mundos egoístas

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El día siguió pintado de gris, las altas nubes en el cielo cerraban el paso a los rayos solares y las pequeñas ráfagas de viento, no dejaban ir ni siquiera un poco, la sensación de estar todavía en invierno.

—¿No te parece un poco raro esto?— preguntó Yura cuando Sango estacionó el coche de Miroku frente a la casa que alguna vez fue de la madre de Kagome, y donde sabían, ella se encontraba.

La castaña sólo asintió al tiempo de bajar.

—¿Qué crees que estará haciendo aquí?

—No lo sé— respondió la otra con simpleza, pero sin duda, eso no le gustaba nada.

Ambas atravesaron el pequeño camino del jardín frontal y tocaron el timbre, luego de llamar por segunda vez, escucharon el grito de Kagome que les avisaba que ya iba.

La puerta se abrió con cierta prisa y una azabache de sonrisa amplia, pero de semblante pálido y cansado, apareció ante sus ojos.

—Pasen, siento que tuvieran que venir hasta acá— dijo y luego de dejar la puerta abierta, se encaminó a la cocina.

Las chicas entraron tras ella, viendo extrañadas y curiosas, como los muebles se encontraban cubiertos, y la manta que había cubierto el comedor, se encontraba echa bola en una esquina de esa habitación.

—¿Dormiste aquí?— preguntó Yura al verla con un pantalón polar de una de sus pijamas, y un largo suéter negro y abierto.

—Mjum— Kagome asintió casi con naturalidad mientras luchaba por no quemarse con la tetera caliente donde había colocado un poco de té verde.

Las otras dos chicas se voltearon a ver extrañadas y luego regresaron sus ojos a ella.

—¿Por qué, Kagome?

La otra tragó pesadamente y tras servir tres pequeños vasos, dejó la tetera sobre la barra, apoyó sus manos en la fría cerámica y las vio directamente.

—Nos separamos. Anoche, Bankotsu y yo, terminamos.

La aparente calma con la que Kagome soltó eso paralizó a las otras dos.

—¿Qué?— Yura fue la primera en reaccionar.

Kagome se mordió el labio inferior y les acercó sus bebidas, ya no quería llorar pues prácticamente no había podido dormir por hacerlo. Odiaba esa casa, tenía recuerdos de Bankotsu en cada rincón, por eso extrañarlo fue una muy cruel tortura que comenzó incluso antes de entrar.

—¿Por qué, Kag?

La azabache jaló aire de forma entrecortada, rastro innegable del llanto que apenas horas atrás la había abandonado.

Ella tragó pesadamente antes de hablar.

—Esto todavía me duele mucho— confesó y su sonrisa se desvaneció al ser fingida —, por lo que les pido que no me pregunten demasiado.

Ambas chicas asintieron, y mientras Sango se acercaba a la barra para estar frente a ella, Yura se pasó a su lado, ambas silenciosas, haciendo que la casa se llenara por momentos del sonido de los coches que pasaban frente a ésta, o del ruido de los cristales al ser golpeados por el viento helado.

—Ayer descubrí que Kikyo espera un hijo de Bankotsu— dijo y les sonrió intentando disimular que sus ojos comenzarían a aguarse.

—¿Qué?

—No puede ser cierto, es un desgraciado hijo de puta— soltaron al tiempo ambas chicas.

Kagome se tragó el nudo en su garganta al tomar con cuidado de su pequeño vaso de té.

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora