lo verdaderamente importante

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El ambiente se sentía tenso, el despacho era realmente grande, el elegante candelabro en el alto techo desprendía una luz blanca y suave que llenaba el lugar, pues la claridad en el exterior había disminuido al ennegrecer el cielo; aun así, la mirada que cruzaban el par de varones en el lugar casi rayaba en la hostilidad, al menos, en el mayor de ellos.

—¿A qué demonios ha venido?— preguntó Enzo cuando terminó de analizar visualmente al joven ojiazul de arrogante aspecto. Su respiración era pesada al desagradarle su presencia en el lugar, sin embargo el otro conservaba una fría calma que lo molestaba más.

Bankotsu, en silencio y firme en la decisión tomada, bajó su mirada y con sus dos pulgares levantó los dorados seguros del portafolio que descansaba en el escritorio. Enzo arrugó el ceño ante la fría pasividad del chico frente a él.

El moreno endureció su mirada y tensó su mandíbula al alzar el rostro y girar el portafolio, dejando expuesto, ante la mirada suspicaz de Enzo Higurashi, el contenido del mismo.

—A esto— su voz fue seca y firme, al deslizar sobre el pulcro escritorio el portafolio de fina piel.

La mirada café y desconfiada del patriarca del lugar se posó sobre el contenido del portafolio, para luego alzarse al moreno frente a él.

—¿Qué es esto?— mencionó el mayor y un grado de confusión se escapó por su gruesa voz.

Bankotsu parpadeó lentamente y guardó silencio mientras lo dejaba tomar los papeles en sus manos y analizarlos, no tardaría mucho en él mismo darse cuenta de cuál era la razón que lo tenía ahí; y mientras el silbar del viento se colaba por las ventanas, Bankotsu se giró y con las manos en los bolsillos se retiró un poco de su todavía suegro.

"Lo siento, Kagome, no me dejaste otra opción."Pensó al acercarse al ventanal.

Horas antes:

La mirada fría y vacía de Bankotsu se clavaba en el cielo gris del horizonte al estar de pie frente a los grandes ventanales de su oficina. Con una mano en uno de sus bolsillos del pantalón y con la otra colgando por su costado.

—¿No vas a decir nada?— la voz femenina sonó preocupada y dubitativa.

—No hay nada que decir. Ya me has dicho a lo que venías, estoy esperando que te marches— soltó fríamente y volteó a verla de medio lado.

La chica de lacio pelo negro abrió los ojos sorprendida.

—¡No puedes ser un bastardo!— casi alzó la voz.

Bankotsu sonrió de medio lado, irónicamente.

—¡Joder, qué no puedes dejarla sola!— aclaró Tsubaki al avanzar dos pasos a él.

El frío y molesto ojiazul se dio media vuelta haciéndola detener sus pasos.

—Esto no es tu asunto, así que no te entrometas— dejó claro y la frialdad y lejanía de sus ojos sorprendieron a la chica que una vez fue su amante.

—¿Qué demonios pasa contigo?— susurró la chica desconociéndolo.

Bankotsu se dirigió a pasos lentos y pesados a su escritorio.

—Dile que deje de hacerse la víctima— habló apenas volteando a ver a la chica de ajustados jeans y chamarra de piel negra —. Kikyo ha rechazado el intento de mi abogado de ponerse en contacto, en más de una ocasión.

—¿Y qué demonios esperabas?— reclamó Tsubaki.

Justo cuando Bankotsu se giró para verla, la puerta de su oficina se abrió, la joven secretaria pareció notar la tensión y se petrificó en la entrada.

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora