Subí al tercer piso siguiendo el pasillo que conducía al observatorio, aquel lugar donde Aras me dio el collar de plata y nos comprometimos. En mi bolsillo había un poco de agua oxigenada, vendas algodón y pañuelos, ya que Aron me confirmó que Aras no se había tratado el golpe que recibió y pensé que podía curarlo mientras hablamos, aunque si está ebrio no sé como reaccionará.
Me detuve frente a la puerta y respiré profundo antes de abrirla, el enorme salón estaba iluminado por los rayos del anochecer, el techo estaba cubierto por una serie de placas de hierro que bloqueaban la vista a la pantalla donde aquella noche de veía el espacio.
Entre las columnas del fondo de la habitación, pude distinguir la figura de Aras recostado en una de estas perdiendo todo el porte y elegancia que lo caracterizaba, bebía de una botella pero para mi sorpresa había rastros de otra que terminó estampada contra la pared y otra que rodó lejos de él.
Reuní todo el valor que pude y me acerqué, Aras no se movió parecía estar debatiéndose entre darse la vuelta y seguir bebiendo ignorando a quien estuviera detrás. Cuando quedé frente a él finalmente levantó la mirada, al verme a los ojos se sorprendió como queriendo decirme algo y trató de levantarse pero se detuvo, su mano temblaba como si no se atreviera a tocarme, se veía tan vulnerable e indefenso que me hizo sentir terrible por haberle hecho pasar por eso.
—....vete....por favor.— susurró en un tono de súplica.— Quiero....
—Aras.— me acerqué pero él retrocedió, me partió el corazón verlo así que no se me ocurrió nada que decir.
Me senté y me quedé callado, no sabía qué hacer en ese momento, cuando iba a la escuela nunca tuve que animar a un amigo porque ninguno dejaba que nadie los viera llorar, eso era normal en las mujeres, pero los chicos éramos muy orgullosos como para querer ser consolados por otros.
—¿Cómo....te sientes?
Su voz apenas era audible, sonaba terrible y el olor a alcohol era insoportable pero era más fuerte el dolor que expresaba.
—Ya pasó lo peor.— le dije.— Sólo siento un poco de molestia, no fue tan fuerte como imaginé.
—...Pero te desmayaste.— susurró.
—Estaba muy asustado.— le expliqué.—Si caía sin más entonces Anelis estaría sola con ese hombre, pero cuando te vi sentí que estábamos a salvo y mi cuerpo cayó inconsciente.
Se quedó callado y levantó la botella, yo me interpuse y se la quité pero no hizo ningún intento por recuperarla y sólo se quedó mirando a la nada.
—Anelis quiere disculparse contigo.— le dije en un intento de hacerlo hablar.
Me miró horrorizado, como si esas palabras hubieran hecho más daño que nada. Luego bajó la mirada con los ojos húmedos.
— Ella tiene razón.— dijo.—Se supone que soy el Amo, el hombre a cargo de proteger a la familia.—se tapó la cara con las manos.—Fue patético.—su risa se notó forzada.—cuando dijo eso, no pude hacer nada, quiero ser su padre pero tuvo que venir otra persona para calmarla, me hizo a un lado y sólo pude verla llorar como si tu hubieras muerto, todo fue por mi culpa; no pude protegerte y no supe qué hacer para calmar a una niña. Soy un inútil.
Sentí que Aras estaba al borde de las lágrimas, me acerqué y tomé su rostro para ocultarlo en mi pecho, yo también me sentía culpable, si hubiera sido más fuerte los habría protegido a los dos, yo soy el padre de esta familia, también debo protegerlos.
Oculto en mi pecho unas lágrimas cálidas cayeron por su rostro, mis brazos de aferraron a su cuerpo mientras mis ojos imitaban los suyos, ambos nos echamos la culpa, ambos éramos unos inútiles.
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El Príncipe y el Esclavo
Storie d'amoreMarcos es secuestrado y vendido como esclavo, su dueño es el cuarto hijo del Rey, el príncipe Aras y a partir de ese momento comienza su vida como un juguete sexual, o al menos eso piensa él. Ya que termina enamorándose de ese estilo de vida y del...