Epílogo | ¿Fin?

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Kari apoyó con cuidado la cabeza en el cristal de la ventana. El frío lo atravesó y le caló con más fuerza de la que esperaba, pero no le dio importancia y fijó la mirada en el ambiente que el invierno había traído los últimos días. Fuera las calles se habían teñido por completo de blanco y los copos de nieve que caían parecían presagiar que ese paisaje no iba a desaparecer pronto; el cielo estaba gris y apagado, y el viento no soplaba con demasiada fuerza. Entreabrió los labios y el vaho se instauró en el cristal, como si quisiera salir y este último se lo impidiera.

–Kari.

Se dio la vuelta casi con brusquedad.

–¿Qué? –Inquirió.

–¿Va todo bien?

Tai se acercó a ella y se sentó a su lado en el suelo. La luz grisácea de la calle se reflejaba en la piel de su hermana y le daba un aspecto más pálido de lo que podía tener en cualquier otra época del año, y los tonos rosados de sus mejillas le confirmaban que la causa era la luz y no la salud. El reflejo de la nieve en sus ojos le llamó la atención.

–Sí –respondió–, es solo que no me gusta demasiado este tiempo.

Su hermano se le quedó mirando en silencio. Ella había vuelto a centrar su atención en la nieve que caía sobre las casas y el asfalto, y por un momento le pareció ver en sus ojos un atisbo de algo que no fue ni apatía ni tristeza.

–Llevaba tiempo sin nevar en Odaiba –comentó aún mirándola–; pensé que te alegraría.

La chica bajó la mirada hasta el vaho del cristal y Tai rozó su mano con la yema de los dedos. Las manos de su hermana siempre habían sido especialmente suaves y delicadas, como si con un movimiento brusco se fueran a romper.

–¿Necesitas hablar de algo? –Soltó.

Kari cerró la mano para alejarla de los dedos de su hermano y tragó saliva. No quería hablar con Tai ni quería preocuparle, pero ya lo había hecho. Se había prometido a sí misma que no interferiría en el bienestar de TK o de su hermano si las cosas no iban como ella esperaba, pero, para su desgracia, no había podido cumplir su promesa.

–A TK le pasa algo, ¿sabes? –Tardó en responder. Su cerebro funcionaba veloz y caótico, pero al chico le parecía que estaba hablando con pesadez y lentitud– Está cada vez más raro, más distante... Al principio pensé que solo era porque estaba ocupado con muchas cosas, pero ha pasado más de un mes y la cosa no hace más que empeorar.

–¿Se lo has dicho?

–Ese es el problema, que no puedo hablar con él porque cada vez desaparece más y más –se humedeció los labios y se limpió una lágrima–, y no parece que tenga interés ninguno en que hablemos.

Tai inspiró hondo y la abrazó, alejándola del cristal para darle calor entre sus brazos. Con su cabeza apoyada en su pecho, le acarició el pelo y le dio vueltas a una respuesta acertada y convincente, pero todo lo que se le ocurría le sonaba a excusa sin sentido. Cuánta falta le hacía Sora en momentos como ese.

–Seguramente tenga una buena excusa para portarse así –dijo al fin–. Tampoco ha pasado tanto tiempo, estará procesando tantos cambios.

–Sí –susurró su hermana–. Seguro que sí.

El chico inspiró una vez más. Desconocía por completo el estado actual de TK y, según contaba Matt, las cosas iban marchando bien y hablaba con su hermano mínimo una vez a la semana. También desconocía la relación que tenían Kari y TK antes de que este se fuera y no se atrevía a preguntarle si se habían convertido en algo más que buenos amigos. Lo único que sabía era que a TK le pasaba algo con su hermana y que eso a su hermana le destrozaba el corazón. Y saber eso le generaba una sensación aguda y dolorosa en el pecho que no conseguiría calmar a menos que la desazón de Kari se calmase antes.

–Todo irá bien –aseguró.

–¿Y si las cosas siguen así y TK no vuelve?

–Volverá –dijo no muy convencido–. Y si no vuelve lo traeré a rastras.

Kari sonrió. Realmente esperaba que así fuera.    

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora