lazos

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Su cuerpo tembló al perder la fuerza al haberse vaciado una vez más en ella... acarició su negro cabello y jadeó en su oído...Kagome otra vez se había entregado completamente a él. Tenía que ser para él. Tenía que serlo.

-Kagome- la nombró roncamente cuando se forzó a retirarse... el lugar era inapropiado y hasta ahora le importaba -¿Kagome?- volvió a nombrarla y la mano de la chica que estuvo aferrándose a su espalda resbaló despacio por su cuerpo... la vio suspirar agotada y con los ojos cerrados.

Negó en silencio sin saber qué esperar. Acomodó su pantalón y cubrió los senos de la joven al reacomodar su camisa. Tomó asiento tras el volante segundos después de haber salido y rodeado el auto...había tapado el cuerpo semidesnudo de la chica con una chaqueta que se miraba enorme sobre su delgado cuerpo.

Suspiró profundamente al haber comenzado a conducir, Kagome seguía acostada en el auto y él acariciaba su cabello y su rostro mientras avanzaba cuidadosamente. Su azulina y profunda mirada se posó en el fino perfil de la pelinegra y en lo cansado de su semblante.

"Seguro siguió llorando" pensó al dejar de verla... era normal que estuviese tan agotada, el llanto cansaba. Era un imbécil, se había negado tantas veces sentir algo por ella... se suponía que era ella quién debía enamorarse de él... ¿cuándo pasó?... ni siquiera podía recordarlo. Lo único que sabía era que la sangre le hervía al imaginarla con otro, cualquiera que fuera... ella era para él, había sido el primero y tenía el derecho de reclamarla... una incomodidad en el pecho le dijo que ya iba más allá de su cuerpo... él quería los besos y las caricias de Kagome. Cada una de sus miradas.

Verla llorar de esa forma lo hizo sentir culpable... cuando vio esas lágrimas se sintió patético al querer contenerlas. Pero había tenido miedo. Tragó pesadamente al reconocerlo... si Midoriko no hubiese aparecido.

-Tal vez seguiría engañándome- reconoció en el silencio de su auto. Las luces blancas de los altos postes brillaban en su parabrisas y el ruido de la ciudad se enmudecía al seguir perdido en sus pensamientos.

Suspiró cansadamente mientras se apretaba el puente de su nariz y se recargaba completamente en el asiento de su auto... ¿debía admitirlo?... no, no todavía.

Iba a enamorarla.

Sabía que Kagome no lo amaba ¿o sí?, no estaba seguro; lo único que sabía era que la tonta ya no debía amar como creía a Inuyasha aunque se negara a aceptarlo... se lo iba a hacer notar.

Abrió la puerta de su auto al estar en el estacionamiento de su edificio y salió por Kagome. La cargó en brazos y la cubrió con su chaqueta; para su fortuna ya pasaba de media noche y nadie los vio llegar... mantuvo a la que le pareció una frágil joven protegida con su cuerpo, presionar el botón del elevador y abrir la puerta de su departamento con Kagome en brazos no le resultó difícil, como seguro sería aceptar la verdad ante ella... él siempre la usó, ¿cómo se lo decía?... tenía que hacerlo, no sabía cómo y no sabía qué hacer para que no lo dejase.

La recostó sobre la cama y cubrió la porcelana de su piel con sus sábanas de seda. Era esa vulnerabilidad lo que detestaba. Él no era así.

-Que deje de importarte... hazla amarte- se ordenó y su voz sonó ronca en la obscuridad parcial de esa recámara. Se levantó de la cama donde había permanecido sentado, llamó al portero del lugar y esta vez sí fue muy claro en que no se dejase pasar a nadie a su puerta.

Casi una hora después y luego de darse un baño, el agotado cuerpo del moreno descansaba abrazado del curvilíneo de la joven que, exhausta, respiraba acompasadamente dejando libre su aliento por sus labios. El arrogante ojiazul reconoció una vez más su debilidad por ese ser que dormía en sus brazos... Kagome le importaba, mucho.

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora