Especial | Feliz cumpleaños, TK

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El despertador sonó a las seis como cada mañana. El bulto entre las sábanas se movió con pesadez y parsimonia hasta que un brazo se molestó en estirarse para detener el estruendoso sonido. Una cabeza de pelo rubio y alborotado se asomó levemente por entre las sábanas, dejando entrever con ello la triste mirada del chico cuya esperanza parecía derretirse, paradójicamente, con el frío.

La calefacción parecía seguir sin funcionar del todo correctamente y por ello las noches a veces se volvían un auténtico calvario, pero las mañanas eran todavía peores. ¿Y qué podía ser peor que todo eso en la mañana de tu cumpleaños? Por supuesto, que no tuvieras a nadie contigo para celebrar que cumplías un año más en tu vida, o quizás un año menos. TK no estaba del todo seguro de querer decidir acerca de eso, por lo que se forzó por levantarse. No estaba seguro del por qué, pero cada día le parecía que el cuerpo le pesaba más, o quizás que el ambiente estaba más espeso. La cuestión era que cada día suponía un nuevo plus de esfuerzo para levantarse por la mañana. Con un suspiro, miró por la ventana: Aún no amanecía del todo, pero los primeros rayos del sol ya comenzaban a teñir el cielo de un gris que parecía aún más triste. Esa noche había llovido.

Con esfuerzo, se metió en la ducha. Cada vez tenía menos ganas de ir al instituto y durante un par de segundos le pareció que el día de su cumpleaños era una buena excusa para no ir, pero al frotarse la cara con el agua caliente consiguió borrar esa idea de su cabeza. Al fin y al cabo no tenía nada que hacer en su casa, por mucho que la idea de seguir durmiendo le pareciera terriblemente tentadora. Y cada vez estaba más decepcionado consigo mismo, por lo que no podía hacerle eso a su madre. Se había mudado a Yamagata hacía algo más de un mes y ya había comenzado a sentir que no podía hacer las cosas todo lo bien que podía, que podía dar más de sí y que todo por lo que luchaba se quedaba en un escaso intento. Y no era suficiente. Por ello necesitaba que su cumpleaños no fuera otra excusa más, sino un impulso para dar todavía más de lo que había dado hasta el momento. Salió de la ducha, se rodeó el cuerpo con una toalla y se apoyó sobre la cerámica del lavamanos sin mirarse al espejo. Ese día iba a estar completamente solo. Su madre volvería tarde a casa; sus amigos, su padre y su hermano estaban en Odaiba y su equipo de baloncesto estaba en Odaiba. Kari estaba en Odaiba. La misma sensación de cada día le abrumó de pronto e intentó inspirar hondo para calmarse. Agarró su teléfono con seguridad y miró si tenía algún mensaje de alguien, pero Kari no le había escrito esa noche. Seguramente estaría harta de que él apenas le hiciera caso.

Inspirando esta vez en mayor profundidad, fue a su cuarto y se vistió con el uniforme de su instituto. Al dirigirse a la cocina a por su desayuno echó un vistazo en busca de la nota o el regalo que solía dejarle su madre las mañanas de su cumpleaños, cuando ella trabajaba y no podía estar con él hasta la noche... pero no encontró nada. Su boca se curvó en una mueca extraña y comenzó a prepararse el desayuno, convenciéndose de que probablemente le escribiría por teléfono felicitándole en cuanto tuviera un hueco libre en el trabajo.

Nunca se había interesado especialmente en que su cumpleaños fuese un día diferente, pero ese año era distinto. Aún no se había acostumbrado a la soledad de Yamagata, por lo que un simple mensaje de sus amigos le alegraría lo suficiente como para considerar que su diecisiete cumpleaños sería un buen cumpleaños.

Encendió la televisión y, cuando terminó de desayunar, comenzó a preparar su mochila con tranquilidad; todavía tenía tiempo, quedaban veinte minutos para que empezaran las clases y vivía apenas a diez minutos del instituto caminando. Cuando terminó todavía le quedaban cinco minutos de margen que aprovechó para sentarse en el sofá y ver la televisión, pero cuando empezaron las noticias su corazón dio un vuelco y miró su móvil con velocidad: su móvil se había atrasado una hora por algún motivo que desconocía y llegaba tarde al instituto. Salió corriendo de su casa y, debido al susto y a la prisa, pisó un charco de agua de lluvia que le llenó los pantalones de barro y le mojó los calcetines. Sin detenerse a solucionarlo, llegó al edificio con algo menos de una hora de retraso, por lo que tuvo que disculparse con su profesor y con sus compañeros de clase antes de sentarse en su sitio, justo dos minutos antes del cambio de hora que indicaba el inicio de la próxima clase. Los pocos compañeros que tenía en clase se levantaron para charlar entre ellos, ajenos al cumpleaños del rubio, mientras este simplemente se quedaba en su asiento tratando de calmarse debido a lo nervioso que se había puesto al descubrir el fallo con la hora de su móvil. Se miró las manos y le temblaban, pero no entendía por qué tanto. Procurando tranquilizarse, se echó hacia detrás en la silla y apoyó su espalda en el incómodo respaldo para luego mirar a su alrededor con cierto disimulo. No terminaba de sentirse cómodo en ese instituto a pesar de haberlo intentado: no había hecho ningún amigo en el tiempo que llevaba ahí, porque ni siquiera el hecho de ser el nuevo le había salvado de ser extraño para ellos por ser un chico criado más bien en una ciudad grande y que parecía estar siempre tan ocupado como para verse con nadie. Encima era un instituto pequeño y no había tantas "opciones a elegir".

Takari: A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora