7. Trauma

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Obedecí y me quedé mirando la alfombra verde con bordados de rosas blancas, era muy mullida y eso me ayudó a que no me dolieran las rodillas.

— Esa es la posición estándar, apenas señale el suelo la tomarás de inmediato.— explicó buscando algo detrás de mi.— Si me haces enojar, deberás tomar esta posición con la mirada en el suelo, pero bajo ninguna circunstancias debes bajar la cabeza.

— Disculpe Amo ¿Puedo preguntar porqué?

— Cuando estés de pie frente a mis invitados, debes tener la cabeza en alto, es una señal de respeto hacia mi y que estás orgulloso de ser un esclavo.— explicó.— Sin embargo no es correcto que mires a los ojos a los demás amos si no te he dado permiso ya que lo consideran un insulto y eso traería graves consecuencias para los dos.

— ¿Los dos?— me extrañó que hablara en plural.— Pero...¿No sería sólo para el esclavo que lo ofendió?

— También el amo que no lo entrenó correctamente.— explicó con seriedad colocándose de espaldas a mí con una caja de madera.— La culpa de que el perro muerda es tanto del animal como de quien lo entrena.— colocó la caja sobre el escritorio.— Cuando el esclavo hace algo mal y espera su castigo asume esa posición porque sabe que hizo algo malo, más no debe bajar la cabeza por respeto a su amo ¿entiendes?

— Sí, Amo.

— Bien, veamos como te queda esto.— dijo sacando de la caja una pelota roja y una correa.— Abre la boca.

Acomodó la pelota sobre la correa y me la puso en la boca ¡Agh!

— ¿Te molesta?— asentí.— No te preocupes, mantelo por un rato para que te acostumbres.— revisó la correa.— Levanta la cara para que no te ahogues con la saliva.

Ahora que podía tragar se sentía mejor, Aras miró su reloj y me quitó la correa luego de unos diez minutos, abrí y cerré la boca varias veces para recuperar el movimiento de la mandíbula.

— Bien, sólo es cuestión de práctica.— dijo levantándome.— Coloca tus manos sobre el escritorio y abre las piernas.

Me acerqué y asumí la posición ignorando la vergüenza que me daba estar tan expuesto, sentí un líquido frío que me hizo estremecer mientras sus dedos recorrían mi entrada y poco a poco entraron haciéndome gemir, podía sentir mi pene endurecerse a medida que el líquido entraba en mi cuerpo y cuando sus dedos se alejaron me sentí vacío pero de pronto siento una especie de pelota pequeña entrar en mi interior.

— ¡Ahh!

Siento una más grande y luego otra y otra hasta que la última abre mi ano casi al máximo, me siento tan expuesto que me da vergüenza.

—Son bolas chinas, es un juguete que disfrutarás mucho, mi pequeño.—aseguró tomándome del mentón.— Siente esto.

— ¡AHHHHH!

Las bolas comienzan a vibrar, caigo contra el escritorio asustado, no esperaba eso y no sé qué hacer pero po suerte Aras me sostiene para que no termine en el suelo.

—¿Lo ves?— dijo moviendo un botón de una especie de control y la vibración se detuvo.— Te gusta.

Miro mi pene y me sonrojo al darme cuenta que me corrí sólo por esas pelotas. Aras se ríe y me siento un adolescente precoz, en serio doy pena.

— No te avergüences mi pequeño.— dijo limpiando mi estómago con una toallita húmeda.— Verte así me gusta y si haces feliz a tu Amo entonces eres un buen esclavo, siéntete orgulloso y verás que no sólo proteger a tu hija te motivará sino tus propios deseos carnales.

El Príncipe y el EsclavoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora