Diciembre | A pesar de todo

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Yung terminó de decorar la caja de regalo y miró a Kari, que parecía tremendamente concentrada en escribir lo que fuera que le estuviera escribiendo a TK en aquella carta de despedida. Con la clara aunque débil luz de la mañana entrando por la ventana de su habitación, el rostro de la chica le parecía aún más delicado de lo que le parecía normalmente, y no pudo evitar pensar en que cualquiera que se fijase en ella un solo segundo podría llegar a confundirla con un ángel. El dolor que llevaba desde la noche anterior sintiendo cerca de la tripa le devolvió a la realidad. Le echó un vistazo general a la caja y la levantó.

–¿Te gusta?

La chica tardó en levantar la vista de la hoja, pero cuando lo hizo se le iluminaron aún más, si cabía, los ojos.

–Ha quedado muy bonita –sonrió acercándose–, me encanta.

–Seguro que a TK le encantará también.

–Seguro que sí. Muchísimas gracias, Yung; sin ti no hubiera podido hacer todo esto a tiempo.

–No es nada –se obligó a sonreír. El dolor parecía que poco a poco se iba incrementando en lugar de disminuirse.

Kari terminó de escribir la carta, la guardó en el sobre que también habían decorado y comenzó a colocar los regalos que le había preparado dentro de la caja que Yung acababa de terminar: Primero el libro sobre consejos de escritura que el chico le había dicho más de una vez que le gustaría tener y que no había podido costearse en los últimos meses. Después, dos velas aromáticas y decorativas que se encontraban guardadas en tarros y que esperaba que le gustasen y que quizás utilizara mientras escribía, leía, o simplemente para que su nueva habitación tuviera un olor especial y algo más acogedor. Luego colocó la pequeña bolsa con galletas que había preparado ella misma el día anterior, con sumo cuidado para que ninguna de ellas se rompiera y, finalmente, puso la carta, cerró la caja y la selló haciendo un lazo con la cinta que había comprado.

Cuando Yung y ella se convencieron de que estaba todo en orden, se abrigaron y salieron de la casa del chico. Yung cargaba la caja con sumo cuidado y Kari arrastraba su bicicleta, con la que había llegado hasta allí esa mañana. Era casi la hora de la comida, TK se marchaba en menos de dos horas, y Kari ese día no había podido estar más nerviosa. Llevaba desde hacía varios días pensando en qué podía regalarle al chico, pero no se le ocurrió nada hasta que Yung le dio la idea que tal vez podía prepararle algún postre. Sin pensarlo, buscó recetas entre los libros de cocina que había por su casa y compró lo necesario para preparar las galletas, algunas de canela, otras de limón y otras de almendras y chocolate, aunque era probable que las que más le gustasen fueran las de limón. A partir de eso recordó el libro del que tantas veces le había hablado TK cuando le contaba que quería ser escritor, así que recogió sus ahorros, compró el libro, un sobre y unas velas que vio de casualidad y que le parecieron una gran idea que guardar en una caja decorativa, para la que tuvo que pedir ayuda a Yung porque no le daría tiempo de otra forma. Gracias a él había logrado terminar el regalo a tiempo, pero ella había estado tan nerviosa, triste e inmiscuida en TK y en su marcha que apenas le había prestado atención para poder agradecerle de veras lo que estaba haciendo por ella.

Lo miró. Sostenía la caja con el mismo cuidado con el que la sostendría ella, pero su habitual espalda recta estaba ligeramente doblada hacia delante. Una diminuta mueca en su rostro le indicaba que algo no iba como él quería, pero Kari no lograba distinguir qué significaba. Sus ojos del color de la avellana se clavaban en la calle, pero por alguna razón parecían no poder detenerse en nada en concreto.

–¿Yung?

Antes de que pudiera preguntarle si se encontraba bien, el cuerpo del chico se dobló todavía más y cayó de rodillas en el suelo, con la habilidad suficiente como para que la caja no se moviera de entre sus brazos.

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora