Septiembre | Tsukimi

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Cuando los chicos regresaron a la casa y le explicaron a la madre de Yolei que los vecinos les habían dado una tarta de bienvenida, esta no se lo pensó dos veces y colocó el bizcocho de canela y algunos boniatos en un recipiente para llevar. Pero Yolei no estaba dispuesta a llevarle nada a aquella chica, y mucho menos a permitir que lo hiciera Ken.

-Mucho cuidado, que todavía está caliente –advirtió la señora Inoue.

Kari, TK y Davis se dirigieron a la casa vecina y se introdujeron en su propiedad con la sensación de estar cometiendo algún tipo de delito. La casa era del mismo tamaño y estructura aparente que la que ellos estaban ocupando, pero la pintura blanca estaba desgastada. El único mueble que había en el exterior era un banco de madera oscura que custodiaba la puerta y que estaba almohadillado con un fino cojín alargado con pinta de haber vivido muchos años. Un Mitsubishi Montero verde de 1986 era el único automóvil aparcado en la entrada, acompañado por dos bicicletas de color rojo y amarillo que estaban apoyadas en la barandilla carcomida que rodeaba la casa. TK dio tres golpes en la puerta.

Unos segundos después, un niño de unos seis años les abrió. No llevaba zapatos ni camiseta, y el pelo negro se le rizaba más en la zona cercana a las orejas. En el pecho, haciendo contraste con su piel morena, había un gran círculo hecho con pintura grisácea y que había empezado a ser rellenado en tonos blancos y plateados. Era una luna llena.

-Hola –sonrió Kari–. ¿Están tus padres?

El pequeño los dejó pasar y un agradable aroma los recibió, abriendo el apetito de Davis.

-¿Jomei?

Miku apareció con las manos manchadas de pintura blanca y se les quedó mirando cuando los vio dentro de su casa junto a su hermano pequeño.

-Ah –soltó–. ¿Qué?

-¿Cómo que qué?

La respuesta de Davis hizo que la chica frunciera los labios y se cruzase de brazos, manchándose los brazos de blanco sin importarle.

-¿Qué quieren? Estamos ocupados.

-¿Tú qué crees? –Añadió señalando el bizcocho y los boniatos que él y TK llevaban.

-Ya tenemos comida, gracias.

TK y Kari se miraron, sin saber muy bien cómo responder.

-¿No me digas? Toma, son un bizcocho de canela y unos boniatos. De nada.

-No te he dado las gracias –gruñó la chica agarrando la comida.

-Tampoco las quería –añadió en tono burlón–. Quédatelas.

-De todas maneras, dale las gracias a tus padres por la tarta –suavizó TK.

Cuando volvieron a la casa ayudaron a la familia Inoue a preparar el exterior para esa noche. Sacaron la mesa de color canela de la cocina y la colocaron frente al lago, con varias sillas rodeándola. Pusieron porta velas hechos con envases de cristal y velas de color blanco, a juego con la luna. Colocaron entonces el boniato al horno, las verduras ya cocinadas, las setas con su salsa de ajo, varias botellas con dos tipos de té y agua natural, las castañas asadas, el arroz, los platos y la cubertería correspondiente, el cuenco de frutas, una sopera con la tsukimi udon de la madre de TK y, en el medio de la mesa, la pirámide de las tsukimi dango. El hermano de Yolei colocó unas ramas de zuzuki a un lado de la mesa para darle el ambiente del Tsukimi.

-Qué bonito –comentó Kari.

Cuando el cielo comenzó a teñirse de naranja por la desaparición del sol, se sentaron a la mesa y comenzaron a comer con las velas prendidas y todas las luces de la casa apagadas. La temperatura era perfecta y ni siquiera una brisa se atrevía a romper la tranquilidad de la noche. Hubo risas mezcladas entre las voces y el ruido de los cubiertos chocando contra los platos. En mitad de la cena, el padre de Yolei se animó a sacar el sake y los adultos bebieron, aumentando así las risas entre ellos. Del mismo modo llegó la noche, y todas las estrellas del firmamento parecieron congregarse alrededor de la luna llena, que parecía más grande que nunca. Antes de que nadie tocara las tsukimi dango, apagaron las velas y las observaron ser bañadas por la luz de la luna. Con esas vistas, una bolita de tsukimi dango entre las manos y una gran sonrisa de absoluta tranquilidad, le dieron la bienvenida al otoño.

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora