Noviembre | La hoja de arce

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Kari se puso un vestido rosa palo que le llegaba por encima de las rodillas con una chaqueta de color celeste pastel, y se asomó a la ventana. El cielo medianamente nublado y el aire frío que amenazaba con aparecer le hicieron calzarse unas medias antes de ponerse los zapatos y salir de su habitación. Su hermano estaba de espaldas a ella, con la vista fija en el hombre del tiempo que hablaba desde la pantalla del televisor.

-Hoy las hojas en el centro del país nos darán uno de los Momiji más bonitos de los registrados hasta el momento –decía el hombre de la barba perfecta con el mapa de Japón de fondo–. Pero, si van a verlas, llévense paraguas; las lluvias no nos dejarán descansar en varios días. Siguiendo por el sur, tenemos nubarrones que no irán...

-¿Estás lista?

Kari miró a Tai, que se había girado, y asintió con la cabeza.

-¿Y tú?

-Siempre lo estoy.

-¿Tienes ya tu obentō?

-Pues claro que lo tengo.

-¿Cogiste la manta?

Tai suspiró y desvió la mirada, haciendo movimientos con la boca que provocaron una sonrisa en la cara de su hermana.

-Tranquilo –añadió–, ya la tengo yo. ¿Seguro que el obentō está terminado?

-Que sí –bufó–. Vamos.

Los hermanos Yagami salieron del apartamento con las cestas de picnic, la manta y los paraguas. No era el mejor día que habían elegido las hojas para cambiar sus colores de verdes a rojos, pero los que una vez fueron los niños elegidos se habían acostumbrado a reunirse cada noviembre a observar el espectáculo, y no estaban dispuestos a dejar de hacerlo por nada del mundo.

Frente a su edificio, un Renault Mégane familiar esperaba con el motor en marcha. Su color burdeos perfectamente cuidado hacía juego con los colores del otoño, como si pretendiera mimetizarse con las hojas que habían empezado a teñirse de rojo. A su lado, Matt esperaba apoyado sobre su moto mientras TK se llevaba las manos a la nuca con una sonrisa que le dedicaba a su hermano. Sora salió del asiento del copiloto con un jersey de lana que le quedaba grande.

-Y cuidado con la puerta –decía Izzy sentado en el asiento del conductor–, mis padres han conseguido que la pintura se mantenga como nueva y no quiero ser yo quien cambie eso. Hola, chicos.

Sora y Kari fueron a guardar sus cosas en el maletero y Tai se asomó a la ventana del copiloto. Yolei le saludó desde los asientos traseros mientras el pelirrojo colocaba por cuarta vez el espejo retrovisor.

-Izzy, ¿estás seguro de que puedes hacerlo? –Bromeó– Es un camino largo y húmedo, y tú te acabas de sacar el carnet.

-Solo son siete kilómetros –le corrigió– y todavía no ha empezado a llover.

-¿Siete kilómetros te parecen pocos? Hay gente que ha muerto en un accidente a menos de doscientos metros de su casa, e incluso delante de su propia casa. Nuestra muerte será responsabilidad tuya y creo que no eres consciente de que estás jugando con nuestra vida. Con nuestra vida, Izzy.

Yolei le clavó la mirada al mencionado, buscando en su nuca algo que le asegurase que estaban a salvo con él como conductor, y este miró a Tai, que sonreía divertido.

-Tranquilo, Tai. Tú no tendrás que preocuparte por eso.

El chico se hizo a un lado para dejar pasar a Sora a su asiento en lo que su hermana se sentaba detrás junto a Yolei.

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora