¿el principio de un fin?

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La claridad apenas visible de un nuevo y nublado día, encontró al cuerpo desnudo de Kagome abrazado al de cierto moreno que se encontraba en iguales condiciones; ambos envueltos bajo el calor de las mantas, con respiraciones y corazones casi acompasados.

Afuera, los autos corrían, esta vez con menor afluencia, era domingo y las actividades parecían postergarse. Varias personas, entre la mayoría niños curiosos caminaban o se apresuraban al parque ubicado frente a la torre departamental donde el ojiazul vivía; la primer nevada del año había cubierto más que jardines y árboles, pues lo que había iniciado como una suave nevada se había convertido en una tormenta invernal.

Toda la noche había nevado pero ni Kagome o Bankotsu se percataron de ello, no cuando pasaron la mayor parte de la misma, rozando sus pieles, unidos, entre gemidos, jadeos y sudor, apretándose más al otro luego de tantas noches separados; palabras y promesas de amor entre susurros, también llenaron la pequeña alcoba, por primera vez, desde que sus encuentros comenzaron... era esa necesidad que tenían de exteriorizar lo que habían callado por tanto tiempo, ya sea por temor o desconfianza. Bankotsu había vuelto a reclamar a Kagome y ella, había vuelto a pertenecerle, esta vez, completamente segura de que ese era su lugar, con él y sólo con él.

La delgada pelinegra se removió buscando más calor y una de sus delgadas manos acarició la tibia piel de duro pecho del moreno. Los ojos azules de Bankotsu, que recién se habían abierto, se fijaron en el semblante calmo y frágil que el rostro de Kagome mostraba; ella descansaba su cabeza y su largo cabello revuelto entre su hombro y pecho, confiando plenamente en él y él, todavía no sabía cómo decirle lo que seguía callando.

Los problemas del moreno no habían desaparecido y lograban incomodarlo incluso en ese momento de paz. Quitó un par de negros cabellos de Kagome que resbalaron por su rostro y volvió a dejar su fino perfil libre a su visión. No iba a perderla, no después de recuperarla, no le importaba cómo, se la iba a quedar; se levantó ligeramente y la recostó sobre la almohada para posteriormente besar sus labios, le acarició el rostro y la volvió a besar, Kagome, somnolienta y cansada, apretó los ojos y sonrió sólo para seguir durmiendo, pues la noche había sido muy larga y bastante ajetreada.

Bankotsu volvió a dejar caer su espalda a la cama, rehusándose a perder el calor que sus cuerpos juntos tenían, pero tras cerrar los ojos y percatarse que ya pasaban de las nueve de la mañana, se resignó y se puso de pie. No tardó el ubicar el pantalón de una de sus pijamas en esa habitación y salió de la misma sólo vistiendo eso. Apenas salió y lo que ya era un tenue dolor de cabeza, se acrecentó al ver el desastre que en medio de su furia y frustración había hecho; su departamento, siempre impecable, parecía zona de guerra... cristales quebrados en el suelo, provenientes tanto del espejo como de un par de portarretratos y algunas decoraciones que se encontraban sobre la mesita del pasillo, la misma que estaba volcada a la mitad del corredor; uno de sus sofás estaba mal colocado y manchado de sangre, sólo en ese momento fue que se observó su maltratada mano y negó en silencio al dirigirse a la cocina, que parecía el único lugar limpio. Pasaría justo al lado del folder que el día anterior Naraku le dejó, y no le dio importancia.

En diez minutos el ojiazul preparó un par de improvisados emparedados y se tomó el tiempo de realizar una llamada.

-Pero es domingo- le recordó la persona del otro lado de la línea.

-Lo sé, pero esto urge- aclaró haciendo lujo de una paciencia que no tenía -. Consigue a alguien, el precio es lo de menos- insistió con voz ronca y baja en claro fastidio, no soportaba ver su departamento así de sucio -. Yo saldré en una hora. Ah, y no estoy para nadie- finalizó y luego de escuchar una respuesta afirmativa, cortó la llamada.

Regresó a la habitación que le pertenecía a Kagome comiendo su emparedado, y con una pequeña bandeja con alimento para la pelinegra, la colocó en el buró al costado de la cama. Kagome seguía durmiendo y ahora se abrazaba a una almohada, Bankotsu, al verla, sólo pudo tallarse el puente de la nariz.

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora