Kagome dejó escapar el aliento y sintió cómo el corazón le comenzó a latir fuertemente. Se quedó quieta al recargarse en el marco de la puerta de ese cuarto de baño y, casi sintiendo cómo se le cerraba la garganta, intentó pensar qué era lo que iba a hacer.
Tragó pesadamente el nudo de angustia y buscó ser objetiva, aunque con Bankotsu mezclado, aquello era un acto casi imposible.
Bajó la mirada al suelo blanco que todavía conservaba minúsculas marcas de agua luego de la ducha y, se preguntó con sinceridad si iba a lograrlo. Su cuerpo vibró a la expectativa y un nerviosismo extraño quiso invadirla.
Dejó escapar el aliento y negó con firmeza. No podía flaquear.
—Vamos a salir de esto, Kagome— se aseguró al momento de apretar su móvil en su mano y girar para abandonar ese baño. Apagó la luz y cerró la puerta como pretendiendo dejar ahí todas sus dudas.
«Diablos» pensó la azabache al dirigirse a su escritorio y cerrar su portátil, sin ánimo de continuar con sus tareas.
—Haré el resto entre clases— se dijo, pues al menos con eso lograría olvidar esos nervios y ansiedad que el reencuentro con Bankotsu ya estaban provocándole.
Decidida a ello, se dirigió a la planta baja para asegurarse de haber cerrado bien. Estaba apagando la luz de la cocina, cuando escuchó ruidos en una de las ventanas de la sala.
Kagome palideció —Por favor que sea alguien vivo— suplicó a algún Dios, pues si era un fantasma, moriría.
Los ruidos siguieron y ella descartó que fuesen las ramas del arbolito del jardín, pues aunque la noche era agradable, no había viento. El miedo en la chica aumentó.
—¡¿Quién anda ahí?!— alzó la voz y logró que sonara firme. Los ruidos se detuvieron —. ¡Llamaré a la policía, lo juro!— volvió a mencionar al parecerle sospechoso que se silenciaran con escucharla. El ruido volvió y Kagome corrió directo al teléfono.
«Santo cielo» la pelinegra, temblando, dirigió sus pasos a la ventana. Había apagado todas las luces por suerte, así vería con mayor facilidad al exterior iluminado, aun así, ya había digitado el número de emergencias; si era un ladrón, presionaría el botón para enlazar la llamada.
El nerviosismo que le dejó esa llamada de Bankotsu, fue fácilmente olvidado por este nuevo suceso.
La chica dejó escapar el aliento dándose ánimo para jalar la cortina y ver al patiecito de enfrente. Con las manos frías de miedo, Kagome tiró fuertemente de la cortina, estaba seguro que si era algún ladrón, huiría al sentirse descubierto.
Un golpe más fuerte sonó al mismo tiempo y Kagome gritó asustada. Con el corazón todavía sintiéndolo casi en la garganta, ella llevó su atención a la cosa que golpeó la ventana, seguro al haber caído del árbol.
Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa al reconocer una bola de pelo, mucho más flaca que la última vez que la vio.
—¿Bu-Buyo?
El gato pareció escucharla desde el exterior y se giró con dificultad en la pequeña marquesina, para de inmediato alzarse en dos patas y arañar el cristal.
—¡Buyo!— Kagome casi corrió a deslizar la ventana y permitirle entrar —¡Dios, cuánto te extrañé!— le aseguró al felino al momento de cargarlo.
El gato refregó su rostro en el hombro de la chica al ser abrazado y Kagome casi lloró. El pobre gato estaba flaco, tenía un pequeño olor desagradable y su pelo sucio, pero aun así, él había sido capaz de regresar a ese lugar desde otra ciudad.
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Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)
FanfictionKagome había llegado a su primer día en la universidad con sus ilusiones en la mano, siempre sosteniendo el sueño de que ella e Inuyasha se casarían, como alguna vez de niños juraron. Por eso verlo besando a Kikyo, una hermosa y atractiva chica, la...