Epílogo.

95 5 7
                                    

De alguna parte había aprendido de que los viajes a través del tiempo eran posibles, según teorías de Albert Einstein. Y que un cuerpo no puede moverse a la velocidad de la luz. Había llegado al punto de hacer lo que fuese para adentrarme al pasado, y no regresar. Porque lo único que necesitaba era estar conforme conmigo mismo.

Era un día de esos donde el frío se avecinaba por el norte. El viento parecía un capítulo catastrófico tomado de la biblia. Donde Las hojas caían a cada nanosegundo. Las personas caminaban a paso decisivo. Y donde había perdido la orientación sobre la estación en la que estaba. Por un momento habría querido irme corriendo de aquel lugar al ver a un éxodo de jóvenes rodeando la parada del Autobús. Por un momento de mi adolescencia habría pensado en ser adulto. Y por un momento habría tenido ganas de aquél día retractarme. El sonoro sonido de la bocina de aquél vehículo en movimiento selló mi destino en una aventura de tres, o quizás cuatro años. Había quienes recordaban que crecer nos hacía más sabios, y más fuertes. Y que aprender ya era escaso. Pero mi alma, y mi mente nunca dejarían de ser un adolescente lleno de problemas. Aquél día de Noviembre no era el más feliz. O el más emocionante. Las calles eran blancas y el ventanal del autobús se congelaba a cada parpadeo. Aquél dia de Noviembre por tercera vez comenzaba mi vida. Y por primera vez no vería a mi familia durante quien sabe cuantos meses. Por ese hecho, y por muchos, estaba apunto de declarar que el río más grande del mundo no era el Nilo, o el del Amazonas. El río más grande del mundo era el de mis lágrimas en todo lo que llevaba desde que tenía memoria. Llevaba tres meses sin recibir un mensaje de nadie. O una llamada que parara el tiempo para solo prestar atención a ese momento en específico. Hacía tres meses que no recibía otra carta que provocaba llorar y cerrar la puerta de tu habitación por un año. O reir sin parar y quedarse sin aliento durante horas. Y una que provocara sonreír todo un día.

—Jade, desde que despertaste no has dicho ni una sola palabra. Y es muy raro porque te la pasas las veinticuatro horas hablando.—Dijo Liam sentado al lado de Jade.

—Perdón.—Dijo Jade.—Pero solo quiero pensar, además de dormir.—Respondió Jade para luego reir.

—¿En qué piensas tanto? ¿Sabes? sé que esto no viene al tema pero debo decir que eres la persona más bipolar, valiente, y fuerte del mundo.—Dijo Liam.

—Perdón, últimamente lo hago mucho. Y ¿por qué lo dices?—Preguntó confundido Jade.

—Es que es tan obvio que no sé por donde empezar. Jade ibas en un vuelo propenso a caer, pero sin embargo seguiste volando.—Es que has caído tantas veces y has aprendido de todas ellas que es sumamente increíble.—Respondió desahogandose Liam.—Veo que todos los días sonríes y ríes porque sabes que no quieres llorar o mostrarte deprimido. Sé y me llevo por lo sano a decir que eres la única persona que no llegado a pensar en un suicidio. Y es justamente por ello que eres valiente.—Has pasado por mucho y todo lo has superado. Pero también me atrevo a decir que has cambiado. Puede que también hayas aprendido, y hasta yo lo hice, pero tu has cambiado. Y no quiero que vuelvas a ser esa persona de antes, y tampoco quiero que te sientas solo y deprimido. Además, sé que te parece muy extraño que yo te diga todo esto pero eres mi primo ya casi hermano, y si necesitas ayuda o si necesitas divertirte, reir y pasarla excelente, no tienes ni porque preguntarme ni pensarlo dos veces.—Dijo Liam ya para terminar.—La vida es tan corta y tu lo sabes. Por ello disfrutala, y ya no sufras por los problemas de ella.

Sentía como mi cerebro trabaja para buscar al menos una palabra correcta o aceptable para decir, pero no salía nada. Y me sorprendía la sinceridad con la que Liam Ross llegaba a un punto sin dar rodeos.

Me había atrevido a dar un paso sin importar que fuese en falso al salir del autobús con aquella temperatura luego de contemplar aquellos edificios que formaban un solo cuerpo cuyo nombre estaba bien definido como para confundirse. Donde creía que el éxodo de personas del autobús eran pocos al ver como salian mas personas tanto jovenes como adultos de autos que llegaban sin pedir permiso. Y donde me había dignado a aceptar el nombre "Universidad Central de Colorado". Yo llevaba una maleta como equipaje en la mano, mientras que en la otra llevaba un libro y mi teléfono celular con los auriculares conectados sin proceder a hacer un cambio de canción. Y a lo no tan lejos estaba Liam quien parecía más una maleta humana congelada por el frío que una persona. Pero aunque insistiese en ayudar, el se negaba sin importar que tanto pesase.

Atrévete a Cambiar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora