mi mano. Agucé el oído para intentar escuchar a los demás, pero solo escuchaba a Julio a mi lado y el sonido de nuestras respiraciones junto con los latidos de mi corazón. Abrió la puerta de la casa y soltó la mochila en el suelo suavemente. Luego me cogió como si fuera nuestra luna de miel, acurrucándome junto a su pecho frío.

-¿Es necesario?-dije intentando bajarme.

-No te resistas, por favor-me suplicó-. Es divertido.

-No sé dónde le ves tú la diversión.

Me besó mientras subía las escaleras para dejar mi mochila en mi cuarto. No me soltó en ningún momento, hasta que le pregunté:

-¿Dónde están los demás?-en cuanto lo dije, me puso suavemente de pie junto al comienzo de las escaleras. Me apoyé en la barandilla esperando su respuesta.

-Es... una sorpresa-estaba confundido y no quería hablar de eso, pero no volvería a meterme en su mente. Se daba cuenta en seguida de si escuchaba sus pensamientos o no.

-¿Una sorpresa?-pregunté, bastante curiosa.

-Es idea de todos, no solo de Lucía. Hazme un favor y no intentes adivinarlo. Es mucho mejor que te lleves la sorpresa en nuestro cumpleaños.

Eso sonó demasiado raro. Podía esperar “tu cumpleaños” pero me resultaba demasiado raro escuchar “nuestro cumpleaños”.

-¿Nuestro?

-Es una larga historia.

Fui al sofá y me senté, cómodamente, en una esquina. Di unas palmaditas a mi lado mientras le contestaba:

-Tengo tiempo de sobra.

-Debes estudiar-me recordó.

Puse los ojos en blanco antes de añadir:

-Has despertado mi curiosidad. Siéntate o voy yo a por ti.

Se sentó a mi lado y dijo:

-¿De verdad quieres que te cuente mi historia? Es un poco rara.

-Ya me he acostumbrado a ti. No hay nada que me asuste ya.

Le cogí la mano y me apretó con fuerza los dedos antes de empezar.

Ocaso (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora