cuarenta y cuatro.

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Harry miró a su padre. El hombre estaba de pie mirando la bulliciosa ciudad de Londres desde la ventana de su edificio, con las manos detrás de la espalda y con el pecho elevado, como si estuviera intentando ejercer algún tipo de control físico sobre la situación. Como si estuviera martillando su mínimo cerebro en busca de una solución. Una manera de entender una situación que no requería ser lidiada en la retrospectiva del bienestar de su hijo, sino de su reputación. La misma situación que había hecho que Harry estuviera sentado en la silla frente el escritorio de su padre, esperando una respuesta. 

Eran las seis y media cuando Harry finalmente reunió el coraje para encender su teléfono y leer los mensajes que tenía de su padre. El último demandaba verlo antes de que se fuera a Nueva York. Harry había suspirado, todavía acostado. Había mirado a la mujer en sus brazos dormir pacíficamente sobre su pecho, le había puesto el pelo tras la oreja antes de perderse en el ligero puchero de sus labios y en sus abundantes pestañas. La constelación de pecas que tenía en su mejilla y que nunca había notado antes. Su hermosa chica, tan cerca pero a la vez tan distante. Aferrándose a él con la última fuerza que le quedaba. 

No hubo retorcimiento de pulgares o bocanadas ansiosas, o latidos erráticos mientras Harry estuvo sentado en la oficina de su padre. Un lugar que una vez respetó. Un lugar que respetó hasta ayer. No luego de haber presenciado el poder que el dueño de esa oficina tenía realmente, y que era alimentado por un débil atisbo de luz que se esforzaba en mantener a Harry en el juego. Él era vulnerable, pero había perdido la última fibra de respeto que le quedaba por sus padres. 

Harry observó a su padre mover los dedos tras su espalda. Pareció vacilar cuando finalmente volteó la cabeza, mirando el piso como si evitara mirar los ojos de su hijo. Los ojos rotos y débiles por los eventos que habían ocurrido la noche anterior. Harry ya no se avergonzaba de mostrar debilidad ahora. Admitía su derrota. La había cagado por no defenderla. Por no ser el hombre que ella necesitaba. No podía evitar cargar con la culpa en su rostro estando con su padre, con quien debería ser más fuerte.

Pero ninguna parte de Harry se sentía fuerte en ese momento, incluso su cuerpo se sentía cansado y frágil. 

-25 de Marzo -su padre susurró-. Ese es el día en que te irás. 

Harry miró a su padre, procesando sus palabras. Con un cosquilleo en el pecho, escupió sus palabras: -Eso es en una semana. 

-Lo sé -su padre lo miró, la vacilación evidente en su rostro-. Haré que vengan algunas personas para recoger tus cosas. Lo más probable es que se almacenen en el depósito hasta que puedan ser trasladadas a California, pero no tendrás que amueblar el apartamento -le dijo, su voz un poco temblorosa mientras pellizcaba la punta de su escritorio. 

Harry podía notar que su padre no quería hacer eso. Por alguna razón que no sabía, su padre era justo como él. 

No decían lo que pensaban realmente. Eran tercos, defensivos y débiles de pensar algunas veces. Harry lo detestaba. Detestaba ser producto de eso. 

-¿Ya hay un apartamento para mí? 

-El pago final se efectuó esta mañana -su padre asintió.

-¿Por quién?

-Por tu madre y yo -su padre habló más suave, pero no tuvo efecto en Harry-. Anoche, Harry. Las cosas no salieron bien -él simplemente lo miró abrir la boca para hablar y vacilar. Los ojos de Harry se oscurecieron y su puño se tensó. Estaba harto de ceder. Harto de obedecer. Harry tenía que responder por sí mismo. Tenía que responder por Oriana. 

-Sabes... -Harry bufó, tragando saliva al bajar la vista. Se mordió el interior de la mejilla y se obligó a mirar a su padre-. Sabes, tal vez la cena hubiera salido bien si madre no le hubiera dicho prostituta, pero supongo que las personas no pueden controlar sus pensamientos, ¿verdad?

a favor ➳ h.s (español) || act. lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora