Capítulo 11

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Podría mentir y decir que soy fuerte. Que ahora no me sudan las manos y que no me cuesta respirar. Una vez fui frágil y pude superarlo porque mis padres me apoyaron. Ahora es mi turno de ganar algo por mí misma, de dejar de esconderme y pretender que se va ir cuando es obvio que no lo hará. Bruno camina con paso seguro junto a mí, y quisiera poseer su confianza. El también sufrió cuando era niño y ha dejado todo eso atrás para convertirse en el joven confiando que es hoy. Y en lo más profundo de mi corazón sé que es por el que he conseguido enfrentar esto.
- Tu puedes calabaza- dice mientras me aprieta el hombro- nos vemos en el almuerzo.
Lo veo caminar y dirigirse al segundo bloque de edificios. Me quedo parada un momento solo contemplando el edificio. Sostengo fuertemente las correas de mi mochila que cuelgan de un solo hombro.
Inhalo. Exhalo
Soy fuerte.
Soy libre.
No voy a esconderme.
Nunca.
Más.

Voy a la primera clase por los pasillos que solían ser zona prohibida. Literatura podría ser sin duda una de mis materias favoritas, el profesor Rodas es  un ser tan inteligente que dan ganas de leer todo lo que ha leído, tiene un poder de convencimiento tal que el año pasado leímos cinco libros más de los libros obligatorios. Este año empezamos con George Orwell y 1984 tiene a todos sorprendidos.
Voy a la segunda clase también sin dramas. Aunque la clase sea en el edificio tres y el corazón pareciera que quiere salírseme del pecho. Es en la tercera clase cuando los problemas empiezan. Pareciese como si el rumor de mi liberación se haya corrido por todo el instituto. Geografía está en el primer edificio y debo volver atravesar el campus. Veo a Jessica y al resto. Me mira con tanto odio que por un momento pienso en desistir. Pero me niego. No quiero esconderme para siempre.
Camino en línea recta y Jessica se atraviesa. Está por hacer lo que siempre hace, es algo así como su favorito. Me arroja al suelo y va darme un patada. Pero rápidamente la detengo y la miro. Directo a los ojos. Y veo como sus pupilas crecen.
- Basta- le digo. Tan bajo. Tan suave, que ni siquiera estoy segura si me escucha. Pero lo hace y se sorprende tanto que se aleja un poco. La miro por un segundo y empiezo a alejarme. Camino lentamente aunque por dentro esté gritando. Estoy eufórica y asustada al mismo tiempo. Es una sensación tan rara y no estoy segura como es posible que no esté gritando. Camino hasta llegar al edificio, recorro el pasillo, entro a la clase y me siento. No es hasta que Margaret Rogers habla sobre los colonizadores españoles que mi corazón deja de latir rápidamente y caigo en cuenta de lo que he hecho.

El almuerzo se desarrolla por etapas, y todos los alumnos tienen diferentes turnos. Pero agradezco a la divina providencia y a todos los santos en general cuando veo a Bruno con dos sándwiches y jugos en la mano. Está afuera, bajo ese sol abrasante de verano y sonríe como si fuera el mejor día de su vida.
- Hey calabaza
-hey- le contesto sonriendo, y el pone su dedo índice en mi hoyuelo.
Le golpeo la mano y el se carcajea.
- Vamos, te compré todo esto y- dice sacando un chocolate de su bolsillo- Esto, personalmente he comprobado que tu humor es mucho mejor después de un chocolate.
- Gracias, además es mi favorito.
- Lo sé- dice. No sentamos bajo un gran árbol en el patio, cruzamos las piernas y nos repartimos los sándwiches- Bueno, ya no puedo esperar. Cuéntame ¿Las viste?
Yo asiento con la cabeza y tomo un poco de jugo.
- Le dije a Jessica que parara.
El me mira sorprendido.
- ¿y lo hicieron?
- Increíble, lo sé.
Pasamos los siguientes treinta minutos hablando. Parece como si una extraña energía se hubiese apoderado de mí. Río y converso con el como nunca antes lo había hecho y es tan refrescante.
Quedan dos clases. La última clase es en el ultimo piso, y subo las escaleras porque no me gusta tomar el elevador. Cuando llego al ultimo piso estoy exhausta y me detengo a tomar un poco de agua. Es cuando lo siento. El jalón en el pelo arrastrándome hasta el suelo. Quiero gritar, pero en estas situaciones es como si no pudiera, como si tuviera algo atravesado en la garganta.
Veo a Jessica parada frente a mi. Y giro la cabeza y veo Tamara, fue ella la que me hizo esto.
- Hay que encerrarla en el armario- dice la última
No. No. No. No
Por favor. Estoy llorando lo sé. Siento el liquido caer en mis mejillas.
Otras dos me toman de los hombros y me arrastran los metros que faltan hasta el armario. El espacio es pequeño, es solo para escobas y en el mismo instante que cierran las puertas mi garganta también lo hace. Me aprieto el cuello tratando de hacer que ese nudo descienda.
- Estás segura- escucho que pregunta Jessica
- Ella es la culpable de todo Jessica, ¿o te olvidas?
Es Tamara la que contesta.
No escucho lo que dicen después. No veo nada. Ni siquiera mi propia mano. Dios, por un momento me pregunto si voy a dejar de respirar y morir. Me siento en el suelo y trato de calmar mi respiración. Adentro y afuera. Inhalo y exhalo. Creo que puedo escuchar mi propio corazón latiendo en mi pecho y sé que estuve a punto de tener un ataque de pánico. Me siento ahí por lo que parecen horas, pero estoy segura que no han pasado más que algunos minutos. Mi respiración comienza a calmarse y puedo respirar profundamente. Este ambiente, esta oscuridad me recuerda demasiado a cosas que quiero olvidar.
El hombre gordo vuelve a entrar a la habitación. -niña, come esto- no habla tan bien. Pero es amable. Me incorporo en el colchón que está en el suelo. Y acepto la comida que me da. -¿Cómo te llamas? Me pregunta.
-Emily- contesto
-bonito nombre- dice, y lo hace de manera graciosa
-hablas raro- le digo y el sonríe
- soy de otro país- dice- vamos, come
Yo como y el se sienta junto a mí, la habitación es muy fea y no entra nada de luz, huele feo y solo hay un colchón en el suelo.
- Sabes que es una promesa Emily
Yo asiento.
- Pues, yo te prometo que voy a cuidarte y llevarte a un lugar seguro.
- ¿Con mi mami?
- No, pero con una buena mujer que te cuidará. Pero debes prometerme que no harás ruido ¿está bien?
Yo asiento
- Escucharás ruidos fuertes pero no quiero que grites.
Yo vuelvo a asentir.
- Afuera hay hombres malos Emily. No quiero que grites, por favor prométeme que no harás ruido.
- Lo prometo- digo levantando el meñique hacia él. Sonríe y envuelve su meñique con el mío.
- tápate los oídos fuerte
Cuando abre la habitación entra un poco de luz que no me deja ver por un momento y luego vuelve la oscuridad. Escucho sus pasos alejarse y yo me recuesto en el colchón. Miro hacia arriba pero no veo mas que absoluta oscuridad. Es cuando escucho las bombas de nuevo. Las mismas que mi mami. Cubro mis oídos. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Y luego gritos. De hombres. Muchos. Y más disparos. Y más gritos. Pero no digo nada. No grito. Aunque tenga que cubrirme la garganta con las manos y apretar. Y termina.
La puerta de abre y la luz me molesta. Y entra el hombro gordo. Está cubierto de rojo, gotea de su ropa y también está en sus manos.
- Vamos- me dice. Pero no me muevo. Se acerca a mí y me levanta en brazos. Apoyo la cabeza en su hombro. Caminamos por un pasillo y veo el suelo cubierto de rojo. Y pasamos por una habitación y hay más rojo. Y hombres esparcidos por el suelo cubierto de rojo. Y es un conocimiento tan natural, el saber que están todos muertos. Quedo inconsciente.
- Emily, por favor- escucho. Pero parece lejano, como si me mente estuviera en una habitación y mi cuerpo en otra.
- Emily- siento manos. En mis mejillas. En mi cuello. En mi corazón.
Abro los ojos.
- Oh. Gracias a dios- dice. Y parece un plegaría. Como si verme despertar fuese lo único que deseaba en el mundo.
Me incorporo y por primera vez soy consciente de el espacio a mi alrededor. El armario. Veo a Bruno que ha perdido todos los colores.
- Estoy bien- digo. Y mi voz suena raposa como si yo hubiese estado gritando, a pesar de que precisamente fue eso lo que no hice.
Bruno me acerca a él, me abraza. Me sujeta. Me consuela y se consuela a sí mismo. Me suelta y toma mis mejillas. Me mira a los ojos y se acerca. Mucho. Y no lo suficiente.
- Dios- suspira- pensé que te perdí.
Es un momento que queda suspendido. Nuestras respiraciones. La mía y después suya. Yo respiro el aire que él ya ha exhalado. Lleva sus manos de mi mejilla a mi cuello, y yo subo las mías hasta sus brazos. Y nos observamos y sé lo que va suceder. Sé que va besarme.

La verdad sobre Emily  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora