Diciembre | Cambios

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-¿Vamos a La Carta Esférica?

Davis escuchó lejana la voz de Yolei, como si no hablara con él.

-Me parece bien.

-Voy a avisar a mi madre.

Tras escuchar la afirmación de TK y tras ver cómo Kari se alejaba un par de metros con el móvil pegado a la oreja, inspiró y echó un vistazo al patio del instituto repleto de adolescentes animados. Una brisa fría le acarició la cara con delicadeza y automáticamente metió la mitad inferior de la cara en su bufanda y las manos en los bolsillos del pantalón de su uniforme. Los chicos y chicas que pasaban a su alrededor reían y hablaban con una tranquilidad admirable, mientras que Yolei revoloteaba a su alrededor explicándole a TK cosas que él no conseguía escuchar.

-¡Davis!

-¿Qué? -Reaccionó.

-Te estoy llamando, ¿es que no me oyes?

-Intento no hacerlo, pero gritas tanto que es imposible.

Yolei entornó los ojos.

-Te fastidias. ¿Vas a venir o no?

-¿A dónde?

-A La Carta Esférica -repitió la chica rotando los ojos.

-No puedo -mintió mientras Kari se incorporaba al grupo-. Mi madre ya tiene la comida hecha y se va a enfadar.

Kari observó atenta cómo Davis desviaba de nuevo su atención de ellos y la centraba en la multitud de adolescentes que terminaba su jornada escolar.

-Pues vámonos, Ken ya está viniendo y Cody me ha dicho que a lo mejor se pasaría más tarde.

Los tres emprendieron la marcha tras despedirse de un Davis al que parecía no importarle lo más mínimo lo que hicieran, y Kari no podía evitar echar la vista hacia detrás de vez en cuando, preocupada por lo que le pudiera estar pasando a su amigo. Llevaba ya un tiempo algo raro aunque solía conseguir animarse con facilidad, como siempre había hecho. Pero últimamente las cosas con él eran algo más extrañas.

Cuando los chicos desaparecieron de su vista, Davis bajó la mirada al suelo y se quedó observando dos pequeñas piedras que pateó casi de inmediato. No le apetecía ver a nadie ni que nadie le viera a él, y eso en La Carta Esférica con sus amigos o en su casa con su familia iba a resultar imposible. Necesitaba respirar. Por ello, alzó la mirada y empezó a caminar. No sabía a dónde iba ni lo que estaba haciendo, pero eso era justamente lo que buscaba: no pensar. Observó las calles todavía repletas de adolescentes que volvían a casa, la mayoría entre risas, y lo único que consiguieron fue quitarle todavía más las ganas de ver a nadie. Aceleró el paso sin sacar la barbilla de su bufanda y esquivando a los chicos que se le interponían. Al final comenzó a correr, movido por un impulso, hasta dejar de sentir la nariz del frío y hasta que sus ojos lagrimeaban tanto que les costaba mantenerse abiertos.

-¡Cuidado!

Davis tardó medio segundo en reaccionar ante ese grito. Se detuvo e intentó mirar a su derecha, pero sus ojos estaban demasiado afectados por el aire frío directo y solo consiguió apreciar el semáforo de peatones en rojo y, de reojo, el camión que iba directo hacia él. Automáticamente saltó todo lo que pudo y esquivó el camión justo a tiempo para no ser arrollado. El vehículo frenó y un hombre bajito y barrigudo bajó de él con notoria preocupación en la cara.

-¡Pero, chaval! -Le dijo, asustado- ¿Estás bien?

-Eh... sí -respondió confuso, pestañeando repetidas veces para calmar su vista.

-¡¿Se puede saber qué estás haciendo?! ¡¿Es que estás loco?!

Davis miró hacia detrás justo cuando Miku llegaba a su lado, alterada.

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora