La limusina avanzó rápidamente hacia la zona externa de la ciudad, Marcos miraba por la ventana a la gente de los mercados, temiendo que su hija estuviera en alguna parte, claro el no sabía dónde estaban los mercados de esclavos así que debe pensar que los exhiben en la calle o algo así, no entendía porqué me estaba inquietando esta situación pero una parte de mi estaba preocupado por la pequeña, aunque la pregunta era ¿Qué iba a hacer con la niña?
Llegamos a la mugrienta posada y Marcos entró rápidamente, lo seguí de cerca con mucho cuidado en caso de que alguien nos estuviera observando, cuando entré mi esclavo estaba hablando con la recepcionista.
— ¡Por favor, yo estuve aquí hace unos días no tengo la llave pero estuve en el cuarto 12!
— Lo siento, pero cuando los ladrones entran debemos esperar tres días antes de limpiar la habitación.— dijo la recepcionista con una indiferencia tal que me enojé.— Debió pensar en su hija antes de venderse como esclavo.
Su rostro se puso tan pálido que pensé que se desmayaría, corrió hacia las escaleras ignorando a los demás. Corrí detrás de él; ya no para vigilarlo, su miedo y terror comenzó a afectarme y temí por la vida de la niña.
Entró a una habitación con la puerta abierta y me detuve en el umbral.
Casualmente las cosas que pertenecían al hotel estaban intactas, pero las maletas estaban volcadas, rotas y vacías, los libros tirados con las hojas repartidos por el suelo, un par de pantalones en el baño y al pie de la cama había un pequeño peluche azul que le faltaba la cabeza.
—Anelis....
Marcos cayó al suelo al borde de las lágrimas, no había rastros de la niña más que ese pobre muñeco, ni siquiera yo sería tan cruel para hacer algo así.
—¿Papá?
Una vocecita infantil se escuchó en el baño, Marcos se levantó y corrió mientras yo lo seguía de cerca encontrando lo más increíble que había visto.
Una niña pequeña con grandes ojos cafés y un par de moños destrozados abrazaba una cajita de música mientras salía del gabinete bajo el fregadero muy sucia y con manchas de lágrimas en la cara.
— ¡Anelis!
— ¡Papá!
La niña soltó la caja y corrió a los brazos de su padre, ambos se abrazaron y lloraron con fuerza.
—¡Papá!¡¿Por qué tadaste tanto?!...Unos hombres malos entaron y lo romperon todo.—decía la pequeña entre hipitos.— Tomé la caja de mamá y me escondí esperando que volvieras.
— Perdóname Anelis.— le susurraba Marcos acariciando tiernamente la cabeza de la niña.— Ya estás a salvo lo prometo, perdóname por dejarte sola.
— No vuelvas a irte papi.
No sé si fue la situación o porque esa niña estaba muerta de miedo, pero me di cuenta que no podía separarlos, Marcos podría morir de depresión y no quiero eso. No, lo mejor sería tenerla cerca.
— Marcos.— le llamé.— Se hace tarde, debemos volver.
Me miró preocupado incapaz de decir nada, supongo que no sabía qué haría ahora con ella.
— Tu hija debe tener hambre y necesitará un buen baño, pero primero hay que llevarla con un doctor.
Se sorprendió ante mis palabras pero al darse cuenta que no iba a hacerle daño a la niña me sonrió y salimos apresurados del lugar, anoté en mi teléfono el nombre de la posada para luego decirle a Akarin que lo derribe, ventajas de que fuera el Ministro de obras públicas.
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El Príncipe y el Esclavo
RomanceMarcos es secuestrado y vendido como esclavo, su dueño es el cuarto hijo del Rey, el príncipe Aras y a partir de ese momento comienza su vida como un juguete sexual, o al menos eso piensa él. Ya que termina enamorándose de ese estilo de vida y del...