Diciembre | El hilo rojo del destino

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Kari suspiró y dio un sorbo a su té verde. Las letras del libro de historia habían comenzado a bailarle tras leer por segunda vez qué partidos políticos habían resurgido durante la posguerra, y le empezaba a costar entender lo que dichas letras pretendían decirle. Miró por la ventana; las pocas nubes que habían aparecido esa mañana se habían escondido, dejando paso a los rayos del sol que parecían dar más calor del que Kari sabía que daban. El termómetro de su ordenador marcaba catorce grados y ya era bastante para la época del año en la que estaban, así que no se podía quejar. Se terminó el té y salió de su cuarto para lavar la taza. En el salón se encontró a su hermano con la cabeza apoyada sobre sus apuntes de la universidad.

–Tai –lo llamó–. Tai, despierta. ¡Tai!

–¿Qué? –Se sobresaltó.

–Que te has quedado dormido –rió su hermana.

El chico resopló y se restregó las manos en la cara, intentando desperezarse y volver al estudio, pero parecía que sus ojos no querían hacerle caso y se esforzaban por cerrarse.

–¿Por qué no te tumbas un rato y luego sigues? Llevas toda la tarde estudiando.

–Porque lo llevo muy mal.

–Creo que voy a dar una vuelta para coger aire. ¿Quieres venir y te despejas?

Tai la miró mientras se masajeaba el cuello en un intento por calmar el dolor que le había provocado el dormir sobre la mesa.

–Tienes razón, prefiero dormir.

Acto seguido, se tumbó en el sofá y se tapó hasta arriba con los ojos cerrados. Kari lavó su taza, se dirigió a su habitación, se vistió con ropa de abrigo y salió del apartamento sin hacer ruido. Empezó a caminar por las calles de Odaiba sin dirigirse a ningún sitio concreto, con los auriculares puestos y su música preferida acompañándola en lo que miraba el paisaje por el que tantas veces pasaba y al que tan pocas veces le prestaba una atención real. El sol calentaba levemente la ciudad y daba una sensación térmica mayor a la que en realidad había, pero no llegaba a calentarla tanto como para que Kari pudiera llegar a considerar la temperatura realmente agradable. Con unos pocos grados más haría un día perfecto.

Pocos minutos después pasó por un parque que reconoció enseguida: era el parque en donde TK y ella habían jugado tantísimas veces, el mismo que llevaba desde septiembre sin visitar. Estaba vacío y empezaba a oxidarse, posiblemente porque a los niños de entonces se les había empezado a quedar pequeño. Sin pensárselo, entró y se sentó en uno de los columpios, desde el que hacía unos meses había saltado confiando en que TK estaría ahí para evitar que se cayera, y suspiró, mirando el parque y recordando los tiempos en los que ambos jugaban sin pensar en la hora de vuelta a casa. En el fondo comenzaba a echar de menos esa época en la que no era consciente de lo que TK había terminado significando para ella. La mudanza, los sentimientos encontrados, las contradicciones, la incomprensión... no le gustaba sentir todo eso cuando se suponía que una relación debía ser de todas las maneras menos contradictoria e incomprensible. ¿Es que acaso no le gustaba TK? ¿Estaría solo confundiendo el tipo de amor que sentía hacia su mejor amigo?

No. Estaba segura de que no era eso.

¿Y entonces qué era? ¿No podían estar juntos? ¿No era lo que debería pasar? ¿O quizás TK no estaba tan seguro de lo que sentía por ella?

No, no podía pensar eso de él. Se lo hubiera contado, sin duda.

Bajó la cabeza y se miró las rodillas. Probablemente le estaba dando demasiadas vueltas a las cosas. La mudanza era inevitable y lo mejor para él, así que no podía ni debía querer hacer nada para que no se llevara a cabo. No había otro remedio; TK se tenía que ir lejos para que su madre pudiera trabajar y él pudiera tener la educación y la vida que se merecía, sin más. Y ella tenía que resignarse y alegrarse porque eso se hiciera realidad. Al fin y al cabo iba a estar bien, y él también.

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora